Familias de personas desaparecidas marcharon este 8 de marzo para exigir a las autoridades la localización de sus hijas e hijos, madres, sobrinos y primos.
MARIO GALEANA | @MarioGaleana_
Lo que Paloma decía ese 8 de marzo es que le preocupaba haber estado buscando a su hija Karina Yazmín durante cuatro años en los lugares equivocados. Era la 1 de la tarde y el sol bufaba sobre el asfalto con furia.
“No les están haciendo perfil genético a las desconocidas. Nomás las mandan así a la fosa común. ¿Qué tal que mi hija está enterrada en una fosa desde 2016 y yo buscándola en otros lados?”.
Se lo decía a la familia de Fabiola Narváez Rojas, que enfrenta la fatalidad de la desaparición forzada en Puebla desde hace dos meses, cuando Fabiola desapareció junto con Betzabé Alvarado Gallardo, una amiga suya.
Las tres —Karina, Fabiola y Betzabé— tenían menos de 25 años antes de desaparición. Sus familias llevaban consigo ese y otros indicios sobre quiénes eran: sus rostros, algunas señas particulares, el lugar y el día en el que fueron vistas por última vez, un número a cual llamar en caso de conocer su paradero.
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El mediodía de ese lunes 8 de marzo había al menos otras 100 personas con los retratos de sus desaparecidos al hombro, con el rostro de sus desaparecidas impreso en las camisetas, en lonas, en donde fuera.
Estaban arremolinadas en torno a la Fiscalía de Puebla, que había tratado de parapetarse con vallas que no superaban el metro de altura. Esas vallas habían servido para que allí las familias colgaran, uno a uno, decenas de retratos: aquí una niña, aquí un chico, aquí una mujer, aquí un niño. Aquí una hija, aquí un primo, aquí una madre, aquí un hijo.
Al frente de la Fiscalía de Puebla, con un megáfono en mano, María Luisa Núñez Barojas, la fundadora del colectivo Voz de los Desaparecidos, le deseaba un feliz cumpleaños a su hijo Juan de Dios, al que vio por última vez hace más de tres años.
Si las cosas hubieran sido distintas, María Luisa estaría esa tarde festejando con Juan de Dios su cumpleaños 27. Pero, en cambio, estaba allí pidiendo justicia por él.
“No estamos las mismas familias del año pasado”, decía María Luisa por el megáfono. “Triste y vergonzosamente hay madres, familias que se suman por primera vez a esta marcha, a esta movilización”.
Lo decía porque, con cada año, crecen los registros de personas desaparecidas y, con ellos, el número de familias que buscan a alguien.
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La llegada de todas esas familias a la Fiscalía de Puebla capituló una marcha de las familias reunidas en el colectivo Voz de los Desaparecidos, formado desde 2018.
La marcha inició en la Comisión de Derechos Humanos (CDH) de Puebla y avanzó por el Centro Histórico con dirección a la Comisión Estatal de Búsqueda de Personas.
En Puebla, la desaparición forzada pretende invisibilizarse tanto que ni siquiera hay un anuncio que distinga a la comisión de búsqueda del resto de las casas que la circundan. Cuando las familias llegaron a ella, lo que encontraron fue una casa de muros altos y una pequeña entrada de madera reforzada con barrotes.
Las familias pintaron sobre el piso el nombre de la comisión y pegaron sobre sus muros carteles con mapas y fichas de mujeres desaparecidas.
“Esta comisión de búsqueda se instaló en febrero del año pasado”, voceó María Luisa, “y quienes han estado cerca saben que las familias de víctimas desaparecidas empujaron y lucharon para que se creara. Hoy, desgraciadamente, nos hemos topado con pared. Esta comisión es inoperante para las familias”.
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Y había un rumor de rabia en el aire. Las familias gritaban para que la comisionada estatal María del Carmen Carabarin saliera a recibirlos, pero nadie abrió la puerta. Sólo Rocío Limón, madre de Paulina Camargo, desaparecida desde 2015, recibió una llamada desde el interior: le dijeron que la recibirían a ella y a María Luisa.
Pero ambas dijeron no: o eran todas las familias o no era nadie. Y entonces nadie entró.
La marcha avanzó hacia la Fiscalía de Puebla. Al frente, dos mujeres portaban dos urnas con las leyendas “Desaparición forzada” y “Feminicidios”.
Al llegar a la sede, las familias hicieron un pase de lista de cada una de las mujeres desaparecidas en Puebla. María Luisa voceaba su nombre y luego depositaba en las urnas hojas dobladas que contenían información sobre cada una de ellas. La única elección que importa es ésta, parecía decir: buscar o no a nuestras desaparecidas.
A distancia, arropadas por la poca sombra de ese mediodía, algunas familias platicaban entre sí. Ahí estaba Paloma, preguntándose si su hija podría estar o no en una fosa común.