Entre el terror y el deseo, Aura cobra vida en el teatro poblano

Entre el terror y el deseo, Aura cobra vida en el teatro poblano

La novela Aura de Carlos Fuentes cobra vida sobre el escenario del teatro poblano con un elenco que encarna la oscuridad y la seducción de este clásico, y una producción de la compañía Cuentos para no dormir.

MARIO GALEANA | @MarioGaleana_

Todo inicia así, con un golpe de oscuridad y de romero. El público enceguece bajo un antifaz, pronto una mano sacude hierbas aromáticas sobre los espectadores más próximos, y una voz recorre los pasillos conjurando una plegaria maldita.

A través de ese dulce artificio de penumbras cada asistente es transportado, junto con Felipe Montero, al número 815 de la calle Donceles, la vieja casa que habita Consuelo Llorente y su sobrina Aura.

Porque el montaje de la compañía Cuentos para no dormir–Teatro Freak, que se basa en la novela de Carlos Fuentes, es ante todo sensorial: apela al olfato y al sonido entre los espectadores para acompañar la súbita oscuridad impuesto por los antifaces.

Sólo después de ese ritual de iniciación, el público puede descubrirse los ojos. Pero aun la luz del escenario es engañosa y escasa, y al menos hasta el acto final, un velo protege con su opacidad la habitación y los ardides del personaje de Consuelo, que la actriz Margarita Cuétara encarna con severidad mediante una voz cavernosa, la misma que conjura nombres de santos, castigos, hechizos.

La dramaturgia escrita por Juan Tovar (1941-2019) y dirigida por Mónika Tovar conserva casi en su totalidad la historia de la novela de Fuentes: el joven historiador Felipe Montero, al que da vida Ricardo Azari, arriba a la casa de Consuelo para ordenar las memorias de su difunto marido, el general Llorente, bajo la condición de que permanezca allí mientras realiza el trabajo.   

Aturdido por las condiciones de Consuelo y la umbría decadencia del lugar, Felipe está a punto de rehusarse hasta que observa por primera vez a Aura –personificada por la misma Mónika Tovar–, la sobrina que acompaña a Consuelo y de la que queda flechado al instante. Con el transcurso de los días, Felipe cae en el juego de espejos que conecta a la viuda con su sobrina, y a él mismo con el difunto general Llorente.

Es la hechiza construcción del espacio una de las máximas virtudes de la pieza teatral. En su aparente sencillez, el diseño de arte y la recreación de atmósferas e iluminación realizados por Jorge Gamboa y Jorge Tlatoa, respectivamente, recrean con solidez la laberíntica arquitectura de la casa y, especialmente, la confusión con la que se desplaza Felipe a lo largo de la historia, un estado progresivo de desamparo al que Ricardo Azari da cuerpo acto por acto.

Pero en el horror que produce el descubrimiento de Felipe no se cuenta toda la historia. Ni en la mirada de los santos en la habitación de Consuelo, ni en la cruz que pende de su cama, ni en el oscuro altar desde donde agita sus plegarias y sus hierbas aromáticas.

La otra mitad de Aura es el deseo. Y el deseo, en este montaje, se materializa en la figura de Mónica Tovar, quien encarna a la sobrina con una precisión que exige no sólo doblar la voz, sino partir el cuerpo. Su Aura es, al mismo tiempo, la muchacha silenciosa que asiste a su tía con devoción casi monacal y la mujer que, en las penumbras del dormitorio, seduce a Felipe con una violencia tersa, como si cada caricia fuera un conjuro destinado a precipitarlo en el embrujo.

A este ese clima contribuye la música compuesta por Ricardo Ramírez Durán, ejecutada en vivo por el Quinteto de Alientos Municipal bajo la dirección de Edgar Rivera Salinas. Lejos de acompañar desde fuera, la partitura parece filtrarse por las paredes de la casa: a veces apenas un soplo, a veces un acento que subraya la inquietud de Felipe, la sensualidad de Aura, la agitación de Consuelo.

Cuando llega el descubrimiento —ese momento en que el tiempo se pliega y los cuerpos entre los tres personajes muestran su verdadero vínculo—, la puesta en escena recurre a su gran gesto final: la caída del velo. No hay estridencia, sino la claridad inesperada de un secreto finalmente expuesto: aura, sombra, eco de los cuerpos que lo habitaron.  

El estreno de “Aura, la esencia de la memoria” se llevó a cabo el  de noviembre, en dos presentaciones realizadas en el Teatro de la Ciudad de Puebla, como parte del Festival La Muerte es un Sueño.

Una parte de la producción fue financiada a través del estímulo que otorga la convocatoria Compañías Circulares IMACP 2025. Tomó por lo menos ocho meses de trabajo el montaje de la obra. Volverá a montarse a principios de 2026 en el Foro Breve Espacio Puebla.

La compañía Cuentos para no dormir–Teatro Freak ha llevado a escena historias de terror y suspenso desde hace por lo menos trece años.

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