En esta columna Alejandro Badillo reflexiona sobre la visita de Cayetana Álvarez al Festival de las Ideas, evento que se celebró en Puebla.
ALEJANDRO BADILLO | @Alebadilloc
Hace unos días se llevó a cabo la edición 2024 del Festival de las Ideas. El evento fue fundado en el 2007 por Andrés Roemer ahora acusado penalmente por cinco mujeres de violación y en prisión domiciliaria en Israel a donde huyó después del escándalo mediático –después convertido en proceso legal– generado por los testimonios de mujeres en su contra. El Festival de las Ideas (FDI) anteriormente llamada Ciudad de las Ideas ha sobrevivido a la suerte de su fundador. A pesar de las críticas al evento, particularmente el hecho de financiar un proyecto privado de Grupo Salinas con millones de pesos de las arcas públicas, desde su origen ha sido apoyado por gobiernos del Estado pertenecientes al PRI, PAN y Morena. Es de suponer que seguirá muchos años más.
En el cierre del evento de este año, una ponente levantó ámpula. Se trata de Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, marquesa de Casa Fuerte, del que es la XV titular. Las noticias se enfocaron en la crítica a la política de seguridad de la 4T –“abrazos no balazos”–, pero hay mucha tela de donde cortar. La intervención de la marquesa recorre, en la poco menos de media hora de duración, los lugares comunes del ideario anarco-empresarial difundido por el magnate Ricardo Salinas Pliego –dueño de la FDI– a través de sus medios de comunicación e intelectuales afines. Hay una idea, sin embargo, que vertebra todo el discurso salpicado, por aquí y por allá, de algunos símbolos que le dan un toque intelectual: el mérito. Según la marquesa –diputada por el conservador Partido Popular en España, para más señas– vivimos una época oscura, pues el mérito ya no es valorado como antes y, ahora, cualquier hijo de vecino aspira y llega a lugares reservados, en la época de oro del esfuerzo recompensado, a los expertos. “El mérito se combate con la saña del cruzado”, dice para continuar elaborando la siguiente diatriba: ahora todo mundo quiere las cosas regaladas y comete el error de depender de la sobreprotección del Estado y los “derechos infinitos”. El cielo, por supuesto, hay que ganárselo con el sudor de su frente y creyendo, como afirma la ponente, en la prosperidad, la riqueza y el progreso. De otra forma, el mexicano –en especial los jóvenes– caerán bajo el embrujo de los políticos populistas.
Lo curioso del asunto es, además de proclamar la perniciosa sobreprotección del Estado en un evento subsidiado por el gobierno (35 millones de pesos para esta edición, según reportes), que una marquesa hable de mérito y democracia. Una investigación del medio El Salto Diario, “Cayetana Álvarez de Toledo o Iván Espinosa: Cuando los señoritos se presentan como líderes de los jornaleros”, ofrece un panorama completo de la herencia de la parlamentaria española. Descendiente de latifundistas y terratenientes españoles –acaparadores de tierras y de recursos– Cayetana y su linaje han sabido aprovechar no el mérito de ser los mejores y, de esta manera, merecer la prosperidad, sino su posición monopólica fruto del feudalismo y del poder de la aristocracia frente al campesinado.
De esta manera se venden los adoradores del mérito como Cayetana Álvarez: les dicen a sus audiencias que el sacrificio, el llamado emprendimiento y los logros académicos son lo más importante para compartir la riqueza del mundo. Sin embargo, ellos pertenecen a una élite que se asegura que nadie más le dispute la riqueza ni los puestos en el poder público, ahora convenientemente reservados a los hijos de los antiguos señores feudales. No importa el esfuerzo que haga cualquier miembro del populacho para aspirar a algo más porque el tablero no se mueve, como se puede ver en la escasa movilidad social en España y, por supuesto, México. Sin embargo, los ganadores perpetuos del sistema dicen que el problema es el gobierno que consiente demasiado a los ciudadanos cuando lo que necesitan es creer en ellos mismos para comerse el mundo a grandes bocados. El linaje de Cayetana –ahora en el siglo XXI– encabeza el discurso inconformista contra el statu quo (la política de los sentimientos y, por supuesto, la degradación identitaria que traiciona el echeleganismo empresarial), cuando ellos son el statu quo, sólo que ahora disfrazados, como lobos bajo la piel de corderos emprendedores.
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