Ecos del recuerdo

ecos del recuerdo

En esta columna invitada, Ángel Hernández escribe sobre la interrupción de un recuerdo del pasado durante una mañana de domingo.

Angel Hernández Linares

Ecos de un recuerdo lejano y casi borroso llegan a mi cabeza, aferrados a permanecer en mi subconsciente como destellos de una vida lejana que parece desvanecerse, arrastrados por la rapidez y convulsión con la que los nuevos tiempos avanzan.

Parecen ya muy distantes esos suspiros que alguna vez fueron vivencias, algunas alegres, otras no tanto, como todo hogar los malos momentos existen pero lo buenos prevalecen en la piel. Mientras la fantasía de estar nuevamente en ese espacio y tiempo se vuelve realidad la memoria de mi nariz me confunde de manera sorpresiva regalándome el aroma inconfundible de café matutino.

Mientras mis ojos permanecen cerrados el sonido de los pájaros suena en la lejanía, mi mente pronto me lleva hasta ese momento que tanto añoraba, mis ojos se abren y estoy ahí, justo en ese recuerdo lejano que tanto se negaba a desaparecer, mis manos pequeñas y suaves me hacen entender en donde estoy, las cicatrices ya no están, o más bien aún no es tiempo que aparezcan.

Mi cuerpo ágil y lleno de vida ahora se siente ligero y mi estomago con hambre me obliga a despertar, el camino lo sé de memoria pues aún no se borra de mi recuerdo, mi corazón palpita por el entusiasmo de volver a estar donde estoy ahora, la puerta y la perilla dorada son exactamente como lo eran hace tantos años atrás.

Mientras se abre la luz del alba matinal ilumina el recuerdo de un lugar donde pasé tantos momentos agridulces, todo estaba en su lugar, la televisión de cajón gris sobre el librero de madera de oloroso pino, aquellos muebles con sus inconfundibles forros de tela y el viejo loro verde cantando para ser sacado a la brisa de la mañana, una rutina que no era vista como tal, sino como un ritual que era llevado a cabalidad, todo con un mismo fin, la convivencia familiar.

Bendito domingo cuando la familia se reúne a comer el desayuno que con tanta dedicación la madre preparó desde muy temprano, el padre llega de la mano con la hermana pequeña, alegres y rebosantes de esperanza, todo sucede, el recuerdo se hace vívido y agradable, un éxtasis de emociones potenciado por la realidad de saber que después de ese momento en familia ya nada siguió igual.

La televisión al fondo se escucha, nada importante que decir salvo las noticias y los goles del sábado, nada de eso importa pues la compañía es la mejor que se pueda tener, algo que el tiempo lo enseña y en su momento se menosprecia mientras no se conoce aun el valor de la unidad y la familia, aquel momento de nostalgia y alegría pronto fue interrumpido.

Una voz fuerte y clara se escuchó dentro de mi pecho interrumpiendo mi momento de tranquilidad, reconocer aquellas palabras y esa risa me llenó de nostalgia y miedo por perder nuevamente aquello que alguna vez fue querido, sensación de ahogo y asfixia acompañada por un tenso nudo en la garganta me hizo ponerme de pie tan rápido que mis piernas pronto tambalearon, sin duda era él, el mismo que tiempo después nos abandonó tan fugazmente que su partida causó una herida que hasta el día de hoy no ha podido sanar, lágrimas escurriendo de un rostro infantil pronto cayeron sobre aquel piso verde, mi mirada pronto vio la figura robusta de aquel hombre mayor caminar, tal y como lo hacia cada domingo sin falta, copiosas lagrimas escurrieron y el velo del transe me trajo a la realidad.

Los ecos del recuerdo nos acercan a los abismos de la mente condenados a perderse en la infinidad del tiempo y también nos alejan de la monotonía de los tiempos que vivimos día a día, la vida se nos escapa de las manos atesorando lo que puede ser y no valoramos lo que fue, pues los recuerdos son parte de nuestra vida, detengamos un momento nuestro frenético andar y admiremos todo aquello que fue y ya no será pues los que parten no volverán a darnos un consejo o un abrazo, hagamos que el tiempo que tenemos por delante valga la pena de algún día recordarlo con alegría.

Angel Hernandez tiene 31 años. Se considera un escritor novato que busca abrirse paso en la escritura. Ha autopublicado dos libros en Amazon llamados “Un pueblo a las orillas del río” y “El viaje del samsara”.

Los materiales publicados en la sección “Opinión” son responsabilidad del autor/a y no necesariamente reflejan la línea editorial de Manatí.

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