Por Yassin Radilla de A Pata
Para hablar de ciudad hay que caminar por sus calles. Lo mismo para hacerlas. También para decidir, disfrutarlas, modificarlas, hacer política… Tan sólo con caminar, descubrí, por ejemplo, que en Puebla uno puede andar por la banqueta del costado derecho y de pronto, en cualquier punto, darte cuenta que ya estás en el izquierdo. Si quieres saber dónde, pregunta.
Este, y otro tipo de curiosidades, como que existan huellas podotáctiles con destino a una gran pared, por extraño que parezca, también son disfrutables si tenemos el gusto de caminar en ellas, eso sí, siempre con la mirada al piso y al frente, un vaivén necesario si no se desea tropezar.
Pese a los pormenores y obstáculos de muchas ciudades, el caminar da chance a la reflexión. Quizá sobre asuntos personales o la inmortalidad del cangrejo; sobre la ciudad en sí misma o en el espacio urbano y sus principales funciones para la construcción de nuestras propias vidas. Andar por las calles de una ciudad abre nuestra mente, la dota de una percepción que nos lleva incluso a pensar sobre el papel que éstas juegan en el hilado de relaciones humanas, pues su diseño y formas inciden en muchos ámbitos, en muchos más de los que se puede llegar a pensar.
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Para entender la trascendencia de la calle, basta con pensar en los grandes acontecimientos sociales de los que han sido -y serán- testigos, en los que la masa, -la ciudadanía- demuestra su capacidad de transformación. Jordi Borja, teórico del espacio público, sostiene que la relación entre el poder y la ciudadanía con los habitantes de una ciudad se materializa en la conformación de las calles, plazas, parques… Por lo que además de ser parte de la construcción de nosotros mismos –dimensión simbólica-, las calles son también un espacio político.
Así pues la calle no sólo es la vía para llegar de un punto a otro, tampoco es el lugar para el tránsito exclusivo de vehículos motores. Como diría el citado experto, la calle forma parte del espacio público, del ámbito físico de la expresión colectiva y de la diversidad cultural y social. No es gratuito que se utilice la expresión “escucha lo que dice la calle” para aconsejar a los gobernantes y políticos que se alejan de lo que la voz ciudadana apela.
Ya que recordamos su trascendencia, entonces, ¿por qué no nos sumamos al esfuerzo de reapropiación? Digo esto porque actualmente existen esquemas para su diseño que han incurrido en el error de darles forma sólo en función de las necesidades del tránsito vehicular, esto como parte de un paradigma de desarrollo urbano que se apega a las necesidades capitalistas actuales y nada más.
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En Puebla, como ya he dicho en otros textos, existen ciudadanos –expertos en el tema y otros que no- que han decidido asumir su protagonismo, ya sea en solitario o en colectivo, en el proceso de reivindicación de lo que la ciudadanía percibe como calle y sus principales funciones; y van más allá: buscan que sean los habitantes de la ciudad quienes decidan cómo deben ser: la horizontalidad en la construcción y diseño del espacio público.
En muchos foros y espacios de discusión sobre este tema estos actores han llegado a la conclusión que la suma de voluntades hace bien a la causa: una ciudad más humana, democrática e incluyente, en contraste de una motorizada, autoritaria y excluyente, ésta última la norma imperante en México.
Por ello extienden la invitación a otros, para que desde su nicho social, con sus respectivos conocimientos y capacidades, a solas o en grupos organizados, promoviendo políticas públicas al respecto o sólo caminando, encabecen acciones que resuelvan sus necesidades particulares o las de su entorno cercano relacionadas al espacio público, asumiendo su papel en el re-diseño de su calle, en un primer momento, y de su ciudad, en el futuro mediato, pues en términos prácticos la ciudad es la casa de todos, el hogar de los ciudadanos del siglo XXI.
Fotografía: Flickr