Paseo Destino: un perfil del escritor poblano José Luis Prado

José Luis Prado escritor Puebla
Fotografía de portada: Daniel Chazari

Autor de los libros “Si algo ligero” y “Migrar bordes”, el escritor José Luis Prado desvela su proceso creativo y parte de su mundo interior en este perfil.

BRYAN HERNÁNDEZ | @elbryaann_
Con fotografías de Daniel Chazari

—Para ti, ¿qué es la escritura?

—Para mí la escritura es un ejercicio de “perspectiva”, perspectiva en el sentido de distancia con lo que uno es. Porque uno trabaja con la memoria, así que todo lo que escribamos tiene un llamado hacia atrás, y ese llamado, que se afecta en la ficción, de alguna manera logra colarse en la página. Aunque a veces no seamos conscientes de ello, lo cierto es que allí está. Disfrazado, oculto, entre líneas, pero está. Y eso, al menos a mí me parece, refleja algo de lo que somos.

***

Ayer lunes 19 de diciembre de 2022, a las once de la mañana de un día soleado con viento frío, en la cafetería Punta del Cielo del Eco-Parque Metropolitano de Puebla, estaba sentado un escritor: un escritor joven que consultaba su teléfono y que se agachaba para darle galletas a su acompañante —una basset hound de doce años llamada Lumía— mientras esperaba pacientemente su taza de café.

El local es amplio y tranquilo. Se encuentra en la zona más elevada del parque. A excepción de los muros de carga, las paredes son de cristal, de manera que permiten ver a la gente que —abajo, alrededor de un promontorio con una docena de árboles desnudos, y la escultura de un corazón turquesa en el centro— viene todos los días para ejercitarse.

Él estaba sentado en una mesa frente a la barra. La pierna cruzada, el cuerpo ligeramente recargado contra el respaldo de la silla, a sus espaldas aparecía entonces un campo coloreado de verde intenso, seguido por la estructura blanca del Museo del Barroco y, más allá todavía, la cinta plateada de la carretera Atlixcáyotl. Con la mirada escondida detrás de unas gafas oscuras, su postura daba a creer que quería pasar desapercibido. Anónimo.

Nacido en 1981, escritor, editor y tallerista, tres veces becario del PECDA y autor de dos libros, Si algo ligero y Migrar Bordes, su nombre es José Luis Prado, y sobre él es que trata este perfil.

—Hola, ¿qué tal? —dijo José Luis Prado apartándose ligeramente de la mesa.

Había venido andando desde su casa en la Prolongación 19 sur. Vestía un pantalón de pana café, camisa de franela a cuadros, tenis para hacer footing de la marca Nike.

—Siéntate, siéntate —y arrimó una silla para hacer otro lugar.

Alto y delgado, de piel canela y facciones angulosas, con una sonrisa serena y una barba a medio afeitar, su apariencia recordaba la de un viajero que recién hubiera parado en la última estación. Resaltaba entonces un rostro salpicado de pecas, pequeñas cicatrices como cráteres que dejó un acné, su larga cabellera negra amarrada en un chongo, y unas líneas plateadas sobre la m que dibujaba su frente.

—¿Quieres pedir algo?

En definitiva, ya no era aquel muchacho de 15 años que vivía en la colonia Santiago y que tocaba la guitarra. Por lo menos ayer, ya tampoco recordaba el nombre de un amigo que quería ser poeta y con el que caminaba cada tarde hasta los Fuertes de Loreto para tumbarse en el pasto como un joven maldito. Con 41 años encima, ahora era una persona que vivía en pareja, que se levantaba muy temprano para sacar al baño a su perro —no a Lumía, sino a otro más chico—, que había dejado la bicicleta por la caminata regular, el cuaderno por el bloc de notas del iPhone, y que después de renunciar a su último empleo como coordinador de fomento a la lectura en el Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla, había regresado a dictar talleres y al trabajo freelance.  

—Otro capuchino, por favor…

Pero conservaba intactas las primeras lecturas: El Lazarillo de Tormes, los cuentos de Edgar Allan Poe, unos poemas de Bécquer. Las primeras publicaciones: una columna titulada “El Gabán de Pepe” y la aparición en una antología con el cuento “Plain notebook”. El hábito de escribir todos los días: según José Luis Prado, debido a una experiencia con el escritor argentino Carlos Ríos cuando una noche, en medio de una fiesta, el autor de Manigua le confesara que se tenía que marchar, en parte porque estaba por amanecer y en parte porque éste siempre se despertaba a las cinco de la mañana para escribir.

—Yo acostumbro venir mucho al parque. Me distrae.

Y, finalmente, la necedad de que el título de sus libros siempre lleve doce letras:

Migrar (6) + bordes (6) = 12

Si algo (6) + ligero (6) = 12

A propósito de esto, él lo explicaba así:

—Es una cosa medio obsesiva, algo que tiene que ver con la forma en que yo empecé a buscar mis libros. Recuerdo que iba a las librerías y no sabía por dónde empezar. ¿Qué es poesía? ¿Qué es narrativa? ¿Qué es ensayo? Así que solamente me guiaba por el título. Tal vez no sabes quién es José Luis Prado, y no importa, pero puede ser que “migrar bordes” o “si algo ligero” te diga algo. ¿Por qué doce? No sé, es una especie de cábala, una cosa medio secreta que por supuesto ya no es tan secreta. Por eso a veces me tardo mucho en elegir el título. En ocasiones me gusta una idea, pero si no tiene doce letras debo seguir buscando. Siento que también lleva su parte de creatividad.

José Luis prado escritor perfil migrar bordes Puebla

***

Dice el escritor poblano Yussel Dardón:

—Su literatura es una apuesta, un discurso a contracorriente. En sus libros siempre existe un rastro de él sin necesariamente ser una vivencia; más bien una lectura, una imagen, una melodía. Pienso que la literatura de Pepe es de detalles, como si esas “pistas” se encadenaran para ahondar en el silencio, un elemento presente en sus libros.

Yussel conoció a José Luis Prado en la universidad. Cuenta que en aquella época no eran tan amigos, pues casi no compartían clases. A lo mucho, recuerda una ocasión en que les tocó exponer sobre ensayo literario y su charla duró siete minutos.

—La maestra estaba furiosa —cuenta Yussel—, pero dijo: «¡Bueno! Es que así son los que escriben».

Tiempo después, sin embargo, forjarían una amistad de hierro.

En este sentido, Yussel no duda en reconocer que en José Luis Prado ha encontrado un hermano de vida, alguien en quien puede confiar y a quien respeta y admira por su constancia en lo que hace. Explica que es una posibilidad de diálogo constante sobre temas de interés mutuo. Y recuerda que hubo una época en que se veían casi todos los días para hablar de música y literatura, o para intercambiarse discos o libros.

—En esa época, Pepe leía a Pitol y a Sebald, autores que lo motivaron, pienso yo, a entender la literatura como estructura y discurso. También leía a Piglia, escritor que hasta la fecha sigue siendo una influencia para él. Entonces yo le contaba sobre el concepto del tiempo en San Agustín, él sobre los paseantes y Robert Walser. Y lo de intercambiarnos discos y libros, bueno, es algo que aún seguimos haciendo.

José Luis Prado escritor Puebla migrar bordes si algo ligero

***

Pero volvamos a ayer.

Sobre la mesa, había una cajetilla de Marlboro con tres cigarrillos dentro, un encendedor, unos audífonos y un ejemplar de Migrar bordes envuelto todavía en plástico.

Al ritmo de una canción de Julieta Venegas y después una de Arjona, con una línea de luz que se filtraba por la cristalera hasta alcanzar las manos delgadas de José Luis Prado, daba la impresión de que esto era lo único que necesitaba para escribir: música, libros, tabaco, y las veintisiete letras del alfabeto como arsenal.

—Lo que hago generalmente —contaba al hablar de su proceso creativo—, como ahorita que terminé un proyecto, es volver a acercarme al Word. Releer, corregir, ya no escribir sino más bien ajustar. Cuando no, es entonces que me pongo a leer. Camino, saco notas, o veo algo, o escucho algo, o alguien me cuenta algo, y de pronto eso que me cuentan me interesa, así que lo escribo, le doy una vuelta y lo convierto en una anécdota para que funcione mejor.

(Haciendo un pequeño paréntesis, he aquí algunas notas que José Luis Prado tenía ayer en su celular: puede ser la historia del compadre, mejor una carta en lugar de la foto).

—Son notas que a primera vista no parecen significar nada, pero que uno está pensando todo el tiempo. Y creo que eso también está padre. La escritura no siempre es estar sentado frente a una computadora, sino que uno lleva la historia a donde quiera que va.

Fue entonces cuando propuso platicar afuera, a la fresca sombra de la terraza. Acto seguido, tomó sus cosas, se levantó de la silla y caminó hasta una mesa en donde apenas pegaba la luz.

Lumía lo siguió. Poniéndose de pie con velocidad, vio caminar a José Luis Prado y enseguida se puso detrás de él.

—La verdad es que yo no le saco a nada —dijo después, mientras se sentaba en una mesa del exterior—. Lo mismo puedo vender jugos o tortas, o sea, no me dan miedo ese tipo de trabajos. Y me gustan, de hecho. Creo que cada cosa tiene su parte creativa, y eso es interesante. Aunque a veces no lo parezca, todo tiene que ver con la creación.

Durante la última década, colaboró en la edición de una revista que primero se llamó El almuerzo desnudo y después Broca. Luego los malos vientos y la buena suerte lo llevaron a trabajar como librero; estuvo en la extinta Librería Educal de San Pedro, después en Profética Casa de la Lectura y más recientemente, ya también por cercanía, en la Librería del CCU. Más tarde se hartó y volvió a trabajar por su cuenta. Y antes de que todo se fuera al demonio, aunque ciertamente no la literatura, nunca la literatura, incursionó por primera vez en el mundo del periodismo.

Era el año 2017. José Luis Prado estaba por cumplir 36 años y comenzaba a salir con su pareja.

—Fue en el periódico El Popular. Acababa de quedarme sin empleo y un amigo me sugirió que fuera a probar suerte, pues se había abierto la vacante de corrector de estilo. Así que eso hice. Me metí de corrector, lo cual fue una muerte porque entraba a las ocho de la noche y salía a las cuatro o cinco de la mañana. Por fortuna, duró poco, pues a los tres meses me ofrecieron el puesto de editor de cultura, el cual tenía un horario más bien vespertino. Y yo no sabía nada sobre ser editor de cultura, así que tuve que aprender. Y aprendí muchísimo. Salí a reportear, hice entrevistas, escribí notas de prensa.

Así pues, llegados a este punto, un resumen de su vida podría ser este: que José Luis Prado nació sano, creció rodeado de amigos, descubrió libros, fue a la universidad, estudió letras, escribió en revistas, publicó cuentos, ganó becas, trabajó como librero, dictó talleres, incursionó en el mundo del periodismo, tuvo un cargo público, se volvió editor, regresó al trabajo freelance, y ahora, con 41 años de edad, vive acompañado de su pareja y de tres cuadrúpedos por el sur.

Esto es cierto, pero solo es la mitad de cierto.

La otra mitad es que también era medio vago y medio nocturno, que reprobó materias por reprobar, por la experiencia, que si bien le gustaban las letras también le gustaba la música, que antes de ser lo que fue quiso ser otras cosas, que un día se dijo que quería ser escritor, que eso hizo, que tomó talleres con Gabriel Wolfson y Guillermo Samperio, que cursó un diplomado en la SOGEM que no terminó, que lleva 17 años escribiendo una tesis sobre Ricardo Piglia, que de hecho conoció a Piglia, que aunque es disciplinado también es disperso, pero sobre todo, que aun cuando los años pasaban y los textos se le acumulaban en el cajón, que aun cuando el trabajo no le dejaba tiempo y pensaba que todo se iría por el caño, José Luis Prado fue terquedad, nunca dejó de insistir, insistir, insistir, siempre pensó en su literatura, continuó escribiendo, a veces desde la noche hasta el amanecer, y un buen día, sentado frente a su escritorio, en la soledad de su cuarto, por fin vio terminado Si algo ligero.

La otra mitad es que solo así se escriben los libros.

—Yo fui muy necio. Quería que mi primer libro saliera en Fondo Editorial Tierra Adentro. Tenía ese deseo, lo cual me llevó un par de años pues pasó por distintos dictámenes. Pero de pronto un día me habla Jimena Barrañón Salmón, la editora con la que cerré el libro, y me dice «oye, yo le estoy dando seguimiento a tu libro, ya va a salir, está a punto de irse a imprenta, pero antes quiero revisar unas cosas, ¿puedes venir?». Entonces estaba en el periódico, pero como dije hace rato, era muy absorbente, así que al final lo hicimos por correo y algunas llamadas telefónicas. Pero hizo un trabajo maravilloso, se tomó el tiempo para leerlo con cuidado, me hizo algunas observaciones. Y es ahí cuando siento que las cosas empiezan a cambiar. Ya no era el autor con un cuento publicado en una antología, sino el autor con un libro. Fue un gran aliciente, pues. Haya pasado lo que haya pasado con el libro después de publicarse, el asunto es que yo lo vi ahí, en esa editorial, y sucedió. Y para mí eso fue una apertura.

Si algo ligero es una novela que parece un libro de cuentos, o un libro de cuentos que parece una novela. Publicada en 2017 por Fondo Editorial Tierra Adentro, retrata la vida de personas solitarias donde las ciudades y las estaciones de autobuses son el protagonista principal.

—Fíjate que me estaba acordando de las primeras presentaciones de Si algo ligero en Ciudad de México. Uno de los presentadores decía algo del no-lugar que a mí me pareció fascinante. Creo que uno va escribiendo justo con algo dentro, que no estás pensando en eso como tal, pero que emerge, ¿no?  Así que no sé si se siente en el libro, pero había mucho esta idea del outsider, precisamente de un tipo que no pertenecía a ciertos lugares pero que ahí estaba.

José Luis Prado empezó a escribir estos relatos a mediados de 2010 con su primera beca de creación literaria. Su dirección era entonces el número 903 de la calle 5 sur, entre la 9 y 11 poniente, en el Centro Histórico. Un pequeño apartamento con balcón corrido ubicado en la segunda planta de una casa de principios del siglo XX. El lugar perfecto para un muchacho que empezaba a abrirse camino, y cuya vida oscilaba entre la escritura, el trabajo en las librerías y las clases en la universidad.

—Prácticamente, era un apartamento armado con lo más básico —recordaba él—. Tenía una pequeña parrilla de gas con cuatro quemadores, una lavadora, un comedor, sala de dos plazas tipo love seat, una cama matrimonial, tres libreros para mi pequeña biblioteca y un escritorio que estaba en la sala. El balcón daba hacia la 5 sur y tenía salida por el espacio de la sala y la habitación.

Pero no es esta vida espartana la que se refleja en las historias de Si algo ligero. Por el contrario, en éstas aborda temas como el viaje y la contemplación, el pasado y la memoria, la escritura y la huida.

Con el uso de distintos narradores, otra de las grandes obsesiones de José Luis Prado, las historias también rozan el ensayo narrativo, el aforismo, la minificción. Pues lejos de presentarse como un libro convencional, es ante todo un libro que apuesta por la hibridez.

—Bueno, originalmente, éste era un proyecto de libro de cuentos. Los capítulos más largos son pequeñas historias que luego hilvané para que en su conjunto funcionaran como una novela. Por eso, cuando leí la cuarta de forros, decía que se trataba de un libro “anfibio” porque precisamente jugaba entre la novela y el cuento. Porque era una novela fragmentaria o un libro de cuentos unificado.

En “La caída de un sueño”, por ejemplo, vemos a un escritor joven que busca por las calles de Xalapa a un amigo de su padre, un extraño fotógrafo que vivió en París en la década de los sesenta y que ahora imparte talleres en aquella ciudad del centro de Veracruz. En “Somewhere to disappear” vemos a Perla tomando apuntes para un cuento y viajando en autobús cuando de repente un libro le recuerda a Xuan, un mexicano de origen chino que ha emprendido un viaje con el único propósito de robar libros, porque «un lector sin valentía, que no roba, no le produce sino tristeza». En “Blanco sobre blanco” vemos la historia entretejida de dos personas, Elsie Eiler y Fritz Kocher, aunque sin llegar a conocerse nunca, mientras pasan sus vidas solitarias en Villa Monowi; hasta el censo de 2010, una población al norte de Nebraska con un único habitante.

—Yo pienso mucho en algunos libros de Hemingway o Beckett, en donde encontramos a los personajes haciendo la acción de ver. Más allá de narrar lo que están viendo, vemos al personaje en la acción de ver. Entonces, para mí, no es tan fundamental la historia, sino desde donde miras y cuentas aquella historia. Por lo menos, esa es una cosa que abordo mucho en mis talleres. Me interesa ver si tienen algún tratamiento con el narrador, pues es allí donde la historia existe en realidad.

Es por eso que también vemos el “Cuaderno de F. Kocher”, una suerte de narrador testigo que entra y sale de las historias, y que multiplica los niveles hasta volverlo un libro meta-ficcional.

Robado precisamente de El Cuaderno de Fritz Kocher de Robert Walser, la verdad es que por las páginas de Si algo ligero aparecen referencias a otros autores: Roberto Bolaño, Enrique Vila-Matas, Walter Benjamín, Alejandra Pizarnik.

—En realidad, el libro es un homenaje a Walser. Por eso “El Cuaderno de F. Kocher”. Justo él decía que le gustaba ser un cero a la izquierda, así que el mejor homenaje que podía hacerle era poniéndolo, precisamente, a la izquierda. Por eso de pronto aparece entre los cuentos un viejito por ahí. Como esta idea del cameo de Hitchcock que en realidad no modifica las historias. Y se nota, te digo. También uno es más joven y quiere poner lo que está leyendo, lo que te motiva a escribir. Siento que hay autores que aún no terminas de leer y ya quieres ponerte a escribir.

José Luis prado escritor perfil puebla

***

Cerca de la casa donde vive José Luis Prado, además del Eco-Parque Metropolitano de Puebla, hay una terminal de autobuses. Se llama Paseo Destino, una especie de CAPU fusionada con Plaza San Ángel, a la que día con día arriban 8 mil 700 personas, parten otras 6 mil 900, y van y vienen, con todo su peso de mastodonte, alrededor de 140 autobuses.

Eran las dos de la tarde. Acabábamos de dejar atrás la cafetería Punta del Cielo y ahora caminábamos cuesta abajo, por el sendero de tierra del parque, en busca de la salida.

Probablemente se debiera a la altura, a los árboles desnudos cuyas ramas se combaban formando una especie de túnel, pero la verdad es que mientras descendíamos por aquella colina, no se lograba percibir ningún ruido.

Entretanto, José Luis Prado hablaba de un par de libros que había terminado de leer. Citaba a Marina Closs, a Andrés Neuman por el lado de los cuentos, a Fleur Jaeggy y su libro El último de la estirpe; luego regresaba a Pitol y a Piglia, a releer cosas de Pitol y Prisión perpetua de Piglia; para él, sus maestros en cuanto al tema de la hibridez.

—Mira, yo no sé hasta qué punto debemos seguir las reglas como las dicta un canon, y es ahí donde tengo unos asuntos con la academia, de que el cuento o la novela debe ser una historia que va y que cierra, o de que el narrador debe ser un narrador todo poderoso… no, no. A mí no me interesa hacer tanto eso, sino más bien ubicarme en un borde, más cercano a otra cosa.

Antes, en la cafetería, se había quitado las gafas oscuras, dejando así al descubierto un par de ojos color miel. El último rasgo físico que pude yo registrar, sumado al convencimiento de que, por sobre todas las cosas, él era un verdadero lector.

Salimos del parque. Nos topamos de frente con el bulevar Municipio Libre. Así que, sin bajarnos de la banqueta, echamos a andar hacia el cruce de la Prolongación 19 Sur.

Fue el antropólogo francés Marc Augé quien acuñó el concepto de “no-lugar”. Él lo define como un espacio intercambiable donde el ser humano permanece anónimo. Contrario al “lugar antropológico”, el cual constituye la identidad de un individuo, los no-lugares son sitios en los que no se vive y que se habitan más bien de manera anónima y solitaria. De ahí que se trate de grandes cadenas hoteleras, centros comerciales, supermercados, y por supuesto, también, terminales de autobuses como Paseo Destino.

Así que pensaba en eso: en Marc Augé y su concepto de “no-lugar”, en José Luis Prado y en Si algo ligero, en lo curioso que resultaba que él viviera cerca de Paseo Destino, una terminal de autobuses, un “no-lugar”, y que éste fuera precisamente uno de los escenarios centrales de su libro.

En aquel momento esperábamos mi ruta en la parada del camión, sito en la esquina de Prolongación 19 sur con bulevar Municipio Libre, a un costado de Paseo Destino.

Lumía, tan serena desde el comienzo, permanecía tumbada sobre sus cuartos traseros, aunque de tanto en tanto se tiraba de la correa y se volvía a José Luis Prado como para decirle «ya me cansé, ya vámonos, por favor».

Por supuesto, quise contarle entonces lo que pensaba del “no-lugar”, pero en ese momento llegó mi ruta y ya no se lo pude decir.

Al final, yo me despedí de ellos con un apretón de manos y una caricia. Hacía calor, un calor que quemaba la piel. Ambos se dieron la vuelta y echaron a andar por la Prolongación 19 Sur. Esperé, de todas maneras, que en algún momento sus pasos se encaminaran hacia Paseo Destino. Pero no lo hicieron. Continuaron con su trayecto y luego se perdieron entre la multitud.

Pepe Prado escritor Migrar bordes si algo ligero

Anécdota al margen 1

Sucedió en la edición 2010 del Hay Festival de Xalapa. Como el narrador de “La caída de un sueño”, José Luis Prado había viajado a aquella ciudad con el dinero de su primera beca de creación. Aquel año Bryce Echenique era la gran celebridad, pero José Luis Prado, que previamente había consultado el programa, sabía que también estaría Piglia, y por eso llevaba un ejemplar de Prisión perpetua para que lo firmase.

—Con Bryce Echenique la cola era enorme, y con Piglia había nada más como cinco güeyes —recordaba él—. Yo había ido solamente para verlo, así que me formé, me firmó mi libro, incluso me apuntó su correo, al cual, por cierto, nunca le escribí. Pero hablamos, hablamos mucho, y para mí eso fue…

Hablaron de Prisión perpetua. Como en aquel tiempo José Luis Prado ya había empezado la tesis, le preguntaba cosas a Piglia en relación a esos cuentos. Cosas que él había visto, conjeturas que probablemente quería confirmar estando el autor allí.

Pero la respuesta que entonces le dio Piglia, además de modesta y singular, no se entiende sin Borges.

Muchos años atrás, cuando Piglia era joven, había ido a ver a Borges para entrevistarlo. No obstante, en medio de la conversación, a Piglia le había dado por preguntarle a Borges sobre la estructura de algunos de sus cuentos, a lo que éste le había respondido, probablemente con esa voz suave y pausada que lo caracterizaría hasta el final: «Ah, ¿entonces vos sos escritor?».

José Luis Prado, que conocía esa referencia, entonces platicaba en Xalapa con Piglia, cuando de pronto le escuchó decir al autor de Plata quemada: «Ah, ¿entonces vos sos escritor?».

—Y me callé, jaja. Como ya sabía de lo otro, pensé «ah, qué bonito guiño». Porque yo estaba igual, diciéndole «es que me parece que aquí usted quiere decir esto, y en esta parte cuando habla de esto tal vez se refiere…», así que me dije: «¡Madres! Me acaba de dar una buena lección».

Anécdota al margen 2

Hoy es domingo 19 de febrero de 2023. Son las once de la mañana. Estoy en la cima de la Gran Pirámide de Cholula, detrás de la Iglesia de los Remedios. Recargado contra la pared baja que sirve de mirador, contemplo entonces la ciudad de Puebla: bajo un cielo cubierto de nubes, delimitada por una cadena de cerros que ya se ha empezado a poblar, ésta aparece como protegida por un velo gris.

Pero no es solamente la vista lo que me ha traído acá. La verdadera razón, el motivo de este pequeño viaje, es porque allá abajo, al pie de la Gran Pirámide de Cholula, se encuentra el antiguo Hospital Psiquiátrico de Cholula, escenario principal de Migrar Bordes, la segunda novela de José Luis Prado.

Migrar Bordes (NitroPress, 2021) narra la historia de K., un músico que empezó a perder la memoria luego de que su esposa se suicidase, y la vida que lleva ahora como paciente de un hospital psiquiátrico. Contada a través de un narrador testigo, vemos entonces al protagonista tomando notas, deambulando de aquí para allá en un pabellón, pidiendo que retiren los espejos del hospital, contemplando mariposas y haciendo conjeturas sobre su vuelo.

A propósito, al hablar de los mayores aciertos de Migrar Bordes, el escritor poblano David Marín ha escrito en la revista cultural Leviatán :

“José Luis Prado escribe mucho más cerca de la escuela del minimalismo que la escuela del maximalismo. En otras palabras: un estilo mucho más cercano a Hemingway que Faulkner. Un estilo seco, parco, frío, pero no por ello cargado en ocasiones de resonancia poética. Un estilo mesurado que permite atisbar la desmesura de la locura. Un estilo calculado que se corresponde igualmente con el cálculo cuasi geométrico de la estructura de fondo. En ese sentido, la novela se alimenta de los silencios, de lo no dicho, de lo no comprensible para sumarlo a la aparente frialdad del texto”.

En efecto, es posible que la novela trate sobre la locura o, quizás debería decir, sobre la pérdida de la memoria, pero probablemente otro de los temas centrales sea la desaparición. K. está y no está, y es esta condición etérea, esta cualidad de fugaz —que por momentos también se le escapa al narrador—, la que acaba permeando todas las páginas y que dota al personaje de sentido. Así, a medida que su trastorno avanza, que se cambia de nombre, y que escribe y escribe, aunque olvidándose cada vez más de los acentos y las comas, mezclando en ocasiones las fórmulas de los fármacos con palabras, su existencia empieza a desaparecer, incluso antes de terminar el libro. Lo que resulta curioso, haciendo alusión a la figura del doppelgänger, es cómo el narrador también termina por desaparecer. Se contamina por la figura de K. Al final, éste se distancia del relato, y el círculo se cierra cuando nos dice que aquel hospital es ahora un museo. Como sucede con K. y el narrador, en la novela el hospital también desaparece. Existe pero ya es otra cosa. Está pero no está.

Migrar bordes novela José Luis Prado

Anécdota al margen 3 (Por Yussel Dardón)

Cuando él trabajaba en una librería yo era freelance, corrigiendo tesis y libros. En esa época nos reuníamos muy seguido para charlar, íbamos a comer y luego a beber café. Entonces no había el boom de cafeterías que se dio años después, así que nuestras opciones eran pocas. En una ocasión fuimos a una cafetería en la avenida Reforma de la ciudad de Puebla y nos sirvieron un café bastante malo, malo, malo, no sólo por el sabor sino porque éste tenía una capa de nata aceitosa que, quizás exagero, burbujeaba. Decidimos salir de ahí e ir directo a un bar. Creo que fue la última vez que bebimos café en un establecimiento. Ya en el bar nos enfiestamos tanto que terminamos en casa de no recuerdo quién, bebiendo hasta el amanecer. Yo tenía la costumbre de irme repentinamente, desaparecer, y así lo hice. Al salir encontré una gabardina tirada, así que la levanté y la llevé a casa. La arrojé sobre la cama y me dormí encima de ella. Al otro día Pepe fue a buscarme y le presumí la gabardina “buena” que había encontrado. Él se rio porque estaba sucia, muy sucia, llena de orín de perro y sabrá Dios de qué más. Me dijo: “Todo un clochard”.

*Este perfil fue escrito con el apoyo del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA- PUEBLA 2022), y forma parte del proyecto Perfiles de la Ciudad.

También puedes leer: La vida privada de los objetos, un perfil de Proyecto Análogo

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