Por Mario Galeana / @MarioGaleana_
Era el mediodía del jueves 8 de noviembre y en el Congreso de la Unión todo ocurría como debía ocurrir. Afuera el país se destripaba –porque en este país la muerte se hace todos los días–, pero nadie en el recinto escuchaba nada. Hasta que escucharon. El teléfono de la diputada Carmen Medel sonó y una voz que quedará para siempre empalada en su memoria le dijo que Valeria, su hija de 22 años, había sido asesinada.
Todo lo demás es historia. El discurso de un diputado en tribuna fue interrumpido por los gritos de Carmen Medel. Gritaba: “¡Mi hija, mi hija!”, mientras un par de mujeres trataban de abrazarla y de pegarla a su cuerpo. Otros sólo la rodearon en silencio. Y otros tantos pensaron que lo mejor que podían hacer era grabar el grito y el rostro humillado de una madre que acaba de recibir la peor noticia de toda su vida.
La tarde de ese día las redes sociales estallaron, e incluso algunos se mostraron más indignados por los imbéciles que grabaron con sus teléfonos la reacción de Carmen Medel que por el crimen de su hija.
Esa tarde, en realidad, fue rara: el gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes, informó a los medios que no sólo se había identificado al presunto asesino de Valeria, “El Richy”, sino que incluso lo hallaron ejecutado en su propio automóvil horas después. “El Richy”, según Yunes, confundió a Valeria con la pareja sentimental de un líder criminal rival. El presunto asesino llegó hasta el gimnasio en donde Valeria se ejercitaba, y su confusión había valido las dos muertes: la de la víctima y la del victimario.
Desde el jueves pasado, otras cuatro personas han sido detenidas por su presunta participación en el homicidio. Pero es difícil creer que en un país como México la justicia llegue así, tan rápido, sobre todo si se considera que a diario ocurren 85 asesinatos como el de Valeria y que sólo el 2% de estos crímenes llegan a resolverse.
El resto son nada. Una confusión, una bala perdida, un ajuste de cuentas, un tipo con mala suerte, nada. Un montón de rostros que lloran y que jamás saldrán en cadena nacional. Un montón de gritos que, en un país ensordecido, nadie escucha.
Fotografía de portada tomada de Animal Político.