En nombre de la seguridad nacional se han cerrado fronteras, bloqueado el paso a migrantes, y personas que van en busca de mejores condiciones de subsistencia.
HUGO ERNESTO HERNÁNDEZ CARRASCO | @H7GO
Incorporado al lenguaje de la política desde mediados del siglo pasado, el polisémico concepto “seguridad nacional” ha hecho de las suyas en gran parte del mundo y en especial (y de forma sangrienta) en América Latina.
Como concepto elevado a deidad politeísta patriótica, en su nombre, levantaron y desaparecieron a miles de personas en la década del setenta; en nombre de la seguridad nacional se han encarcelado a miles de disidentes, expropiado tierras, nacionalizado y al mismo tiempo privatizado activos estatales; decretado obras, obstaculizado búsquedas de información. En su nombre se han cerrado fronteras, bloqueado el paso a migrantes, y personas que van en busca de mejores condiciones de subsistencia. La seguridad nacional es una de las tantas promesas peligrosas de la política; al presentarse como una seguridad total, al tiempo que busca salvaguardarlo todo, busca también amenazas en todo el espectro de la vida, encontrando en cualquier aspecto, asunto o persona, un potencial foco de tensión que le vulnera. Una vez en los altares jurídicos de cualquier país, la seguridad nacional se convierte en Saturno devorando a su propio hijo.
En el caso específico de México, tenemos una Ley de Seguridad Nacional, la cual fue aprobada en el sexenio de Vicente Fox y cuya vigencia permea hasta la actualidad, mostrando pruebas de infalibilidad jurídica cuando los responsables de las instituciones políticas recurren a ella para justificarlo todo; así lo hizo Calderón en su “guerra contra el narcotráfico”, Peña Nieto y su partida presupuestal secreta “33701” para “gastos de seguridad pública y nacional”, así lo está haciendo López Obrador con sus principales proyectos de infraestructura. Preocupan en este sentido, la serie de precedentes que pudieran pavimentar en futuros sexenios, la justificación de otro tipo de acciones, graves y perjudiciales en su nombre.
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Este concepto, aceptado por lo general de forma acrítica en la academia, la política y la opinión pública, tiene que abolirse del lenguaje político. No sólo es imposible de operacionalizar: ¿qué es la seguridad? (vaya pregunta compleja, pues el rango de su significación es tan amplio que puede ser desde la mantita de Lainus hasta un avión de combate F-17); ¿qué es lo nacional?, ¿un pueblo con un mismo lenguaje?, ¿sólo eso? Por supuesto que no, “lo nacional” o “la nación” es en ocasiones una amalgama mucho más diversa e inaprehensible tanto en lo concreto como en lo abstracto, y justo es en esa inaprehensión que reside la dificultad de intentar definir, aterrizar y poner en práctica la ´seguridad nacional´ porque su naturaleza conceptual está mas cerca de un anhelo ficticio y muy lejos de una realidad política.
Cuando hablamos de amenazas a la seguridad nacional, nos preguntamos ¿qué tipo de amenazas? ¿armadas, fenómenos naturales, antrópicos? ¿amenazas para quién? ¿quién o quiénes son la nación que hay que proteger? ¿hasta dónde llega esa nación? ¿cuánta seguridad nacional es necesaria? ¿quiénes son sus responsables concretos? ¿quién vigila o exige cuentas a esos responsables concretos de salvaguardar la seguridad nacional? Por supuesto que todas las sociedades y más las que están dentro de los márgenes de los Estados modernos anhelan una seguridad que provea de tranquilidad y relativo orden; cierto es que no resulta fácil consensuar en dónde o en qué residen los peligros para una sociedad; qué o a quiénes hay que cuidar, definir a los responsables de ese cuidado pero esto (y está demostrado) se puede hacer bajo otros parámetros y conceptos más apegados a la ciudadanía del siglo XXI (seguridad ciudadana, por ejemplo), donde además requerimos transparencia, rendición de cuentas pero sobre todo, la salvaguarda de los sujetos que conformamos esos mismos Estados, sin el peligro que en nombre de una seguridad imaginaria, se nos termine vulnerando. Queda advertir, sin ánimo de exagerar, que en tanto conservemos en nuestros países este concepto caduco como concepto jurídico y como promesa política, habrá que cuidarnos de ella (sí, de la seguridad nacional).
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Hugo Carrasco
ColumnistaEscritor y docente.