A los 21 años, el escultor Samuel García tomó la decisión de dedicarse al arte y Tehuacán ha sido, desde entonces, un pilar en su formación. Este texto desgrana su historia, su proceso creativo y sus motivaciones.
BRYAN HERNÁNDEZ | @elbryaann_
Es invisible al ojo humano, un asunto de imaginación. Sentado en una silla, cuando habla se desprende de su cabeza una viñeta, una nube con fondo blanco: aparecen entonces los colores, las texturas. Materiales que se mezclan hasta componer un paisaje, un paisaje que no recuerda porque la memoria ha sepultado, pero que forma parte de su universo personal.
—Yo siempre he tenido la sensación de tener recuerdos de algún momento en específico, probablemente de un espacio, de un lugar por donde pasé, pero que en realidad no me acuerdo muy bien. Solamente son imágenes de ese imaginario que tengo en mi cabeza, y que después yo traduzco en objetos como forma de expresión.
La puerta del recibidor está abierta. Es una casa de dos pisos ubicada en un fraccionamiento de la Reforma Norte, a veinte minutos del zócalo de Tehuacán. Hay un pasillo, una cocina, un patio trasero. Hay una escalera que te lleva a la segunda planta donde están el baño y los dormitorios. Hay un espacio para la sala, pero no hay sillones ni televisor. Su respuesta: «No, ¿a qué hora? Ni tiempo».
—Creo que es como toda profesión. Un cirujano no juega a hacer cirugías, un mecánico no juega a reparar los coches, ese es su oficio. El panadero no juega a hacer pan, hace pan. Así que, más que inspiración o talento, para mí todo consiste en trabajar.
Es invisible al ojo humano, un asunto de apreciación. Con 39 años encima, él vive aquí solo, en esta suerte de galería secreta que, en lugar de muebles, está compuesto por esculturas, cuadros, dibujos, fotografías.
Reservado al extremo, no parece que reciba visitas en casa, tampoco que se asome mucho a la calle. Si tiene que salir a la ciudad a hacer un encargo, usa su camioneta negra que está aparcada al frente. Si tiene una fiesta familiar, una reunión con amigos, va, pero en esencia el resto de su tiempo, que no conoce de sábados ni de domingos, lo pasa a puerta cerrada tratando de que las formas de su cabeza se liberen de esa viñeta, escapen de esa nube con fondo blanco, y se logren materializar.
—Pasa que te introduces, empiezas a conocer y te das cuenta de que hay más. Es un trabajo en el que, si te gusta y eres receptivo, siempre vas a estar aprendiendo, una cosa te lleva a otra, y no acabas nunca. Por lo menos eso fue lo que me pasó a mí y a otros de mi generación. Hace unos quince o veinte años éramos unos cincuenta, pero poco a poco se fue depurando. Hoy tal vez quedamos diez, pero que ya nos dedicamos completamente a esto. Ya con ciertos logros que nos han permitido, una, permanecer, y dos, tener propuesta.
Tal vez la palabra que lo define es “disciplinado”. Por momentos también se puede pensar en “obsesionado” u “obsesivo”. La palabra que el usa, sin embargo, es “constante”. Un método fácil de entender, pero difícil de ejecutar: concentrar el máximo de su tiempo y energías en su trabajo, sin permitirse ningún tipo de intervención. El resultado: construir un mundo propio, de objetos, en paralelo con el mundo de afuera. Si Tehuacán es una ciudad de 553 km² con 248 mil 716 habitantes, con ciertas características, eso también está aquí, pero en pequeño, un Aleph distinto y particular.
—Para mí es esencial darle sitio a lo que haces. Y si eso, en tu capacidad y destreza, te lleva a crear cosas con un lenguaje universal, bueno, habrás conseguido que una persona de otro país conozca tu región.
Samuel García es artista plástico. Lo mismo hace mural que dibujo, pintura que escultura, trabajos por encargo que obras de creación personal. La más reciente, una escultura de figura humana que vendió a un coleccionista. También gestiona sus espacios para realizar talleres, participa en exposiciones de arte contemporáneo, acude a noches de galerías. Dice que prefiere mantenerse alejado de las instituciones: piensa que el artista se puede viciar. Si por alguna razón lo llaman para pedirle una obra, acepta, pero sólo porque los ve como clientes y no involucra a terceros. Además, cada tanto organiza viajes a museos de Ciudad de México, como un pequeño negocio, y en colaboración con unos familiares produce mezcal artesanal. El nombre de la marca: Inspiración, una palabra en la que paradójicamente no cree, pero que, a fuerza de no poder comprobarlo, tal vez deba existir.
Nació en el municipio de Tehuacán, a ciento treinta y tres kilómetros de la ciudad de Puebla, el 20 de agosto de 1984. Fue el tercero de cinco hijos de un matrimonio entre un herrero y una modista. Que él recuerde, nunca tuvo referentes en su familia que se dedicaran al arte. La escuela tampoco ayudó mucho: había clases de artísticas, pero o los profesores no se las tomaban enserio o bien eran de música, para aprender a tocar un instrumento, interpretar unas canciones, etcétera.
Fue en realidad el gusto por observar los vagones del tren, que pasaban por una vía cerca de casa de sus papás, lo que empezó a alimentar ese espíritu creador. En estos contenedores de fierro, las más de las veces, iban plasmados dibujos, figuras, letras bomba. Entonces pensaba: «Qué curioso, a ver si me sale uno».
Aunque ahora disfrute de ir al Museo Nacional de San Carlos y ver las salas de arte gótico o del renacimiento, o lea un libro sobre Anish Kapoor o Marcel Duchamp, tiene presente que nada habría sucedido sin las ruidosas visitas del señor tren, un alboroto de pitos y metales que hacía sacudir la tierra, como los gitanos que llegaban a Macondo para mostrar los inventos del nuevo mundo, y a cuyas presentaciones José Arcadio era de los primeros en asistir.
—Me fue bien en el graffiti porque era el momento en que empezaba a nivel nacional. Había muy pocas publicaciones, revistas. No se me hacía complicado el manejo de la técnica. Además, creo que es algo que está al alcance de cualquier persona, sobre todo cuando vives en una ciudad que carece de espacios para formación artística.
Entonces empezó a participar en concursos. Ganó en casi todos. El que más recuerda: uno que organizó la Secretaría de Cultura de Puebla y cuyo jurado estuvo compuesto por maestros del Instituto de Artes Visuales. Corría la primera década de los 2000, y Samuel apenas estaba por cumplir la mayoría de edad.
Luego su historia sigue pero no continúa, se detiene. Se detiene porque termina la prepa y porque no encuentra universidades que le den lo que busca. Mientras tanto —donde “mientras tanto” significa “hacer algo para no hacer nada”— pone un negocio de serigrafía comercial.
—Era lo que me sostenía, un autoempleo. La verdad siempre me ha gustado hacer las cosas a mi manera, y por eso podría decirte que no me molestaba. De repente había cosas divertidas allí. Pero pasa que un familiar me platica del Instituto Regional de Bellas Artes en Orizaba, y me interesa, ¿no? Le pregunto si hay pintura y que cuántos años, él me dice que tres, así que me inscribo y empiezo a estudiar. Tenía 21 años, si no me equivoco, que fue el momento en que tomé esa decisión…
—¿Cuál decisión?
—Dedicarme al arte, nada más.
El balcón de la terraza del restaurante es de piedra. A la sombra de tres árboles que crecen al otro lado sobre un área verde, los rayos del sol de la primera hora de la tarde se quedan atorados entre las ramas. No logran descender hasta las mesas, las sillas. Pese a todo, el establecimiento posee un ambiente cálido. Suena una música ambiental, y desde allí puede verse la explanada del Parque Ecológico con una fuente en el centro. La gente, joven en su mayoría, pasea con tranquilidad en este medio día de sábado. Lejos de la locura y el ruido de las grandes ciudades, la atmósfera, el clima, y el olor a tierra seca que desciende de la Sierra Madre del Sur, hacen creer que el tiempo corre más lento de lo normal.
Fue en este sitioó que el gobierno municipal colocó una escultura de Samuel en 2018. Se llamaba El Chivo, en alusión al “mole de caderas”, un platillo típico de la zona. De dos metros de altura, con la forma del macho cabrío, ésta poseía una estructura de fierro en su interior, estaba recubierta por una malla metálica y forrada en resina y fibra de vidrio. Resaltaban entonces los relieves en la escultura, los cuales buscaban representar elementos característicos de la zona: la sal de grano, el tejido de palma, las montañas que rodean el valle de Tehuacán.
Sólo duró nueve meses. Luego, con la llegada de la nueva administración, la obra fue trasladada a las inmediaciones del parque El Riego, en donde finalmente terminó abandonada, descuidada, vandalizada, sin cabeza, debido a la poca vigilancia en la zona por parte de la autoridad.
Han pasado tres años desde aquel incidente. Cuando pregunto a Samuel lo que sintió entonces al enterarse que destruyeron su obra, él entorna los ojos y se queda pensando. Después añade, reflexivo:
—No me causó mucho conflicto porque era un encargo. Si una persona me pide un cuadro y ésta lo acaba rompiendo, ¿yo qué le puedo decir? Es su decisión. Desde luego, en su momento mantuve una postura con lo que había sucedido, pero no porque fuera mi obra, sino más bien en defensa del patrimonio artístico de mi ciudad. Tenía esa responsabilidad, pues. Y habría hecho lo mismo si le hubiese ocurrido a la obra de otro.
Por supuesto, después se hizo una rueda de prensa. Para entonces, el hecho había despertado el interés en los medios locales y generado un par de teorías: 1) que no fue más que un acto de vandalismo, o 2) que se trató de algo premeditado.
Samuel, en una nota publicada por El Popular, parece haber apoyado la segunda. La razón: costaba trabajo creer en un acto vandálico, porque para cortarle la cabeza a la escultura se requería por lo menos de un esmeril. Las autoridades municipales, por el contrario, confiaban en que una cosa como esa, en plena época de pandemia y en Tehuacán, sí que podía suceder.
La verdad nunca se supo. Al final, en común acuerdo entre Samuel y el gobierno municipal, se estableció que la obra sería devuelta al autor, cosa que sí ocurrió, y que se gestionaría el recurso económico para poderla reparar, cosa que no ocurrió, mejor dicho, cosa que no ha ocurrido, que francamente no se sabe si vaya a ocurrir.
***
—Yo creo que llegar a la obra icónica, representativa, indudablemente exige haberlo intentado muchas veces. De repente muchos dicen “ah, ya hice mi obra maestra”. No, espérate. Después de cientos de obras llegas a una y eso si bien te va.
De nuevo, es el Parque Ecológico, a unas cuadras del zócalo del Tehuacán. Es un restaurante de comida mexicana que se llama La Granja. Samuel, separado ligeramente del respaldo de la silla, toma cuchillo y tenedor, después corta un pedazo de cecina y se lo lleva a la boca. Mastica, con lentitud, luego se pasa la comida y bebe un poco de agua.
Dice que una cosa que le molesta es la mediocridad. Por eso, y porque en el pasado ha tenido ya malas experiencias, ha tenido que alejarse de ciertas personas, sobre todo de aquellas que no se toman el trabajo en serio, que sólo le dan a la “artisteada” unos días y luego se desaparecen. Dado que el trabajo de escultura requiere casi siempre de muchas manos, lo primero que hace al arrancar un proyecto es buscar colaboradores. No tiene un equipo fijo, es gente que viene y va. El único requisito, además del pago que él les ofrece por ayudarlo: que sean personas interesadas en aprender.
—Yo no creo haber llegado a la mía, me falta mucho, lo cual no significa que no me gusten mis obras. Todas me dan una satisfacción, pero es una satisfacción que pasa y se va, y después a lo que sigue. Y lo que sigue es, además de trabajar, renovarse, tener propuesta, algo que sólo se consigue cuando decides cultivarte. Hay que escuchar, hay que leer, hay que ver, hay que ir a ver la obra en vivo, conocer lo que otros están haciendo, y darse cuenta de que no todo es Tehuacán, no todo es Puebla, no todo es México, tiene uno que tratar de ver más allá, porque tú puedes sentirte muralista, por ejemplo, pero ¿ya fuiste a Palacio Nacional a ver los murales? ¿Ya visitaste el Polyforum Cultural Siqueiros? ¿San Ildefonso? Eso es el muralismo, ese es el grado del muralismo para poder sentirte muralista, mientras tanto sólo estás en el proceso.
Viste pantalón de mezclilla, camisa azul, tenis rojos. Luce una larga cabellera que le llega hasta la cintura, y una barba que corre por sus mejillas y le cierra en el mentón con forma de candado. Es la indumentaria que lleva todos los días, pero que deja en el ropero cuando le toca participar en exposiciones. Entonces le agrega un poco de formalidad al asunto: un saco negro, una playera blanca, zapatos de vestir.
Sobre las exposiciones, dice que son eventos que disfruta porque puede platicar con el público. Dice que no le molesta la pregunta común: «¿Qué es eso?». Al contrario, dice que le da gusto. Le da gusto porque dice que al menos a una persona la llevó a cuestionarse. Dice que entonces da una respuesta, a veces técnica, a veces teórica, en ocasiones emocional, y que al final sólo la persona elegirá qué hacer con eso. Dice: es que eso también te da libertad. Luego agrega: porque no creas a la expectativa del gusto, creas para ti y sólo para ti y nada más.
—Claro que el éxito comercial a veces es una referencia. Si la obra se vende mucho es porque tal vez es buena, ¿no? Pero vamos, las tortas y el pan también se venden, y los tacos más; , sin embargo, tú haces arte… , si sólo quieres vender, pinta cosas que se vendan, si realmente quieres hacer algo diferente, piénsale más.
—Entonces, ¿el arte no debe ser comercial para ti?
—Sí, pero vamos a suponer, si mi objetivo no es sólo vender por vender, sino realmente proponer, nutrir mi gremio, aportar a la tradición, estoy obligado a construirme más, a tener propuesta y evaluar mi propuesta, y además conocer lo que hay en el mundo. Conocer de lo que está hecho mi segmento, y en esa medida poder mejorar. No repetirme, pues.
No tiene obras maestras. Las que tiene, sin embargo, le han valido no pocos reconocimientos: veintinueve exposiciones nacionales, cinco internacionales, además de haber sido nominado al Premio Internacional Iberoamericano a la Trayectoria “El Nevado Solidario de Oro Argentino”, y de ser uno de los pocos escultores mexicanos con obra permanente en Europa, concretamente en Italia.
—Fue una grata experiencia. Por la cercanía, fui a Francia a ver el Museo Nacional de Cerámica, el Palacio de Versalles, el Centro Pompidou de Arte Contemporáneo. Se trató de un proyecto de escultura en hierro forjado. La realicé con ayuda de un amigo arquitecto, y la hicimos en un promedio de catorce días. La participación era para formar parte de un bosque escultórico en el marco de la X Bienal de Soncino, una ciudad que está cerca de Milán, y la pieza se quedó allí.
Fragmento 01. Ese es el nombre de la escultura. Una obra en hierro de más de dos metros de alto con la forma de un triángulo escaleno, pero que al mirarla genera la ilusión de un cuadrado semihundido en la tierra. Puede ser que esté emergiendo, puede ser que esté hundiéndose todavía más. Con figuras pintadas sobre su cuerpo, que también parece estar compuesto por retazos, llama la atención lo que está adentro, al interior de la escultura y que sobresale: una suerte de ramas del nido de un pájaro, las conexiones de una máquina imposible, señal de que fue arrancada del armatoste.
En un post de «Samuel García Arte», su cuenta personal en Facebook, él escribe:
Punto, líneas, o sólo manchas. Es complejo retornar al principio de la expresión a lo primitivo, esa forma tan gestual que implica la gimnasia de la pintura, una conjunción de movimientos y proporciones naturales que permiten usar nuestras medidas corporales y ritmos mecánicamente conjugados, que hacen de la expresión un acto primitivo. Así imagino que fue el principio en la expresión rupestre pintar; hasta donde permiten las extremidades, usar los dedos, las manos, las marcas de objetos casuales en una visión al interior del ser.
En otro, en el que de paso agradece por todo su apoyo a familiares y amigos, Samuel aparece posando junto a su escultura: la cara sonriente, el brazo extendido, la mano con dos dedos arriba.
—Sí, bueno… —dice con la mirada clavada en el piso. Luego la levanta para completar la oración—: Un recuerdo feliz.
Samuel camina por la calle. Es una avenida transitada con varios locales abiertos: zapaterías, tiendas de ropa, restaurantes de comida rápida, supermercados. El sol está en su punto más alto y se siente un calor que quema la piel.
Tal vez al rato llueva y se hagan charcos en las esquinas y los cerros que rodean el valle desaparezcan entre la niebla, pero por ahora Tehuacán es un ir y venir de personas, una fiesta de claxonazos y escapes abiertos, la hélice de un molino girando en la lontananza.
Y en medio de este peculiar universo se encuentra Samuel.
—Para mí Tehuacán es uno de los motivos de mi trabajo. Tehuacán como ciudad, Tehuacán como recursos, Tehuacán como amigos. La cosmovisión que se tiene del Tehuacán antiguo en la escultura. Tehuacán no es lo que haga hoy una persona o un personaje de la ciudad, Tehuacán es más que eso. Así que si hoy pudiera conceptualizarlo diría que es un pilar en mi formación, en mi entender. Y por eso, también, siempre le doy esa importancia a donde quiera que vaya. Tan es así que en muchas exposiciones he pedido que se agregue el nombre de la ciudad. Que no diga solamente “México, Puebla”, sino que diga “Tehuacán, Puebla, México”. Con apellidos.
*Este perfil fue escrito con el apoyo del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA- PUEBLA 2022), y forma parte del proyecto Perfiles de la Ciudad.