Preludio a la mejor época del año

cielo

Perder el norte se vuelve mucho más frecuente en estos días; entre tanto estímulo y expectativa, es fácil confundir lo urgente con lo necesario, lo deseable con lo posible

HUGO ERNESTO CARRASCO | @H7GO

Rumbo al final de año, por estos lares, el cielo parece desprenderse de sus nubes. Prescinde de ellas para dar paso al sol en su forma plena. Un aire frío se instala en los rincones de las habitaciones públicas de nuestra sociedad. Los olores se desprenden con más fuerza desde las distintas geografías que recorremos. Pasamos de los suspiros vacacionales de verano, al recuerdo de esta ilusión que llamamos México, para posteriormente celebrar octubre con sus cumpleañeros y aniversarios, y llegar así, llenos (literalmente) a noviembre, con esa tristeza o nostalgia que sabe a chocolate, mandarina y pan. Posterior a esto, diciembre se dibuja como la orilla final, el mes al que numéricamente nombramos “12”, ahí donde el año parece implosionar antes de tiempo, como si los olores, sabores, atmósferas, tristezas, enojos y alegrías se atomizaran en pocos y vertiginosos días. Uno se vuelve más sensible y por lo tanto, para bien o para mal, lo que vamos viviendo, adquiere una mayor presencia y efecto sobre nuestras emociones; no saben lo mismo las buenas o malas noticias rumbo al final del año, quienes habitamos estas épocas, estas latitudes, los sabemos de alguna forma.

El presente escrito no es más que una breve reflexión sobre los meses de la segunda mitad de año, aquellos que moldean nuestra cotidianidad con aromas distintos, que llenan de colores los espacios públicos pero al mismo tiempo, también los espacios íntimos. Si quieren, también pueden llamarle una romantización de esta época, a decir verdad, no importa, vale algo la pena explorar sus complejidades. En primer lugar porque parece que algo común se instala en todas partes, y que eso nos une de alguna forma. Quizá los primeros seis-siete meses del año son más individuales en cuanto a su vivencialidad, quizá los últimos son más colectivos y eso marca una diferencia en la forma en cómo planteamos los mundos que nos rodean. El espíritu de la época parece sacar del cajón la diversidad de sentimientos que aguardan su retroalimentación previo el ocaso del año; nadie queda indiferente.

Es cierto, no todo es miel sobre hojuelas. Al tiempo que se aceleran los días por las celebraciones y las conmemoraciones, también parece que el ritmo de nuestra cotidianidad se inunda de impulsos presurosos que terminar por sacar de quicio a más de una persona, sea porque en el tráfico los automovilistas manejan imprudencialmente perdiendo el sentido original de la época, o porque lo que debieran ser cálidos reencuentros dan paso a acartonados compromisos, o porque en la casa el trabajo de cocinar, de adornar o de organizar, originalmente pensado para hacerse en colectivo, se vuelve una carga individual que termina por oprimir a las personas. Reflexionar sobre las inercias que repetimos, es también tarea necesaria.

Perder el norte se vuelve mucho más frecuente en estos días; entre tanto estímulo y expectativa, es fácil confundir lo urgente con lo necesario, lo deseable con lo posible, y claro, una fiesta o reunión cuya finalidad es alguna conmemoración espiritual, alguna evocación cívica, familiar o religiosa, puede volverse también un nodo de discordias y luchas irreconciliables, de expectativas colectivas o individuales rotas o atravesadas por su propios contexto (violencia, anomia social, crisis económica, etc…). Pero, recuperando el optimismo, a veces, también quiero pensar que estos meses, sirven para -en lo individual- cicatrizar heridas, reconciliarse con uno mismo o con otros, para reencontrar sentido a nuestra existencia, tener una breve tregua o respiro frente a lo trepidante; en lo colectivo, para poder recuperar la experiencia del reencuentro con el otro o con el nosotros.

Sí, en los meses finales parecen emprenderse diversas renovaciones y cierres de ciclos, desde los fiscales (el SAT, por supuesto) hasta los personales o familiares. No es casualidad que los nuevos propósitos, por mucho que estos no logren cumplirse, se sigan preservando como la práctica medular en los minutos finales del año. Quizá la ilusión abstracta es mucho más importante que el hecho concreto, y por ello, a pesar de la visión materialista que se tienen respecto a estos meses, quiero pensar que lo importante por muy intangible o inmaterial que sea, sigue preservando su centralidad en nuestras vidas.   

Los materiales publicados en la sección “Opinión” son responsabilidad del autor/a y no necesariamente reflejan la línea editorial de Manatí

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