Por Renata Bermúdez / @Renbyh
México es uno de los países donde ejercer el ministerio del sacerdocio resulta también una causa de muerte como lo hemos testificado en días recientes con el atentado que sufrió el padre Miguel Machorro, quien fuera apuñalado en días pasados en la Catedral Metropolitana.
Lamentablemente, en nuestro país, se vive una rancia intolerancia religiosa tan añeja como la Revolución Mexicana, desde que Carranza comenzara la persecución en 1914, arrastrada hasta los 20 por Obregón y encarnizada por Calles entre 1926 y 1929, la sangre de cientos de mártires han empapado el suelo nacional, unos por ser fieles laicos católicos, valientes que no negaron su fe y otros tantos, que siendo sacerdotes permanecieron fieles al Sumo Pontífice: Toribio Romo, Luis Batiz, Rodrigo Aguilar, Miguel de la Mora, y a mi parecer, el testimonio más impactante: Miguel Agustín Pro.
Pro, no sólo fue mártir por su fe, su asesinato se manejó como un escarmiento para todo aquel que osara realizar las mismas actividades religiosas, saliéndole el tiro por la culata al gobierno de Calles, amado por el pueblo, la gente perdió el miedo para despedirlo en un multitudinario funeral en las calles de la Ciudad de México. Hoy pasa algo similar, los periódicos se llenan de titulares sobre un sacerdote apuñalado tras celebrar el Santo Sacrificio, pero no como escarmiento, sino como el signo visible de la intolerancia religiosa, del mismo modo que hace más de ochenta años.
La Guerra Cristera no se ha ido, sigue entre nosotros, oculta en una falsa tolerancia, en un país donde se señala al sacerdote que yerra, pero no ensalza aquel que da su vida por los migrantes, por los homosexuales, por los pobres y los más vulnerados y olvidados de la sociedad capitalista y explotadora en la que vivimos. Y al ser sacerdote, el ejercicio de la justicia se complica, el caso ya está tomando un rumbo diferente, reduciendo la culpabilidad del victimario.
Como católica me hiere profundamente la persecución que se arraiga entre nosotros contra los ministros de nuestro culto, como hermana y amiga de sacerdotes me atemoriza que ellos, llamados por una vocación noble y servicial, que entregan su vida por otros, corran el riesgo de ser asesinados o atentados, a mí como mujer me defiende el feminismo, si me matan se hablará de un feminicidio, ¿pero quién hace un movimiento que los defienda? ¿Cuándo hablaremos de un “sacertodicidio”? ¿Cuándo dejaremos de criticarlos para comenzar a valorarlos y defenderlos?
“Debemos hablar, gritar contra las injusticias, tener confianza, pero no tener miedo”
-Miguel Agustín Pro.
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