Chile: la digna rabia y la alegre rebeldía

chile protesta

Al pueblo de Chile, a mi familia, a l@s muert@s de ayer, de hoy y de siempre

“Porque ha comenzado inesperada, súbita, la hora fantasma
donde volveremos a ganar las calles y el territorio
de una nueva y vieja ilusión,
reinventando el ánimo y la sonrisa.”

 Documental “Calle Santa Fe” de Carmen Castillo

ROBERTO LONGONI |@Galleta27

Las expresiones de rabia, ira y rebeldía que han irrumpido en la cotidianidad chilena durante estos últimos días no pueden comprenderse en toda su complejidad y potencia si no se echa una mirada al pasado reciente de Chile. 

Desde el año 1973 hasta 1990, una junta militar comandada por Augusto Pinochet (quien murió hace algunos años, sin cumplir a cabalidad la condena que le tocaba por crímenes de lesa humanidad) gobernó ese pequeño país del sur con mano dura, imponiendo una política de terror, tortura, desaparición y asesinato, que hasta hoy significa una honda y dolorosa herida acentuada por la falta de justicia y verdad.

De la mano con las atrocidades cometidas por la junta militar, la dictadura se aseguró de afianzar su legitimidad jurídica, creando una constitución en 1980, la cual, entre otras cosas, sentó las bases para la neoliberalización del país. 

Cabe señalar que este proceso de neoliberalización, el cual podría resumirse en la comprensión de que todo, incluyendo los servicios básicos para la supervivencia humana, debe ser susceptible de mercantilización, ha persistido hasta el día de hoy, a pesar de que desde 1990 en Chile se vive una supuesta “transición a la democracia”, por la cual han desfilado incluso presidentes supuestamente de “izquierda”. 

Ningún gobierno desde entonces ha propuesto o ha podido impulsar una asamblea constituyente que rompa, al menos en términos jurídicos e institucionales (sabiendo que eso no solucionaría del todo el conflicto ocasionado por la economía de mercado globalizada), con la dinámica del neoliberalismo. 

La educación, la salud, las pensiones, el trabajo, incluso los puertos y el agua son servicios absurdamente encarecidos en Chile, y llevados por privados que han demostrado más de una vez no identificarse con los intereses del pueblo chileno, más que para poder seguir exprimiendo ganancias y dividendos de sus carencias y necesidades. 

En resumen, en Chile el control del dinero y la ganancia es mucho más violento y asfixiante debido a un largo proceso de disciplinamiento y terror, que ha propiciado también, en apariencia, una pasividad popular que poco puede o quiere hacer ante el espejismo del consumo y el “bienestar”. 

El problema con esto es que muchas personas se empiezan a dar cuenta, también desde hace algún tiempo ya (aquí hay que señalar la persistente rebeldía y denuncia de lxs anarquistas, las compañeras feministas y el movimiento estudiantil, que representan una luz insurrecta en medio de tantas tinieblas), que el precio del “bienestar” es demasiado caro, pues hay que pagar el alto costo de la propia dignidad, la propia libertad y la propia existencia. Y de eso estamos cada vez más hartos, de entregar nuestra vida a la miserable monotonía, y a un trabajo sin sentido que no nos deja tiempo ni para abrazarnos con nuestros seres queridos. 

Es así como, resumiendo de manera muy simple algo que es mucho más complejo, el asunto en Chile no tiene que ver solamente con un alza a la tarifa del metro. Eso es superficial y no explica las expresiones profundas de rabia y solidaridad que se están dando en el marco de esta revuelta.

El alza a la tarifa del metro fue la gota que derramó el vaso, la última medida insoportable en medio de la precarización de la vida y la reducción de la existencia a la lógica del dinero, el trabajo asalariado y la monotonía deshumanizante.

Acontecimientos como los de estos días en Chile nos obligan a leer la historia de otra manera, a mirar al pasado y al presente desde otros ojos, desde la rabia, el dolor y el sufrimiento de un pueblo que vivió y vive bajo la dictadura del neoliberalismo desde hace muchos años.

En la memoria popular chilena no es solamente “algo más” que los militares estén tomando las calles, o que los vecinos se unan para tocar sus cacerolas. En estos símbolos, y en su antagonismo, persiste una historia de dignidad, lucha y resistencia en contra del autoritarismo persistente.

Esta otra lectura de la historia implica también negar el maniqueísmo de la izquierda institucional, que hoy se resguarda echando culpas a la derecha, cuando ellos han jugado un papel igual de clave en la continuidad de la represión y la precarización.

Aquí no se trata de culpar a un gobierno para enaltecer al otro, sino de denunciar una lógica perversa y hostil a la vida humana, y de construir desde abajo y a la izquierda, como ha sido desde siempre, a veces de manera latente, a veces de manera explosiva, en contra de esta indigna existencia a la que nos relegan los patrones del dinero y sus amigos los señores del Estado.

Los textos publicados en la sección “Opinión” son responsabilidad del autor/a y no necesariamente reflejan la línea editorial de Manatí.

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