Señora cuarentena

cuarentena

ANA JOAQUINA MUÑOZ

Hace más de dos meses llegó la señora cuarentena… 

Llegó rápidamente y sin avisar. De un día para otro pasamos a este estado desconocido de aislamiento. Llegó por sorpresa sin anunciar cuánto tiempo se instalaría, llegó para volverse nuestra cotidianidad y para cambiar nuestras vidas.

Los medios de comunicación y algunas personas comenzaron a difundir desmesuradamente mensajes a través de los cuales, como cubeta de agua fría, entendí que mis planes, mis amigos y mis estudios quedaban cancelados, un miedo profundo me invadió; ¿Quién es esta señora cuarentena que tiene el poder para quitarme todo sin pedir permiso? 

Así comenzó el aislamiento, estado en el que tarde o temprano te topas contigo.

En este mundo sobrepoblado en donde me despierta el vendedor de pan, la ambulancia que corre a salvar la vida de alguien y los pajaritos que viven en el árbol de enfrente; en donde las calles parecen un concierto de ruidos obsoletos, ahora estoy conmigo misma. A veces, en mi soledad, encuentro a una amiga que me entretiene, me divierte, y no pierde la capacidad de ver lo positivo. Otros días me encuentro con una mujer desconocida que ya no encuentra encanto ni viendo el cielo, y que en lo más profundo lo único que anhela es lo que la señora cuarentena le quitó de un día para otro.

La cuarentena se ha dedicado a enseñarme mediante este profundo y melancólico sentimiento al cual llamamos “extrañar”, lo que realmente me llena el corazón de alegría, lo que es indispensable en mi cotidianidad para sentirme completa y para sentir que pertenezco aquí: el contacto humano. 

No hay día que no anhele entablar una conversación con mis mejores amigos mientras las risas nos interrumpen y la guitarra nos acompaña, y se nos llena el alma de recuerdos y  gratitud.

No hay día que no me despierte pensando en aquellas mañanas en donde el cielo se pintaba de colores, los pájaros amanecían acompañando los colores del cielo y yo corría a clase de 7:00 am, a la cual llegaba para ver miles de rostros soñolientos y cabezas despeinadas que me ofrecían una amable sonrisa y un ¡Hola, como estas!

No hay fin de semana que no piense en una comida familiar, ruidosa, interrumpida por la inquietud de todos los que ansían compartir sus hazañas, aquellas comidas llenas de cariño, y a veces, peleas, como en cualquier familia, pero llenas de tías y primos que aprovechaban de paso ese día para decirte te quiero; bandejas de comida y un plato de ensalada  circulaba por la mesa sin gran éxito. Después venía el postre, sobre el cual todos se avalanzaban como si se fuera a acabar.

Tampoco hay tarde en la cual no se me antoje estar rodeada de mis amigas, escuchando como van por la vida, intentando calmar mutuamente nuestra incertidumbre ante el futuro que nos espera, y aveces, curando corazones lastimados y confundidos, cambiando de tema por viajes a la playa que aunque se quedan en planes resulta divertido imaginar.

No hay mañana en la cual no se me antoje escaparme al mercado con papá para dejar que los colores de los miles de camiones de frutas y verduras me quiten el habla. Y qué decir de la zona de las flores, en donde el olor me llena de tranquilidad y un “llévele, llévele güerita” me hace volver a una realidad en donde las personas vienen y van como hormiguitas.

Le agradezco a la señora cuarentena por enseñarme lo que nunca quiero perder, lo que me es indispensable y lo que aveces disfrazo con cosas materiales que al final del día nunca lograrán hacerme sentir como lo hacen las risas, el cariño, la compañía  y el abrazo de las personas que caminan junto a mí. 

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