La travesía beat que no tuvimos

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MARIO GALEANA | @MarioGaleana_

El viaje es una posibilidad de redención de la vida. Frente a nuestro tiempo acotado, la carretera ofrece un sinfín de posibilidades. Yo, a mis 27, no podría ser astronauta. Pero podría, en cambio, despertar bajo el sol plomizo de Acapulco la mañana siguiente, o caminar por las calles pedregosas de Oaxaca durante la noche.

Viajar es soltar las amarras. Viajar implica afilar la astucia y los sentidos. Todo huele, todo se escucha y todo se observa con la nitidez que nos arrebata la cotidianidad de los días. Viajar es entrar a la espesura de algo que también somos; el que viaja se descubre siendo otro.

Quizá por eso la mejor descripción sobre las posibilidades del viaje es aquella que ofrece Kerouac: “No sabía a dónde ir excepto a todas partes”, dice Sal Paradise, su alter ego, en un fragmento del viaje que narra En el camino.

En la novela, fincada a finales de los años 40, todos los personajes se desplazan y ninguno puede mantenerse quieto más allá de unos cuantos meses. La carretera es el fin y no el medio. En esa travesía se encuentran con otros jóvenes que viajan en autostop durante el verano para buscar trabajo en los campos, o bien para descubrir su propio país.

El testimonio de ese viaje tuvo un efecto multiplicador. W. Burroughs asegura que no sólo se agotaron cientos de miles de copias, sino que la novela también “vendió un trillón de pantalones Levis, un millón de máquinas de café exprés, y mandó a miles de chavos al camino”.

Porque la seducción del viaje solitario en carretera es sobre todo juvenil. El que ofrece su tiempo al camino sabe —de algún modo sabe— que al volver aún podrá hacer todo eso que el canon marca: rendirse frente a la vacuidad del día común. Y que por eso el viaje le ofrece una oportunidad única, un paréntesis en medio de lo inevitable.  

Pero la realidad se ha sobrepuesto a la redención del viaje. Hoy, en pleno 2020, las posibilidades de realizar un viaje en carretera como el de los beats resultaría imposible. Hace un par de décadas que algunos decidieron que este país ya no era nuestro: que había regiones en las que simplemente no podríamos entrar jamás.

La violencia en el país ha provocado que la idea de viajar solos sea aterradora. Frente a nosotros han tendido un anuncio luminoso que indica el fin del camino. Éste es un sentimiento más agudo entre algunas de las mujeres que conozco, porque la violencia machista ha estado allí desde hace más tiempo. Para algunas, viajar ha sido una experiencia catártica: ir desprendiéndose, poco a poco, de aquel temor inenarrable, sin que llegue a desaparecer por completo.

Los beats tuvieron un país. Nosotros, el fantasma de uno.

Los textos publicados en la sección “Opinión” son responsabilidad del autor/a y no necesariamente reflejan la línea editorial de Manatí.

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