El texto que leerás a continuación forma parte de una ponencia presentada el 25 de septiembre en el marco del “1er encuentro de egresados de la licenciatura en Ciencias Políticas” en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la BUAP.
HUGO ERNESTO HERNÁNDEZ CARRASCO | @H7GO
Me encantaría presentarme ante ustedes como un caso de éxito, como un politólogo plenamente realizado en su quehacer profesional; decirles que hay que echarle ganas al estudio, a la vida, que basta con ser proactivo y curioso, tener disposición y otras serie de cuestiones que pudieran delegar la plena responsabilidad de sus posibilidades, a un comportamiento estrictamente individual. Pero no, hoy no hablaré desde el pedestal de la victoria sino desde el gélido refugio de la espera. No es mi afán contagiar pesimismo alguno, o plantear desde el realismo más cínico, algo que nos lleve a contemplar la oscuridad de las circunstancias con más crudeza, en realidad no he venido a eso. He venido sí, a dar testimonio sobre algunos avatares, algunas satisfacciones, algunos dilemas, algunas complejidades que atraviesan la trama del quehacer politológico dentro de la investigación.
Los/las/les politólogxs que habitamos estos lares, lidiamos con variopintos asuntos. Los frentes que se nos abren sobre la marcha son múltiples, desde aquellos que subyacen en la intimidad, y que chocan en nuestro día a día con la idiosincrasia cotidiana de quienes nos rodean: “es que solamente te la pasas sentado, leyendo”, “oye, eso que estudias, ¿es para ser abogado?”, “y aparte de escribir, ¿qué más haces, en qué trabajas?, ¡ah, entonces quieres ser político! Y frases así, de las cuales no acabaría por referenciar y de las que seguramente ustedes han escuchado tanto como yo. Otro frente es el interno, el que tiene que ver con nosotros/as/es mismos: la coyuntura ataca, posa sus garras sobre nuestras ansias por decirlo todo, nos carcome, nos dice que si no opinamos algo al respecto de lo que está ocurriendo en nuestras narices, nos quedaremos pasivos, en esta quietud que nos condena a la irrelevancia de las cosas. En lo personal y después de varios años, valoro la espera, valoro llegar tarde para observar las cosas en su completa dimensión.
El politólogo tiene un ritmo propio, y hacer ciencia política no implica necesariamente hacerlo al ritmo de ese mar bravío que es la realidad. Nadie te dice que frente a los clásicos, que frente a los hechos, frente a otros estudios y frente a otros colegas, uno requiere de paciencia y trabajo, para distinguir lo real de lo aparente, de paciencia y disciplina para que las cosas ocurran, de paciencia y rigor, para no dejarse llevar por la primera idea que nos tiente a hablar, para no empeñarnos en siempre tener la razón; de paciencia y diálogo, de paciencia y escucha, de paciencia y observación, para escribir de forma argumentada.
Ahora al cabo de los años, al cabo de pasar por ese ciclo de entusiasmo/odio/aversión y reivindicación de la ciencia política, cómo valoro aquello que estando en la carrera, omití: la escucha, la observación, la conversación y hacer comunidad. Elementos subestimados dentro de la trama que compone parte de nuestro corpus analítico.
En lo personal, no me preocupa que se nos hable de la torre de marfil, sino en dónde la ubicamos, y en lo personal, considero que algo problemático y de lo que casi no se habla, es de la torre de marfil que construimos dentro de nosotros mismos y de la cual rara vez salimos para articularnos en la escucha, en el diálogo, en la cooperación y convivencia con otros. Cómodos, sí, en nuestras lecturas, en nuestro diálogo interno, en nuestra razones, argumentos y postulados irrefutables, asistimos a juzgar/opinar desde nuestro silencio. No me preocupa la torre de marfil como metáfora, al final, siguiendo la lógica de Virginia Wolf, si hay quienes requieren de un cuarto propio, no veo por qué pugnar por una torre propia para hacer ciencia política, aunque sea de bloque y cemento, al final, lo preocupante no es la torre, sino que estemos aislados en ella, dentro de nosotros mismos.
La observación, la escucha, la conversación con colegas de nuestra misma y de otras disciplinas que enriquece nuestra mirada, es más que necesaria, es un asunto incluso de supervivencia. Y lo que es más, el hacer comunidad, el cooperar, el convivir, el hacer y el estudiar acompañados.
Nos llenamos la boca y los ensayos hablando de otredad, del otro, de los unos otros, pero qué tanto estamos abiertos a hacerlo en nuestras propias latitudes disciplinares, qué tanto dejamos este individualismo inercial que nos promete este brillo de estrella solitaria en lugar de luchar por la construcción de un universo colectivo e inconmensurable. Mínimo, antes las vanguardias, las escuelas, las nuevas miradas se instalaban desde cafés, charlas, plazas públicas o instituciones. Postulamos con grandielocuencia que la realidad ahora se ha vuelto más compleja, más difícil de aprehender, pero qué contradicción fenoménica ¿no? Ya desde hace algún tiempo, asistimos a un espectáculo de fragmentación, de indiferencia, y ojo, hablo estrictamente en términos de confluir con los otros en términos epistémicos, en términos de discutir y articular auténticas comunidades de conocimiento que se atrevan a escuchar, a dialogar, a hacer comunidad para crecer juntos. Esto además, toma peculiar relevancia en el contexto de una realidad a la que es transversal la precarización, las formas de violencia, la exclusión, la subalternidad, asuntos que no son solo objetos de estudio, sino también asuntos que quienes hacen ciencia política vivimos de alguna manera en carne propia.
Ahora bien, ¿sirve de algo estudiar ciencia política? Es una pregunta odiosa, es una pregunta odiosa porque no todo siempre tenemos que justificarlo en función de alguna utilidad, ¿sirven de algo las pinturas rupestres de Altamira o en su momento el Quijote? Evidentemente no podemos caer en lógicas dicotómicas o en respuestas binarias, y esto aplica para casi todo. La labor del politólogo pasa necesariamente por una especie de inconmensurabilidad, casi imposible de medir, imposible de reconocer y de reconocerse. Aquí están entre nosotros y seguramente ustedes también, colegas llenos de triunfos que solamente dos o tres personas comprenderán a cabalidad pero que rara vez resultarán significativos para alguien más.
Las comunidades académicas, harto estudiadas por Bordieu, aparte de disputas simbólicas, al menos en nuestros lares, también cuentan con historias significativas que están a la espera de su abordaje, historias llenas de países (y hablo más en clave latinoamericana, que es la realidad que me interpela) donde el trabajo intelectual no es necesariamente un objeto de valoración comercial; estamos así en nuestro imaginario colectivo, todavía en la etapa primaria donde el trabajo manual es lo único que produce valor agregado. La lucha por el reconocimiento gremial y por el reconocimiento al trabajo intelectual como engranaje que da valor agregado a nuestras sociedades, está aún muy lejos de reconocerse. Y sí, compañerxs, salvo que ustedes sean aristócratas con la vida resuelta, el dinero importa, no como mecanismo subordinante sino como aquello que en esta realidad hace posible nuestro sustento para continuar con la labor politológica a la que hemos decidido apostar.
Así, el politólogo tiene varios frentes, el interno, el comunitario, el gremial, la realidad apremiante, el campo epistemológico. Y esto, considero, es un reto hermoso, complejo, mucho más complejo que -me atrevo a decir- solo hacer política. Es, un reto articulador que requiere de, además hacer política en un sentido gremial, hacer ciencia con rigor, hacer gestión con la mirada puesta en avanzar rumbo al reconocimiento social y epistemológico que requiere nuestra disciplina; realizar observación, escucha, articular distintas miradas, ser sensibles no solo en sentido social sino también estético.
Concluyo con este poema, que escribí inspirado en quien considero una de las mentes más brillantes de mi generación (MEPA) y que de hecho se encuentra entre nosotros. Este breve ejercicio literario refleja mi sentir frente a la situación de este colega, que realizando en Inglaterra su doctorado, se enfrentó desde el punto de vista humano, demasiado humano, a la soledad de lo que era estudiar ciencia política. El poema se llama Becario y dice así:
Becario
Eres el verano de las hambres que colisionan en tu mente
la soledad de la duda frente al logos instituido
la escultura de los triunfos [hecha de silencio]
la carne cercenada de las ideas (que otros se apropian en el rastro)
la virtud aristotélica de un mundo que solo tiene memoria para los extremos
la pared en la que se raspa el eco de una lectura derrotada
un diluvio de conceptos sin lengua
la luz difractada en la fuente del mediodía de los libros
el eslabón más débil de la academia alimenticia
la esperanza de la tradición a tus espaldas.
Muchas gracias