Duelo

duelo
Bienaventurados aquellos que sin un centro
tienen esa forma rigurosa y modesta
de la cebolla, esa brillante redondez
y vigor para echar raíces, 
aún, sin tierra para anclar.  
Sermón desde la cocina, Nadia López García 

CAROLINA MERCEDES HERNÁNDEZ VÁZQUEZ

Hace un mes murió mi tío Jorge, el quinto de cinco hermanos. Murió lejos de la tierra donde nació, pero partió en la tierra en la que echó raíces. Su partida, debido al virus que nos ronda desde hace más de un año, un virus que nos vino a hacer más difícil todo. 

Me resistí mucho a trabajar en casa, a habitar desde otra perspectiva un espacio  que aparentemente era seguro. De repente me sentí extraña con mis cosas, con mis libros, me sentí ajena a mi espejo y a mi cama, y vino el encierro. Un par de  meses donde tuve miedo de viajar para ver y estar con mi familia, esos meses donde  observé (a veces de lejos o detrás de una pantalla, a veces en mí) esa paranoia  constante ante la “nueva normalidad”, que aumentaba al pasar tanto tiempo en redes sociales leyendo encabezados de muertes en todo el mundo, sobrecupo en hospitales, riesgo de contagios por salir a la calle, compras de pánico, “QUÉDATE  EN CASA”. 

Después los casos que se van acercando más y más: el suegro de Edna, el tío de Pedro, el papá de Pamela, Carlos y Ana, los tíos de Giovani, el compañero de trabajo de Giovani y su familia, la compañera de trabajo de Rosi, el abuelito de Abel, familiares de Joan, mi tía Mabel y mi tío Lalo, la familia materna de Mary, los papás de Viri… los casos de recuperación ante el nuevo virus, y las muertes, las del virus y las que ya “conocíamos”, pero que ante la nueva normalidad de cero contacto físico y cero reuniones, duelen más.

Viene a mi mente cuando estaba pequeña y leía o veía en la televisión casos de violencia por el narco o feminicidios que, aunque movían algo dentro de mí, también me parecían lejanos, bastante lejanos, y luego, cuando entro a la uni y me acerco a  los movimientos me indigno, me indigno mucho porque algo de esas historias también es parte de la mía.

Durante el confinamiento esa sensación de que el virus y sus efectos eran muy lejanos se terminó de golpe y nuevamente esa indignación apareció, y creció al ver un sistema deficiente en temas de salud dentro y fuera de los hospitales. También me preocupé mucho por las mujeres que harían confinamiento con sus agresores y observar que la lista de feminicidios alrededor del mundo incrementaba todos los días. Tenía mucho miedo de un contagio cercano o que yo ya tuviera el virus y viviera siendo asintomática… y me indignó y entristeció mucho no poder acompañar a muchas personas en sus cuidados, los duelos y sus  pérdidas, extrañé mucho el contacto con lo cotidiano: el transporte público y sus cumbias, los parques, la oficina, el consultorio, el café o el “lugar de moda”, los  mercados, el tianguis, los tacos de la esquina de la farmacia, los sonidos que se iban perdiendo en mis pensamientos o que resonaban muy fuerte.

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Extrañé y repensé mis relaciones, extrañé más que nunca a mi mamá y mi infancia donde  todo era o parecía más llevadero, al menos para mí. Fue el 18 de abril que vi de nuevo a mi papá, y aunque ya habíamos tenido periodos de “distanciamiento social”, ahora era diferente. El 22 de abril, Día de la Tierra y cumpleaños de la abuela Irma, pudimos reunirnos y celebrar su vida y la nuestra, y creo que fue ahí donde noté los cambios significativos: había quienes se saludaron con el codo, chocando los puños o “de lejitos” nomás levantando la mano, todos y todas teníamos un cubrebocas ya como parte de nuestro outfit, y los abrazos disminuyeron. 

Hace un año, en febrero, falleció mi abuela materna, Amparo. En ese momento aún no se hablaba de que el covid estuviera tan cercano, y se pudo realizar un ritual funerario ¿normal?… La familia materna es muy grande, así que muchas personas  acompañaron a mi abuelita en su funeral y a mis tíos, tías, primos y primas, mi  hermana y a mí en nuestra pena.

Y vaya que aligeró. A pesar de que dichos rituales en sí son muy agotadores porque se recibe a las personas que acompañan, se reparte café o té y pan, se reza, se vela toda la noche, se hace un recorrido del velatorio ya sea a la misa de cuerpo presente o al panteón o crematorio, pero, justo eso, se acompañaba así, era posible quebrarse y que hubiera brazos cerca donde  sostenerse literalmente, hombros donde poder recargarse para poder dormir un  poquito o sollozar.

Tiempo, había la posibilidad de tomar un tiempo y despedirse de  la persona fallecida y verla por última vez, de abrazar a esos familiares a los que ya no veíamos desde hace meses o años y quién sabe cuando nos volvamos a  encontrar. Y esa unión tan especial que seguía después de los servicios funerarios: alimentar a los que acompañaron y tratar de alimentarse, porque hay que “comer bien para no enfermarse” con todas las emociones y sensaciones que siguen aflorando… Recuerdo ver a tíos que son primos y primas de mi madre y que no estoy segura si los había visto antes, recuerdo que se habló de un plan para juntarse  la familia y hacer una comida para conmemorar a mi abue, de quién estaba cercano  su cumpleaños numero 89, y bueno, esas reuniones son para celebrar la vida… pero todo cambió con el primer caso registrado de Covid19 en México, en Puebla,  y la cifra subió, nos encerramos. Ya no se hizo esa reunión de vida. 

Con los casos aumentando y ya en confinamiento hubo de todo, quienes pudieron surtirse de víveres, seguir trabajando con sueldos fijos y prestaciones, otros y otras más que nuestros ingresos varían y disminuyeron, quienes pagan renta y colegiatura, quienes no pudieron ni podrán hacer home office, los que tienen miedo de contagiarse y quienes no creen en el virus… 

Recuerdo notar el temor de mi familia, aún lo veo, y las videollamadas a las que estaba acostumbrada a hacerlas con amigos y amigas que viven en otros países se comenzaron a normalizar con los más cercanos y se sentía bien, algo dolía menos pero en lo personal me dejaban una nostalgia enorme y el pensamiento de “¿y si no  le vuelvo a ver?”, así como esas frases que ya son también comunes: cuando esto acabe, hay que esperar a que se calme la cosa, hay que adaptarse, no podemos  hacer reuniones, QUÉDATE EN CASA. 

Semáforo en rojo, naranja, se abren y cierran fronteras, hay cuarentenas por doquier, policía en las calles, la delincuencia que ya existía sigue presente, las compras de pánico incluyen papel higiénico y cerveza, es común ver piñatas y juguetes de plástico con forma de coronavirus. Vivir la contingencia sanitaria en México mágico. 

Hace un mes murió mi tío Jorge, el menor de cinco hermanos. Su diagnóstico fue Covid19. No pudimos despedirlo, no hubo velorio ni funeral, todo se sentía y se  sigue sintiendo raro, de repente fue saber que no lo vería de nuevo con su sonrisa y sus largas charlas, que ya no escucharía un efusivo y fuerte “¿cómo estás, chaparrita?” o su chiste clásico cuando nos veía juntas a Mary y a mí para decir que  parecíamos un 11. Todo fue muy rápido y doloroso, para él y para la familia que no pudimos acompañar a sus hijas por el miedo y los riesgos reales de contagio, y que  tuvieron que hacer su respectiva cuarentena por tener contacto con su papá. 

CHECA ESTO:La feminista informada

Tres días después murió la abuela Irma, nuestra mamá Mima, la mujer que migró  de Centroamérica a México con su familia para instalarse a una nueva vida. Ella se estaba recuperando muy bien de una serie de caídas que tuvo en diciembre, no pudo despedirse de su hijo, y hubo varias personas que no pudieron despedirse, como les hubiera gustado hacerlo, de ella.

Ponernos de acuerdo para sus cuidados  a partir de la caída fue un proceso largo y también doloroso para todas y todos y en especial para ella, algo cambió y después se sumó que el virus estaba muy cerca. Qué importante hablar de los cuidados, de los cuidadores y de las dinámicas que surgen a partir de la enfermedad, del tiempo invertido y muy importante también  nombrar que es un trabajo no remunerado. Algo que tiene un peso mucho más  fuerte simbólica, emocional, física y económicamente para nosotras las mujeres.

Y veo que logramos apoyarnos con los recursos disponibles para ambos, para mi tío  y mi abue, y lo pienso con ella, devolverle con mucha gratitud y amor un poquitito de todo lo que en vida nos dio. No pudimos tampoco velarla, ya no pudimos  despedirnos más cercanamente de ella. Tuvo un infarto. Y nos pidieron retirarnos  del hospital por (una vez más) los riesgos de contagio de Covid19, a la mañana siguiente habría que esperar en el crematorio para recibir sus cenizas. Fue difícil, muy difícil vernos con mis primas y mis tíos sin poder abrazarnos y consolarnos ante dos perdidas tan grandes y tan próximas una de otra. Sigue siendo difícil el paso de  los días y hacer ese principio de realidad donde él y ella ya no están.

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Vivir un duelo es complejo, requiere tiempo, requiere pedir ayuda cuando es necesario, requiere parar y observarse, ensimismarse un poco para continuar, vivir un duelo en tiempos de covid19 es aún más profundo. Contamos los días y casi las horas y minutos para abrazar muy fuerte a quiénes hicieron cuarentena y ahí encontrar un pedacito de Jorge y de Mima en ellos y ellas, en nosotrxs mismxs. 

Escribo esto con todo mi cariño, amor y respeto para ambos. Les extraño y amo al  infinito. 

También va con mucha fortaleza, amor y luz para quiénes están transitando por  procesos dolorosos. 

Está bien quebrarse, está bien pedir ayuda, no estamos solas ni solos en estos momentos. 

Los textos publicados en la sección “Opinión” son responsabilidad del autor/a y no necesariamente reflejan la línea editorial de Manatí

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