Aprovechando las campañas electorales, en esta columna Hugo Hernández nos comparte una reflexión sobre el oportunismo político.
Hugo Ernesto Hernández Carrasco | @H7GO
No tienen idea de qué hacer con lo público, no tienen un programa político solvente, a lo mucho, ocurrencias derivadas de una tertulia, ocurrencias derivadas de un ‘copia y pega’ de otros programas políticos, ocurrencias que poco sometieron a debate. Les sobra pragmatismo pero carecen de personalidad política, es decir, carecen de una serie de aptitudes, valores y habilidades para problematizar y actuar sobre el territorio, lo político y lo público. Les sobra la astucia pero les falta la inteligencia estratégica para replantear el espacio público en el que se mueven, para tensionar las variables de la esfera política y por tanto, para transformar la realidad.
Qué perniciosos resultan estos perfiles, que al acecho de un cargo, de un puesto de elección, se aglutinan como parásitos de una plataforma política. Ninguna trayectoria, ningún compromiso con los ciudadanos, ningún compromiso con los electores, ningún compromiso sobre la base de ideas sólidas o de proyectos derivados del debate y la lucha política. Seguros en su pequeña diáspora de oportunistas, buscan en lo político algo de espectáculo, y con ello, la sensación de su relevancia, aunque de relevancia nada, a lo mucho, dos o tres palabras en busca de llamar la atención, pensando que basta su pequeña personalidad para manejar los temas de agenda pública. Poco tienen que ofrecer fuera de su burbuja, la cual han de pensar como muestra absoluta de la realidad en la que viven.
No es de extrañar, que esta gente sea la primera que piensa que los problemas públicos como la pobreza, la desigualdad, la violencia de género se resuelven como si fueran recetas estandarizadas o asuntos de espiritualidad individual, cercanos al echeleganismo. Son los primeros en apelar al marketing político a falta de un proyecto sólido, ya que sólo pueden pensar a la política como un producto como cualquier otro. No teniendo una trayectoria política que dé cuenta de sus capacidades, encontramos a lo mucho, un camino lleno de ruido y estridencias. No niego que estas personas, estén en la posibilidad como legítimamente puede hacerlo cualquier ciudadano, de comenzar o iniciar algo de acción política o de comenzar algo nuevo en lo público, pero la realidad y la historia nos enseñan que para bien o para mal, las propuestas políticas o emergen por una coyuntura crítica o porque llevan años intentando brotar del subsuelo, sus liderazgos son políticamente sólidos (hoy desdeñados de las esferas que anhelan la privatización de la política) llevan años construyéndose en el territorio y/o en su forma discursiva. Pero a diferencia de los liderazgos sólidos, estos perfiles parasitarios, poca idea tienen de la responsabilidad que asumen al ocupar lugares claves para la vida pública de nuestras sociedades. Es justo la responsabilidad como valor, una de las grandes diferencias entre los perfiles consolidados -con todas sus imperfecciones inherentes- y los oportunismos que bien se asemejan a inversionistas golondrinos que a la primera adversidad desaparecen. Es por ello que uno se cuestiona: ¿qué tienen que ofrecer ellos que pueda solidificar la discusión pública y la vida política?, uno se pregunta -desde la ingenuidad y la inferencia- ¿qué los lleva a colocarse en el radar del poder político habiendo tantas opciones respetables o al menos opciones con trayectorias decentes al interior de los partidos políticos? Las respuestas pueden parecer obvias, pero no es así, de serlo el oportunismo político no cobraría sus víctimas cada que hay elecciones.
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