¿Qué es la neurociencia y cómo puede ayudar a avanzar a la sociedad? En esta columna el autor reflexiona sobre el tema.
El ser humano está determinado para sus decisiones entre el bien y el mal. El Semanario de Hamburgo Die Zeit relata que, como parte de su quincuagésimo cumpleaños, la excanciller alemana Angela Merkel deleitó a sus invitados con una ponencia del neurocientífico Wolf Singer. La sentencia con la que inicia este espacio fue la base de la conversación: el cerebro tiene una conformación neuronal que fija el comportamiento, lo cual excluye la posibilidad del libre albedrío. La sátira alemana comentó que la clase política pudo dormir tranquila esa noche al saber que el exterminio de millones de judíos se debió a prefiguraciones cerebrales y no a decisiones de sus líderes y habitantes. “Por qué precisamente las neuronas habían obrado así y no de otra manera -añadían- lo ignora todavía hoy el profesor Singer”.
La neurociencia es un área de estudios transversal que se enfoca en estudiar el sistema nervioso, por lo que el prefijo neuro se ha añadido como una tendencia a múltiples campos de estudio (neuro-política, neuro-marketing, neuro-computación, etc). En lo que toca a la ética, la neuroética se define como la dimensión de la ética que estudia las bases cerebrales de la conducta moral y el fundamento de su orientación. ¿Es posible, por ejemplo, fundamentar una ética universal? ¿Tenemos libre albedrío? De no tenerlo, ¿somos responsables de nuestras acciones? Estas preguntas reflejan la complejidad de este campo de estudios y la importancia de la discusión filosófica para entender sus implicaciones.
Un ejemplo paradigmático del debate sobre el libre albedrío es El experimento de Libet. En la década de 1980, el neurólogo Benjamin Libet (1916-2007) midió la actividad cerebral que se da durante movimientos voluntarios de las manos. El experimento buscaba generar evidencia empírica en defensa del libre albedrío. Irónicamente, Libet descubrió que 500 milisegundos antes del movimiento de las manos de los sujetos, se presentaba en ellos un conjunto de actividades cerebrales denominado potencial de disposición (PD). Si el PD del cerebro de los sujetos se iniciaba antes de ser conscientes de su decisión, el acto de voluntad consciente se descartaba. Los datos parecían desestimar la ilusión del libre albedrío.
Libet matizó sus resultados con el tiempo. Adecuó el experimento para medir la actividad cerebral de los participantes a través de una técnica llamada potenciales relacionados con eventos. Los sujetos debían mover la mano mientras observaban un reloj osciloscópico y, en el momento de hacerse conscientes de esa decisión, fijarse en la posición del punto del reloj para registrarla. Libet correlacionó ese instante con el momento en que se registraba el PD. Las relaciones lo llevaron a afirmar que el tiempo transcurrido entre el comienzo del PD y el movimiento de la mano es de unos 500 milisegundos, mientras que la señal neural tarda entre 50 y 100 milisegundos en viajar a la mano para que se mueva. Por ende, quedaban 100 milisegundos para que el yo consciente acepte la decisión inconsciente del PD. De acuerdo con Libet, ahí es donde interviene el libre albedrío: en el poder de vetar .
El experimento se enmarca en la histórica discusión entre deterministas e indeterministas. Desde la tradición estoica (determinismo cosmológico), los deterministas sugieren que vivimos en un mundo preestablecido en el cual toda acción o inacción es inevitable. Los indeterministas, como Popper y Sartre, defienden que existen aspectos de la realidad que no siguen una cadena causal estricta. En la actualidad estas corrientes pueden reflejarse, respectivamente, en el determinismo neurocientífico y el principio de incertidumbre de Heisenberg, sin que sus principales defensores hayan podido proporcionar una respuesta científica consensuada sobre qué teoría puede explicar la naturaleza de la voluntad libre.
La tesis del profesor Singer y sus críticas en Alemania exponen uno de los retos que enfrenta el determinismo neurocientífico en torno al libre albedrío. El primero a obviarse es el de reconocer sus limitaciones para integrar sus hallazgos en otros campos del conocimiento, tales como el derecho y la política. La neurociencia, por ejemplo, ha tenido avances significativos para entender las bases de la conducta moral, al descubrir que las lesiones o deficiencias en el córtex prefrontal se relacionan con trastornos de personalidad antisocial. Sin embargo, se desconoce la magnitud de la lesión prefrontal que se requiere para afectar la función inhibitoria del cerebro, lo cual podría fungir como elemento para atenuar la responsabilidad en un caso criminal. En lo que toca a la política, las instituciones occidentales se han basado en un esquema de libertades básicas. ¿Dónde descansa la legitimidad de este arreglo social si la naturaleza determinista fuera comprobable? Aún si careciera de sentido, probablemente no excluiríamos el fundamento de la libertad de nuestro arreglo, pues nuestras interacciones sociales imponen más limitantes sobre algunos individuos que sobre otros.
¿Qué respuestas puede dar la neurociencia a dilemas de esta naturaleza? Por lo pronto, una gran limitación reside en capturar imágenes cerebrales parciales. Las señales del cerebro capturadas en momentos específicos bajo ambientes controlados no dan cuenta integral de la complejidad de relaciones que nos afectan y el contexto cultural que influye en nuestra estructura neuronal y, por lo tanto, en nuestro comportamiento. En futuras entregas de este espacio se discutirán estas atenuantes y la medida en la que es posible que la neurociencia nos ayude a avanzar hacia el entendimiento de nuestra conducta moral.
Sobre el autor
Adrián Veraza es politólogo por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y cuenta con una maestría en Gobernanza, Desarrollo y Políticas Públicas por la Universidad de Sussex. Trabajó como servidor público en el Consejo Nacional de Desarrollo de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) Actualmente estudia un programa de Ma/PhD en Ética y Democracia en la Universidad de Valencia, donde busca entender las implicaciones éticas de la inteligencia artificial y las ciencias aplicadas para el desarrollo.
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