Letras Libres y guerra cultural en México

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¿Por qué es importante la batalla cultural en estos días? En esta columna invitada el autor reflexiona sobre el tema

ALEJANDRO BADILLO | @Alebadilloc

Hace unos días la Universidad de la Libertad invitó al crítico literario Christopher Domínguez Michael para que ofreciera la conferencia llamada “Política literaria, política cultural y pensamiento liberal”. Así, sin más contexto, este evento podría ser uno más de la agenda cultural de la Ciudad de México, sin embargo, el hecho de que la Universidad de la Libertad pertenezca al magnate Ricardo Salinas Pliego da oportunidad para explicar la orientación reciente de intelectuales que defienden el llamado “pensamiento liberal”, lo que sea que eso signifique, pues el concepto adquiere un perfil cada vez más difuso.

Una de las primeras cosas que me sorprendió fue que Domínguez Michael –miembro del grupo formado alrededor de la revista Letras Libres y del historiador Enrique Krauze– aceptara la invitación de una universidad que no pertenece a la alta cultura. El crítico literario y personajes afines ofrecen conferencias y participan en charlas en lugares como el Colegio Nacional o ferias como la FIL, sin contar foros extranjeros del mismo alcance. La Universidad de la Libertad –de reciente creación– es un centro que promueve la ideología de Ricardo Salinas Pliego, uno de los hombres más ricos del país y que, a pesar de ser beneficiario de la ayuda gubernamental desde hace varios sexenios, ha emprendido una cruzada contra el Estado. De esta manera, en la televisora y otros medios de su propiedad (con locutores, periodistas y presentadores incluidos) se defiende la “libertad” empresarial obstaculizada por el gobierno, pues sólo el capital libre de trabas nos llevará a la prosperidad, según esta ideología que no tiene ningún respaldo en la realidad. Hay que aclarar: por supuesto que las posiciones de Domínguez Michael y colaboradores de la revista Letras Libres son afines al paradigma empresarial-financiero desde hace mucho –hay que recordar la preocupación de Octavio Paz por la Bolsa de Valores en México una vez detonado el conflicto en Chiapas protagonizado por el EZLN– sólo que su prioridad había sido la cultura como medio para acompañar las promesas de la modernidad del libre mercado.

Más allá de discutir las ideas de Salinas Pliego –afines a la agenda “libertaria”, “anarcocapitalista” o capitalista extrema, si se prefiere– conviene revisar el papel que los intelectuales autonombrados liberales –como los pertenecientes al grupo Letras Libres– están jugando en una época en la cual la dinámica de los grupos de poder cultural ha cambiado. Los miembros de la revista, herederos de Octavio Paz y de cierta legitimidad social ganada por el escritor a partir de su acercamiento al gobierno y su participación en medios de comunicación masiva, publicaciones de todo tipo e influencia en las universidades, entre otros, comenzaron a experimentar el declive del intelectual público como mediador entre el Estado y los sectores educados del país. Quizás, el expresidente Salinas de Gortari fue el último político que miró y consintió a los escritores y artistas afines para que acompañaran y, sobre todo, legitimaran su proyecto económico. Era una época, finales del siglo XX, en la cual aún no existía internet y el debate público estaba restringido a los espacios fundados y protegidos por la élite cultural en feliz convenio con la clase gobernante con independencia de algunas diferencias superficiales.  

A partir de la llegada del siglo XXI y, en particular, del auge de internet, redes sociales y la ubicuidad de los algoritmos, los intelectuales mexicanos se enfrentaron con un panorama difícil de diagnosticar. En primer lugar, la autoridad que tenían en la arena pública fue gradualmente sustituida por los llamados “influencers” que lo mismo capturan a millones de internautas en YouTube o publican libros que se venden muy bien. A pesar de esto, el grupo Letras Libres y los intelectuales liberales siguieron conservando los favores del poder. Por supuesto, su influencia se redujo a un círculo cada vez más pequeño de miembros de la industria cultural, editores, empresarios, universitarios y lectores. Sin embargo, seguían y siguen –en presentaciones de libros y mesas redondas –disertando sobre literatura decimonónica, los clásicos, los valores liberales (lo que sea que eso signifique) y, por supuesto, la vida y obra del Premio Nobel mexicano. No había, en esos años, muestras de una radicalización en su discurso, a pesar de que, para conservar las apariencias, de vez en cuando lamentaban en sus columnas los desatinos y escándalos de corrupción del sexenio de Enrique Peña Nieto. 

Es, con la llegada del sexenio que está por terminar, cuando el grupo Letras Libres comienza a radicalizar su posición. Por supuesto, la diana para buena parte de sus dardos es el presidente López Obrador y su gobierno. Sin embargo, esta enemistad es sólo la punta del iceberg de una confrontación que se replica, en diversas escalas y formatos, a nivel global entre muchos actores: la llamada izquierda desarrollista –con diferentes tintes dependiendo el líder y el país, pero con un discurso nacionalista– contra una derecha (que muchas veces no se asume como derecha y que se identifica con términos ya anacrónicos como la socialdemocracia, para no asustar a sus simpatizantes) promercado y propagandista de la globalización financiera que, por cierto, ya ha generado varias burbujas especulativas con sus correspondientes crisis como la del 2007. Más aún: la izquierda representada por la 4T en México, más allá de sus múltiples contradicciones y yerros, ha reivindicado una narrativa popular que cuestiona, directamente, la idea de cultura que defiende Letras Libres y que– independientemente de ciertos rasgos que pretenden emparejarla con las exigencias de los tiempos, como la inclusión de mujeres entre sus colaboradores y una tímida agenda ecológica– sigue la línea marcada por la élite estadounidense, particularmente la línea marcada en política exterior y su relación con México y el statu quo que promueve el llamado Consenso de Washington. Sin embargo, la época ha modificado el tablero y la famosa polarización ideológica ha logrado que, para recobrar los límites perdidos, el centro se pierda y, con ello, que los intelectuales liberales mexicanos –al oponerse a todo lo que consideran “de izquierda”– se corran a la derecha extrema en aguas cada vez más peligrosas. De hecho, el grupo Letras Libres y muchos de sus colaboradores y allegados comparten con la también llamada alt-right estadounidense y europea –en temas culturales y económicos– más cosas de las que quisieran admitir. Hay varios ejemplos: el horror ante el fantasma del comunismo; el elogio de la meritocracia; la fobia a las reivindicaciones identitarias; el apoyo acrítico a la guerra en Ucrania contra el enemigo ruso; la alarma ante la dictadura castro-chavista; el desprecio al feminismo anticapitalista (que tachan de radical); el complot “woke” que desbarata a Occidente y todo lo que huela al llamado “marxismo cultural”. Curiosamente, hay tímidos –cuando no silencio absoluto– reparos a regímenes totalitarios de derecha como los de Nayib Bukele en El Salvador o Javier Milei en Argentina, demagogos con los que parecen diferir en cuanto a la forma (el ninguneo a la democracia de mercado) pero no en el fondo de sus proyectos. Uno de los recientes ejemplos de esta deriva es la portada de la edición española de Letras Libres correspondiente a febrero de este año: en la imagen se muestra un dedo acusador señalando la Estrella de David israelí y la leyenda “El odio a los judíos”. El objetivo, al igual que sucede con la línea marcada por los líderes de la derecha mundial, es desvirtuar las críticas a Israel por el genocidio en Gaza usando el escudo del antisemitismo. Sea como fuere, las contradicciones entre esta agenda son convenientemente saldadas con la oposición irrestricta al gobierno actual. Incluso, se podría afirmar que la 4T es un molde que le ha dado identidad a los liberales mexicanos y que, sin ella, habría fisuras y disputas entre ellos, pues no todos están dispuestos a cruzar el límite que divide a la derecha liberal de la ultraderecha. 

La crítica que se suele hacer a Letras Libres e intelectuales afines como grupo de poder cultural y ahora, siguiendo el ejemplo de Salinas Pliego, legitimadores o colaboradores de oligarcas, debe ir más allá de acusaciones de corrupción o el monopolio en el uso de recursos públicos. En la disputa por el control del Estado y ante el desprestigio global de la política, se intenta imponer el modelo empresarial –con sus correspondientes jerarcas– como sistema deseable de gobierno. El objetivo atrás de todo esto es continuar la depredación social para acelerar la acumulación de capital sin las estorbosas regulaciones estatales. Sin embargo, esto no es sencillo por la lógica oposición de la población empobrecida por las políticas económicas de las décadas recientes. La reacción de Salinas Pliego es, a grandes rasgos, en dos frentes: por un lado, intenta convertirse en una estrella mediática –al estilo de un superhéroe empresario al estilo de Iron Man– para seducir a las multitudes con el evangelio de la meritocracia, el culto al emprendedor y el endiosamiento del dinero. Por otro lado, su reacción es defensiva, pues las redes sociales le han dado voz a un amplio sector de ciudadanos que critican, cada vez con mayor fuerza, a los millonarios globales. A través de su cuenta de X agrede, se burla de sus enemigos y se enorgullece de su cinismo seguro de la complacencia de las autoridades, más allá de las disputas con el gobierno federal.

Ante este panorama convulso, los oligarcas intentan contrarrestar esta narrativa a través de la cultura. Salinas Pliego ha seguido, claramente, ese camino con la orquesta que patrocina, Esperanza Azteca, pero también con proyectos editoriales como la revista Liber que, por cierto, dedica su número más reciente a Gabriel Zaid, el máximo referente del grupo heredero de Octavio Paz. ¿Necesita Salinas Pliego a la cultura para legitimarse ante la ciudadanía? Una charla de Domínguez Michael o los artículos dominicales de Enrique Krauze en el diario Reforma no van a inclinar la balanza en las próximas elecciones. Tampoco lograrán que el oligarca consiga un masivo apoyo popular más allá de los seguidores en sus redes sociales que lo ven como un modelo a seguir. A lo mucho, contribuyen a fortalecer la disonancia cognitiva de los sectores proclives a él. Sin embargo, con independencia de lo electoral, Salinas Pliego y Letras Libres –ahora más cercanos que nunca– apuestan fuerte en una batalla cultural que no por minoritaria es menos peligrosa, pues históricamente las clases medias –aunque actualmente estén erosionadas y cada vez con menos influencia– han servido de base a ideas totalitarias que, gradualmente, son aceptadas por las mayorías. Ahí radica la importancia de la batalla cultural que se desarrolla en estos días.

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Los materiales publicados en la sección “Opinión” son responsabilidad del autor/a y no necesariamente reflejan la línea editorial de Manatí.

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