¿Qué reflexiones se deben hacer con el triunfo de Donald Trump? En esta columna el autor habla sobre el tema.
HUGO ERNESTO HERNÁNDEZ CARRASCO
El triunfo de Donald Trump tendrá implicaciones más allá de lo aparente. Hay sectores políticos que celebran su triunfo a costa de Kamala Harris, ya que sostenían que, con el candidato republicano, se podía dar un golpe de timón al lobby de la industria militar y al Deep State en general, y con ello evitar, por ejemplo, una tercera guerra mundial. Aunque suena bien, en los hechos sería pura especulación. Con los conflictos actuales en Palestina y Ucrania así como la tensión en Taiwán, el tablero geopolítico se encuentra en vilo y nada garantiza que Estados Unidos adopte una posición más dócil o aislacionista que desvanezca su co-participación.
Estas elecciones nos han dejado como parte de esta audiencia global que daba seguimiento al proceso electoral, con la sensación de que estábamos entre “lo malo y lo peor”. Pero a este aparente dilema indirecto, lo que sí podemos prever a partir de ahora, es que el triunfo de Donald Trump, entre otras, envalentonará a los grupos políticos de occidente(s) y afines, a sostener y expandir sus discursos de odio. No pasaron ni 24 horas y variados líderes políticos identificados con la derecha o extrema derecha como Farage (Reino Unido), Bolsonaro (Brasil), Javier Milei (Argentina), Bukele (El Salvador) o Salvini (Italia) le felicitaron con enjundia, interpelando además, al supuesto regreso de ciertos valores identificados por los cánones occidentales.
Lo que alguna vez fueron discretos grupos radicales de derecha en la década del noventa, lo que eran pequeños círculos de grupos abiertamente conservadores en la primera década del dos mil, dieron un salto abierto en sus posiciones políticas la década pasada; y hoy, adentrándonos hacia el corazón de la tercera década del siglo XXI, se encuentran encumbrados en el poder político, normalizados en el ágora pública y con la posibilidad de que las múltiples políticas conservadores que tienden a la criminalización de los sectores precarizados, la exclusión social de lxs diferentes, al recelo de lo distinto, a la aporofobia, se materialicen en políticas concretas, se normalicen como parte de la acción política, se expandan en sectores importantes del mundo con tal simpatía y legitimidad, que muchos de los derechos y espacios ganados por el progresismo social en décadas pasadas, se vean en franco retroceso.
El abanico de este tipo de políticas comprende desde la lucha contra la libre decisión de la mujer respecto a su cuerpo, el menoscabo de los derechos de distintas minorías, la desconfianza y el posterior desfinanciamiento a la lucha contra el cambio climático y en general a la agenda 2030, así como la acciones de securitización y medidas expresivas de punitivismo en aras de generar mayor percepción de seguridad; claro, a costa de la criminalización contra capas poblacionales cuyas intersecciones son múltiples: género, clase, raza, entre otras.
Así, el futuro se nos presenta también como un reto de necesaria autocrítica. No sólo se deberá vigilar estos vaivenes políticos, sino desde los sectores militantes de naturaleza crítica y progresista, habrá que recalibrar los diálogos, la difusión de las ideas, la acción política, revisar las prácticas de poder en los espacios ganados, no dar por sentado que el discurso o que los decretos de ley se abren paso por sí solos, sino que requieren de una defensa y un cambio cultural profundo del cual no sólo debemos ser co-partícipes sino creadores de espacios de oportunidad para que los valores del progresismo del siglo XXI sigan floreciendo y muestren también su valía, su vigencia y su rigor humanista en la vida cotidiana y en las luchas a las que seguiremos llamados, y a las que habrá que asistir con la mente ágil y con el corazón abierto.
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