Jesús, Zaratustra y la contemporaneidad

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Por José Daniel Arias Torres

Mientras que Jesús profesó el amor al prójimo, Zaratustra profesa el amor al lejano, una dura crítica al cristianismo, pero es que es bien conocido que el pensamiento de Nietzsche tenía como pilar la crítica a la moral cristiana, la cual ha formado y forjado a la sociedad desde que esta religión se instauró en occidente como la oficial de diversos Estados, prohibiendo por medio de la violencia, fuerza y dominación cualquier otra posibilidad de creencia y castigando duramente a todo aquel que pensara y creyera de manera diferente.  Por supuesto que esto evolucionó y, para el momento en que Nietzsche escribe sus obras, en Europa existía más de una religión y el poder de la iglesia era incomparablemente menor al que alguna vez ostentó en su pasado esplendoroso, que, irónicamente, se dio durante el oscurantismo.

La iglesia como institución hecha por hombres imperfectos ha pecado en diversas ocasiones. De hecho, lo continúa haciendo. No se puede generalizar: tanto bondades como maldades han emanado de ellas. Pero ¿qué es bueno y que es malo? Es precisamente lo que Nietzsche explica en su libro “Genealogía de la moral”; en otras palabras, el origen del bien y del mal, creaciones lingüísticas cargadas de contenido histórico y significaciones que las estructuran como conceptos inestables que varían dependiendo del momento histórico y la sociedad. Igual que el tiempo, el bien y el mal son relativos inherentes a las sociedades, y emanadas de intereses de los vencedores sobre los vencidos.

Se debe plantear una división entre Jesús como personaje histórico existente y Jesús como ser bíblico cargado del espíritu universal, símbolo representador del todo, fuerza centrípeta que atrae culto y fe. Si bien Jesús fue un altruista filántropo, esto no exime el hecho de que el credo profesado por él fundara una iglesia imperial; me refiero a una iglesia imperial pues las prácticas del Vaticano se acoplaban sumamente bien a lo que hoy conceptualizamos como imperio, con procesos expansivos, represivos, violentos y totalitarios, y es a partir de estas prácticas de donde emana la crítica a estos dogmas.

Utilizando un análisis marxista amar al prójimo significa amar al igual, pero ninguna sociedad, al menos culturalmente hablando, ha estado formada de iguales. Tan sólo debemos hacer un breve análisis histórico del concepto de humano a través del cual se han desarrollado muchos otros. Tan sólo hasta el siglo pasado en Estados Unidos, el país que se declara como más civilizado, la comunidad afroamericana era relegada a un segundo plano y aun ahora se viven los estragos de ese racismo. De la misma forma, durante y después la revolución francesa que proclamaba igualdad, libertad y fraternidad para el hombre era bien sabido que no cualquiera tenía la capacidad de ser un “hombre libre”.  En principio nos encontramos con la brecha de género y, en segundo término, con la brecha racial, económica y educativa: un ser humano era aquel varón rubio, letrado y con propiedad privada. Todo aquel que no cumplía con estas condiciones era un ser de segunda categoría.

Por supuesto que en un sentido religioso amar al prójimo significa amar a todos por igual, sin importar ninguna de las fronteras humanas creadas para la división de seres. Pero ese mensaje acoplado al momento histórico y a un ser humano en el cual las fronteras continúan sumamente visibles es importante hacer un análisis de estas palabras, pues al final nos encontramos con el hecho de que ese prójimo, es, en la mayoría de los casos, alguien igual a mí en términos raciales, en el posicionamiento de clase, religiosos, de género, políticos, etcétera, y todo aquel que no comparte la totalidad de estas características que me integran como sujeto es negado por completo o al menos parcialmente por mí. Nietzsche parece adelantarse a esto y proclama el amor al lejano más que al prójimo, amar al próximo es amarse a sí mismo, huir de ti o querer encontrarte por medio de otros. Esto peca de egoísta y hasta de narcisista: amas las similitudes al mismo tiempo de negar las diferencias, “al otro”. Es por eso que el amar al lejano, en un sentido actual, parece más humanista. Amas al otro sin tener que condicionar el odio o la negación al próximo; al contrario, la única forma de amar al otro, al lejano, es porque primero te amaste y posteriormente procedes a la segunda persona. Lo erróneo de esta época es no transitar del “yo” al “tú”, y enfrascarnos en la satisfacción incompleta de los idénticos.

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