El dogma del voto

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“Los candidatos y partidos políticos podrán difamarse e insultarse hasta el cansancio, pero nunca pondrán en duda el sistema”, escribe Alejandro Badillo

ALEJANDRO BADILLO | @Alebadilloc

En medio del frenesí por las elecciones que se acercan en nuestro país hay un consenso del cual es difícil escapar: el deber patriótico y ciudadano del voto. Los candidatos y partidos políticos podrán difamarse e insultarse hasta el cansancio, pero nunca pondrán en duda el sistema. De igual forma, los opinadores en los medios masivos de comunicación jamás cuestionarán la democracia electoral. Es lógico, tienen que respaldar el statu quo ante el desencanto de la población por las elecciones que va en aumento más allá del ruido mediático que genera. Por ejemplo, en el proceso electoral del Estado de México del año pasado votó poco menos de la mitad de los convocados. Este fenómeno se repite en países como Francia, España o Estados Unidos. En la primera vuelta de las elecciones en Guatemala, en el 2023, no ganó el abstencionismo, pero sí el voto nulo, señal de la insatisfacción de los ciudadanos con las instituciones de su país.

Hay alarma ante la pérdida de credibilidad en las elecciones. Por esta razón, cuando se acerca la fecha para votar hay un bombardeo constante en los medios y, así, motivar la participación. Incluso, desde hace tiempo, se fomenta el sagrado deber cívico en los estudiantes y hasta en los niños. Sin embargo, hay un gran problema: se le dan tantos poderes mágicos al voto que lo que provoca, en lugar de entusiasmo electoral, es incredulidad. Recuerdo un cartón de hace unos años: en una colonia conformada por casas de cartón y lámina, un niño le pregunta a su padre la razón por la cual son pobres. “No voté”, le contesta él. Por supuesto, la imagen estaba dirigida para asustar al elector y que no votara por el actual gobierno. Más allá de la confrontación entre partidos, todo se resuelve con el voto libre y, por supuesto, informado. ¿Quieres resolver la contaminación? Vota. ¿Quieres eliminar la desigualdad y pobreza? Vota. ¿Estás inconforme con la corrupción? Vota. Los problemas del país se resuelven en la jornada dominical. Sin embargo, la fantasía electoral se desvanece al día siguiente de sufragar, pues las promesas de campaña se volverán, en mayor parte, compromisos sin cumplir. A pesar de esto, el votante puede estar tranquilo, pues ejerció su deber cívico y, claro está, podrá quejarse todo lo que quiera, pues haber tachado la boleta lo blinda ante cualquier crítica. 

El dogma del voto está rodeado de un aura de una fe cuyo misticismo tiene muy poco encanto en nuestros tiempos. Es entendible: el gatopardismo electoral es cada vez más cínico. Si antes había divisiones más o menos claras entre los partidos políticos y la casta que los dominaba, ahora puedo votar por Morena para encontrar, oh sorpresa, que mi candidato tuvo una revelación y ahora es un encendido adversario del partido que respaldé, justo como sucedió con las senadoras Lilly Téllez o la poblana Nancy de la Sierra. A esto se suma la crisis de representatividad en la política mexicana. La élite compite contra sí misma y, por supuesto, defiende los mismos intereses de clase. Ante esto, sólo queda convertir a los candidatos en atractivos productos de mercado. Ya no bastan los pendones, mantas, folletos y demás basura que inundan nuestras calles, ahora la publicidad ha colonizado internet gracias a los omnipresentes algoritmos. También nuestros números de teléfono han sido vendidos al mejor postor para que nos llamen de vez en cuando en nombre del candidato que, orgullosamente, nos quiere representar para defender nuestros derechos… como proteger la privacidad de nuestros datos. 

Si los bailes de los candidatos, chistes, eslóganes, regalos, promesas, excentricidades y todos los elementos que mencioné no son suficientes, siempre queda la opción punitiva. Una vez que termina la elección y con los datos de los electores que faltaron a su cita con la democracia, los opinadores afines a los partidos que perdieron –en los años recientes han sido de la oposición– vuelcan su ira ante la masa abstencionista. En su fantasía electoral, creen que todos los que no se formaron en la casilla eran votantes seguros para sus candidatos sólo que no tuvieron la lucidez, valentía y sabiduría para elegir la opción correcta, es decir, la de ellos. De esta manera, llenan el ciberespacio con sus quejas y proponen medidas sacadas del catálogo de algo que podríamos llamar totalitarismo electoral: el voto obligatorio; multas a los abstencionistas; despojo de cualquier ayuda social, son las más socorridas. Sin embargo, nunca hacen la mínima autocrítica y se ponen en los zapatos del no votante, el pecador que decidió darle la espalda a su país. No pueden entender que, para el ciudadano promedio –más allá del voto duro de los partidos– las elecciones tienen cada vez menos sentido. Al final del día, por poner un ejemplo que he visto desde que tengo memoria, ir a formarse para votar significa escoger entre un candidato que ofrece microcréditos a los emprendedores y otro que ofrece lo mismo, pero con palabras un poco distintas. Uno promete inversión en el campo y el otro también. Otro, faltaba más, propone mejorar la seguridad y el adversario también. Lo cierto es que vemos cómo nuestras ciudades y nuestro nivel de vida se deteriora cada año mientras los que piden nuestro voto reciclan, cada vez que toca la sagrada jornada cívica, las mismas utopías. 

El dogma del voto, para la casta que nos gobierna, es la única forma de democracia posible. Si yo quiero ejercer otros tipos de democracia como manifestarme en las calles no encontraré la misma motivación y sí algún encontronazo con la policía. Si quiero intervenir en la política de mi ciudad tendré que juntar miles y miles de firmas para poder ascender en la montaña burocrática del Instituto Nacional Electoral. Lo mismo pasará si quiero democratizar y proteger el espacio público siempre asediado por la Iniciativa Privada. ¿Para qué intentar ese tipo de democracia si para eso está el voto, un producto que se ha mimetizado con los que ofrece la sociedad de consumo de nuestros años? 

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Los materiales publicados en la sección “Opinión” son responsabilidad del autor/a y no necesariamente reflejan la línea editorial de Manatí.

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