Yo deseo, naturalmente, como amante del fútbol, que sigan apareciendo Messi´s, Maradona´s, Pirlo´s, Pelé´s, pero deseo también con todo mi ser, que sigan apareciendo jugadores como el doctor Sócrates, que no sólo piensen con las piernas y el balón, sino que también sean capaces de generar ideas o escribir poemas, tal y como lo hizo el ídolo del Corinthians.
Por Álvaro Solís
Es una preocupación filosófica determinar cuál es la relación del nombre con la cosa. Preocupación de la cuál podríamos derivar, poder determinar cuál es la relación de nuestro nombre con la persona que somos. Recuerdo que la primera vez que escuché el nombre de un filósofo griego, fue a partir del nombre de un futbolista brasileño, un centrocampista talentosísimo, de los mejores de su país, que jugó los mundiales del 82 y 86.
El futbolista al que me refiero es Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, mejor conocido en todo el orbe, como Doctor Sócrates. Curiosamente su nombre surge a partir del gusto de su padre por los filósofos griegos. No fue Sócrates el único al que su padre nombró de tal modo, uno de los hermanos del futbolista uno de sus hermanos se llama Sófocles.
Sócrates surge profesionalmente en el Botafogo Paulista, aunque es en el Corinthians en donde mejor fútbol despliega, además de haber jugado magistralmente en la selección brasileña. Tuvo una breve estadía en el fútbol europeo, en el Calcio italiano, en la Fiorentina, en donde no le fue bien, debido a lo cual regresa a seguir jugando en Brasil.
Recuerdo un gol que Sócrates marcó a la ex Unión Soviética en el mundial del 82. Desde fuera del área, entre seis y ocho metros más allá de la media luna, esquivando por medio de dribles a dos contrincantes, disparó un limpio derechazo que se incrustó finalmente en el ángulo derecho del marco. También lo recuerdo en el mundial de México 86, por un penal que metió ante Polonia y otro que falló ante Francia. Jugó siempre con elegancia, espigado como era (medía 1.93), a veces sus movimientos simulaban ser los de un bailarín que describía perfectos movimientos sobre el césped. Jugador de abundante barba, parecía que la manera en que tocaba la pelota, era una proyección o consecuencia de su inteligencia.
Hasta aquí, la figura de Sócrates se muestra solamente como la de uno de más de los extraordinarios futbolistas que ha dado Brasil al mundo, como uno de los mejores centrocampistas de su país. Pero Sócrates fue una figura que no sólo destacó en el campo de juego, sino que fue, siendo fiel a su nombre, una persona preocupada por acontecer político, tomando postura pública e involucrando en ello al fútbol, al ponerlo como “una alternativa de cambio a la dictadura militar de Brasil”.
Fue gestor y líder de lo que se llamó la democracia conrinthiana, que fue una manera nueva de abordar las relaciones que existían entre los jugadores y directivos, por medio de la formación de un gobierno democrático del club que no incluía sólo a los jugadores, sino también a aguadores, masajistas, al chofer del autobús que comúnmente los transportaba. El resultado de esta experiencia única en el fútbol fue, futbolísticamente, un bicampionato del Corinthians. Durante la democracia corintiana, se determinaban colectivamente las normas que regían a todos los que formaban parte del club, se establecían horarios de entrenamiento, la intensidad de los mismos, al técnico, e inclusive la inclusión en el equipo de un psicólogo y fue también famosa cierta actitud relajada de los jugadores, quienes tenían la libertad de fumar o tomar cerveza. En alguna ocasión expresó:
“Cuando entrábamos a la cancha”, explica Sócrates, “invertíamos en mucho más que en un simple partido. Luchábamos por la libertad en nuestro país”.
Nunca en la historia del fútbol se han unido de tal manera dos asuntos que, por lo general, pensamos como absolutamente contrarios. El fútbol como un arma ideológica, como un laboratorio social, como la conformación de una especie de mundo ideal del fútbol, en donde por encima del resultado o de los recursos económicos que se obtienen con este deporte, reine el trato humano entre los integrantes de un club, el trato en igualdad. Sócrates fue militante del Partido del Trabajo, fue de los pocos jugadores que, en su época, contaban con un título universitario.
Qué lejos está el fútbol de un personaje con esa talla ciudadana, de un jugador profesional, de nivel mundial, que pueda utilizar su posición para expresar, más allá de las canchas, una posición política, que pueda llevar su entusiasmo por la participación ciudadana en términos de igualdad, más allá de una simple opinión, sino poner en práctica, tal como lo hizo Sócrates, por medio de la Democracia continthiana, sus ideas.
¿Qué hubiera pasado si el padre de Sócrates le hubiera puesto otro nombre? ¿Habría hecho este centrocampista todo lo que hizo, vinculando el fútbol como una herramienta del cambio social? Pienso en ese otro Sócrates, el ateniense, caminando por su ciudad, rodeado de sus discípulos, haciendo preguntas incómodas a muchos habitantes de Atenas. Pienso en la figura de Sócrates, el brasileño, entrando al campo antes de un juego de final, portando en la espalda no su nombre, sino el nombre de aquello que tanta falta le hacía a su país en aquella época; “democracia”.
Creo que algo tuvo que ver su nombre, el nombre que su padre puso por la admiración del mundo antiguo, con el hecho de que Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira pusiera en marcha ese maravilloso experimento que demuestra, por mucho, que el futbol no es deporte para descerebrados, que en ese espacio, que es el campo de juego, veintidós hombres no sólo patean, acéfalos, el balón. Sino que el hecho de que todos esos jugadores actúen dentro del campo pensando y creyendo en un bien común, es en realidad un signo de esperanza en lo humano, una proyección de que, como ciudadanos, podremos algún día participar, tal como sucedió en la democracia conrinthiana, en el gobierno de nuestras ciudades, tomando nuestras propias decisiones, de verdad participando activamente en la sociedad de la cual formamos parte y no la vil simulación de democracia de la cual somos víctimas y verdugos.
Sócrates dijo alguna vez, que quería morir una mañana en el que el Corinthians se coronase campeón. Tal vez antes de morir Sócrates sacrificó, como su homólogo el ateniense, un gallo a Esculapio (recordemos que fue médico de profesión) y por ello le fue concedido que el día de su muerte, el cuatro de diciembre del 2011, el Corinthians se coronara campeón, tal y como lo deseó. Yo deseo, naturalmente, como amante del fútbol, que sigan apareciendo Messi´s, Maradona´s, Pirlo´s, Pelé´s, pero deseo también con todo mi ser, que sigan apareciendo jugadores como el doctor Sócrates, que no sólo piensen con las piernas y el balón, sino que también sean capaces de generar ideas o escribir poemas, tal y como lo hizo el ídolo del Corinthians.
Este artículo fue originalmente publicado en Lo mío es, el 9 de diciembre de 2013 Lo hemos transcrito aquí con la autorización de su autor.
ÁLVARO SOLIS:
Nació en Villahermosa, Tabasco, el 16 de marzo de 1974. Poeta. Estudió la licenciatura de filosofía en la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ha colaborado en revistas y suplementos literarios como Biblioteca de México, Cauces, Crítica, Cultura Urbana, Este País, La Estafeta del Viento (España), Literal, Luvina, Oráculo de Poesía, Reverso, Tierra Adentro y Trilce (Chile). Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en 2003-2004 y 2004-2005. Becario en el FONCA en el área de poesía. Premio Tabasco de Poesía José Carlos Becerra 2003. Mención en el Certamen Estatal de Poesía de Tabasco en 2003 y 2004. Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2006. Premio Clemencia Isaura de Poesía 2007 por Cantalao. Ha participado en las antologías Los mejores poemas mexicanos edición 2005, FLM/Joaquín Moriz, 2006;Anuario de poesía mexicana 2004, FCE, 2005; y en el libro colectivo José Carlos Becerra: los signos de la búsqueda, CONACULTA/Fondo Editorial Tierra Adentro, núm. 254, 2002.