Por Abayubá Duché / @AbayubaDuche
En la democracia, al menos la liberal, la oposición es un elemento fundamental, tan importante como el gobierno mismo. Los pensadores del liberalismo democrático tenían muy claro que en el juego pacífico por el poder quien ganara no debía ganarlo todo y quien perdiera no debía hacerlo de modo absoluto, de tal suerte que se respeten a las minorías (que también deben estar representadas) y se establezcan los contrapesos suficientes para impedir que un régimen se vuelva autoritario.
Por primera vez en el siglo XXI, un candidato presidencial obtuvo, en el sistema pluripartidista mexicano, más del cincuenta por ciento de los votos, dejando un pequeño espacio para que las oposiciones coexistan, si es que logran seguir existiendo.
En definitiva, los adversarios de AMLO, MORENA y lo que parece será el nuevo régimen, quedaron casi desdibujados, pero frente a este hecho por demás conocido, lo que sorprende son las estrategias de la oposición para recuperar protagonismo en el escenario público. El PRI, el partido único del régimen autoritario del siglo XX, el que se miraba como invencible y que hoy está al borde de la desaparición, parece que quedará en manos de las caras más viejas y que más se asocian con la debilidad más grande del partido: la corrupción. Y si la idea es formar nuevos cuadros políticos, los incentivos para ser priísta no son muy evidentes, más cuando casi cualquier ala (desde la más estatista y revolucionaria hasta la más liberal) tienen cabida en las filas de MORENA. Los Beltrones, Gamboa, Moreira y Ruíz Massieu están de frente al reto más grande que el revolucionario institucional enfrentará en sus casi noventa años de vida.
El PAN, una fuerza política con una larga tradición democrática, que supo jugar por muchos años, del lado de la oposición, ahora experimenta una lucha sin escrúpulos entre el panismo tradicional y el oportunismo de quienes a billetazos se apoderaron de sectores importantes del partido. Al menos cuatro grupos se han encañonado políticamente: los calderonistas, que de no obtener la dirigencia de acción nacional amagan con formar un nuevo instituto político; los exgobernadores, encabezados por Corral y que se jactan de representar los verdaderos valores del panismo; los anayistas, que se rehúsan a salir del CEN; y los Morenovallistas, acostumbrados a nutrir el odio entre sus adversarios y ejercer su poder político a partir de la compra de voluntades que implica mucho dinero.
Los medios de comunicación, esos que por años han sido anti-AMLO, hoy terminan por centrar su crítica en la inviabilidad de descentralizar las instituciones federales, como si la ubicación de las secretarías fuera prioridad sobre las agendas de derechos identitarios, de las libertades económicas o del Estado de derecho. Parecería que López Obrador ha sentado cada tema de la agenda pública y los medios simplemente reaccionan frente a las posturas del presidente electo. Andrés Manuel ha ocupado cada centímetro del debate público y ha dejado a los líderes de opinión tradicionales en una posición secundaria.
Frente a esta evidente parálisis de las oposiciones, el gobierno entrante podría verse tentado a sobre-ejercer su legítimo poder y olvidarse de las minorías poco representadas.
El primero de diciembre se inaugurará una nueva etapa en la vida política del país, pero la pregunta que queda flotando es ¿Este nuevo régimen incluirá una oposición?