Este perfil pone el foco en el fotógrafo Daniel Chazari: el despliegue de su carrera como retratista de las calles de Puebla y su comienzo como fotoperiodista.
BRYAN HERNÁNDEZ | @elbryaann_*
Parte 1
Los movimientos
Cuando la tarde de aquel domingo 29 de noviembre de 2020 cientos de mujeres terminaron de marchar sobre las calles del centro y se concentraron en avenida 5 Poniente para apoyar la toma del congreso local, Daniel Chazari ya no estaba ahí para anticipar lo que vendría después.
Había hecho ya las fotos correspondientes para su reportaje, siguiendo con el lente de su cámara la marcha por la interrupción legal del embarazo, de manera que cuando los contingentes empezaron a dispersarse,Daniel Chazari guardó su cámara, saludó a unas caras conocidas del movimiento y luego partió sin rumbo fijo, aunque tal vez empujado por la corriente, hacia las calles que desembocan en el Zócalo de la ciudad.
No pasó mucho tiempo, sin embargo, para que Daniel volviera corriendo al Congreso local. Apenas llegaba al Zócalo cuando le informaron que en el congreso acababan de poner una escalera, preguntándole si él aún seguía ahí.
—No, ya no estoy ahí… —dijo Daniel, teléfono en mano, y sintió un vuelco en el corazón—. Pero estoy cerca.
Iba cayendo la tarde. Pronto el día luminoso sería devorado por la oscuridad. Y el viento soplaba las últimas hojas secas de los árboles, ante la inminente llegada del invierno. El mundo, recordemos, se hallaba detenido, pero hay cosas dentro de él que simplemente no se pueden detener. Como las estaciones del año, por ejemplo. O como la marea verde que había salido a marchar, y que ahora montaba una escalera, bajo ese cielo azul. Y mientras todo eso sucedía, Daniel volvía corriendo a la calle del congreso, sorteando los semáforos en rojo y abriéndose paso entre la gente que a esa hora acostumbra caminar.
Lo que sigue a continuación es un recuento en tiempo presente de lo que sucedió después.
Daniel dobla en avenida 5 Poniente. No corre sino que camina. Con prisa. El sol, para colmo, le da de lleno en el rostro. Observa sombras recortadas. Se tantea los bolsillos. Vuelve la mirada. No, no se le ha caído nada. Vacío. Se baja de la acera. Avanza en plena calle. Lejanos escucha los gritos de júbilo. Pero él no deja de caminar. Con la escalera ya montada, la primera chica empieza a subir. Abren las ventanas del congreso. Alguien asoma la cabeza.
Entretanto, Daniel busca la cámara; primero no la encuentra; después da con ella. La saca, sin dejar de caminar. Alza la cara; la primera chica ya ingresó. Mira en ambas direcciones. Fotoperiodistas se dejan caer. Daniel busca posición. De frente a la fachada del congreso, sobre la acera opuesta. Entonces, de entre las jóvenes feministas, aparece un chico trans. Este camina hacia el centro, decidido, frente a la escalera. Apoya su pie derecho y su mano izquierda. Ambas al mismo tiempo.
Un cartel echado sobre su espalda reza: “Los hombres también abortan. #Resistencia Trans”. Pero Daniel no toma una sola foto. Ajusta los valores de la cámara. Se rinde. No tiene tiempo. Sabe que una foto perdida jamás se puede recuperar. Cuando el chico trans está a mitad de la escalera, Daniel acerca finalmente la cámara a su rostro. Pone el ojo en el visor. Sin pensar en nada, una vez que el chico trans está a punto de subir, Daniel lanza el primer disparo, como va. Y algo le enchina la piel.
—La verdad es que, al principio, cuando la tomé, no creí que fuera una buena foto. Yo solo la quería por documentar, por decir ‘nadie tiene esta foto’, ¿ves? Y eso es porque todo sucedió tan rápido que ni siquiera me dio tiempo para pensar si había salido bien o no.
Hoy es domingo 13 de febrero de 2022. Hace ya más de un año de la histórica toma del Congreso local. Pero esta tarde, Daniel y yo hemos quedado para platicar acerca de su trabajo como fotoperiodista y fotógrafo callejero, acaso los dos tipos de foto en que más se ha especializado y que lo han hecho feliz.
Estamos en el café Zaranda, sentados en la parte de afuera, en la zona de la terraza que mira hacia el patio central. Aunque hace calor, Daniel ha encargado una tisana y un pequeño pastel; yo, por otra parte, tal vez para acoplarme a su singladura e ir también en contracorriente, me he pedido un latte hindú.
—¡Así que pasaron horas! Normalmente, cuando estoy en las marchas, no me pongo a revisar si las fotos que estoy haciendo están saliendo bien, yo solo empiezo a tomar fotos como creo que se van a ver mejor. Ya una vez que todo termina, entonces sí reviso todas y me voy diciendo ‘ah, esta sí’, ‘esta también, ‘esta no’. Las selecciono, por decirlo de alguna manera. Pero justo cuando vi esta última foto, dije: ¡oye…!, porque entonces también estaba la aprobación de la Ley de identidad de género. Como que se veía muy claro el mensaje, al menos para mí, de cómo el movimiento feminista también estaba incorporando al movimiento de identidad, de las mujeres trans, los hombres trans. Incluso, cuando la estuve editando, lo volví a pensar. Me dije que se veía muy bien. Pero fue Carlos Galeana, al que yo le digo de cariño Charly, el que lo confirmó. Me dijo: no mames, esta foto está muy buena. Y luego ya, pasó, se publicó la nota, y todo terminó ahí…
Una mirada a la toma del congreso de Puebla. Este fue el título que llevó por nombre la nota de la que habla Daniel, publicada el 30 de noviembre de 2020, un día después de la marcha y siete días después de la toma pacífica del Congreso local. Sin embargo, el reconocimiento por este trabajo, al menos por parte de una institución, vendría tan solo un año después, cuando le informaron por teléfono que su foto había resultado ganadora del Premio Periodismo de Género- Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, otorgado por el Consejo Ciudadano de Seguridad y Justicia de Puebla. Algo que para Daniel fue muy especial, pues además la premiación tendría lugar en la Casa del Mendrugo, el mismo sitio en donde seis años atrás empezó a trabajar como fotógrafo.
—Sí, fue mi primer trabajo, de hecho. Me gustaba muchísimo. Porque aparte yo soy un gran fanático del jazz. Entonces yo tengo un amigo que es músico de jazz, y a él una vez lo invitaron a presentarse en la Casa del Mendrugo, en un programa de jazz que tenían, o que todavía tienen hasta la fecha. Así que en aquella ocasión él me preguntó si no quería acompañarlo para que le tomara fotos. Yo le dije que sí. Fuimos, le tomé las fotos y casi al final se acercó justamente el dueño de la Casa del Mendrugo. Me dijo: oye, vi que tomaste unas fotos, ¿me las puedes enseñar? Se las enseñé muy rápido, ahora que recuerdo. Pero me comentó que necesitaban un fotógrafo y que si no quería trabajar. Solo serían los viernes, me dijo el señor, pero vente mañana y lo platicamos. Así que al otro día fui, lo hablamos, y esa misma noche empecé. Por eso digo que cuando fui a recibir el premio fue muy especial, pero también muy extraño. Porque, por ejemplo, cuando yo trabajaba ahí, me llevaba bien con el chef, con los cocineros, los meseros, incluso con el señor de la seguridad. Pero esta vez que entré ya era otro personal. Y bueno, todo había cambiado. Incluso el escenario había cambiado, el piano había cambiado, era distinto, y sí me dije: vaya, aquí vine a hacer mi primer trabajo; ahora vengo a recibir un premio.
De todas maneras, Daniel asegura que todo fue muy circunstancial. Sin duda, cualquier otro trabajo podría haber resultado ganador. Lo mismo aplica para la foto. Pudieron haber sucedido muchas cosas. Por ejemplo, que hubiera llegado un segundo después, o que simple y sencillamente se hubiera ido de ahí. Si al final decidió quedarse en el centro, fue por pura casualidad, como dice él.
No era la primera vez, sin embargo, que le tomaba foto a una marcha. En realidad, Daniel viene realizando este trabajo desde la época de la universidad, cuando por los hechos ocurridos en Ayotzinapa, varios estudiantes formaron un comité y él participó.
—Bueno, creo que ese primer movimiento, el de los 43 de Ayotzinapa, fue el detonante en mí, al menos para este despertar ideológico sobre el país que uno está pisando y lo que sucede dentro de él. Hecho que, por otra parte, igual y es tardío, porque en ocasiones me encuentro con chicos de 16 o 17 años que ya se están involucrando en movimientos sociales, cuando yo a esa edad andaba en fiestas o cosas así, es decir, no me detenía a pensar en ello, por mucho que lo tuviera enfrente. Además, yo vengo de una familia que si bien no es conservadora, sí criminalizaba mucho este tipo de actos. Por ejemplo, cuando pasó lo de YoSoy132, yo recuerdo haber escuchado en mi casa comentarios cómo de que estos eran unos revoltosos. Que igual no los culpo, digo, a final de cuentas era parte de su idiosincrasia. Pero sucede que gracias a este comité empecé a investigar más sobre la historia de México, empecé a informarme más sobre movimientos sociales, y como que todo eso me ayudó mucho a empatizar.
Han pasado ocho años desde aquel entonces y Daniel sigue haciendo foto a los movimientos. Para él, esto forma parte de un ejercicio personal, y durante todo este tiempo lo ha llevado a cabo sin ningún tipo de pretensión.
Desde luego, no pocos han sido los medios que se han acercado a él, sobre todo en los últimos años, ofreciéndole colaborar. Sin embargo, según me va contando Daniel, llevándose un trozo de pastel a la boca, a la mayoría les ha dicho que no. La razón: no le gustaría que se diera un mensaje erróneo, o que con el tiempo hicieran mal uso de la información. En otras palabras, que utilizaran su foto para golpear.
—… Ah, no sé. Mira. Si tuviera que hablar sobre un movimiento en específico, diría que el de Ayotzinapa, porque fue el primero. Pero también otro movimiento que me gusta, o que me parece correcto, es el movimiento feminista. Aunque sé muy bien que ninguno de nosotros hombres podemos pertenecer. Entonces me resulta curioso fotografiarlo, porque puedo darle miradas que tal vez en otros lados, otros fotógrafos, lo utilizan justamente para criminalizar. Y afortunadamente, gracias a todo lo que he pasado en otros movimientos que me ha tocado fotografiar, como por ejemplo el de familiares de personas desaparecidas, al cual le guardo mucho cariño por la confianza que han tenido conmigo, porque me han permitido acercarme y escuchar sus historias; bueno, afortunadamente, gracias a todo eso, siempre he tenido muy clara una sola cosa: que mi foto no sea utilizada para golpear.
Parte 2
Fotografía de calle
Fecha de publicación: 18 de noviembre de 2019
En el fondo, un resplandor de fuego remata contra el pálido cielo azul. A través de sus ojos, de su mirada inquieta de detective salvaje, somos testigos de los últimos instantes del atardecer. En concreto, es uno de los lados de la Catedral de Puebla. Recortada por las sombras, aparecen dos farolas al centro del patio, vistas a través de la reja, y el muro de piedra gris. Por supuesto, como la foto ha sido tomada con cierta altura, no aparece ningún elemento humano. Entre nubes blancas que parecen grises, doradas por la puesta de sol, solamente podemos ver a uno de los 58 ángeles que custodian la Catedral, los mismos que alguna vez, después de varios intentos infructuosos, ayudaron subiendo la campana a la cima de la torre Santa María de la Concepción.
Daniel termina de comerse su pastel y apura de un trago la mitad de la tisana. No sé si es una costumbre suya, pero cada tanto se lleva las manos al rostro y se restriega la frente con brusquedad, como si quisiera despojarse de la piel.
Dice haber vivido toda su vida en Puebla, aunque como Chesterton, lo que sabe de su nacimiento le ha llegado por tradición oral. Lo mismo pasa con el apellido Chazari. Hasta donde él tiene entendido, el apellido tiene sus raíces en Italia. Sin embargo, en algún punto perdido de la historia, la familia decidió abandonar Europa y venir a México, tal vez en busca de lo que la gente suele decir ‘una segunda oportunidad’. Por supuesto, según me va contando Daniel, esto se remonta a muchas generaciones atrás, cuando en realidad los Chazari no eran todavía Chazari, sino Chazaro, y vivían todos (juntos como una sola familia) en el puerto de Veracruz.
—Hasta donde yo sé, se pelearon, tuvieron un conflicto, y mucha de esa familia se vino para Puebla y otra tanta quiso quedarse en Veracruz. Entonces si tú buscas en directorios o cosas por el estilo el apellido Chazaro, la mayoría aún sigue viviendo en Veracruz. Realmente no sé cuándo se cambió la “O” por la “I”, lo único que sé es que los Chazari se vinieron para Puebla y se instalaron en la zona de la Libertad. Aunque claro, todo esto, como te repito, me lo ha contado mi abuelo. Yo la verdad no lo puedo verificar. Entonces, bueno, ya entre los Chazari que se quedaron a vivir en Puebla, y de los que sí tengo conocimiento, algunos se volvieron políticos; por ahí de hecho hubo un Raúl Chazari que fue presidente municipal. También doctores, en mi familia tengo muchos doctores. Incluso hay un tío que fue chamán. Pero fotógrafos no. Que yo sepa, nadie en mi familia se ha dedicado a la foto. Yo soy el primero, por decirlo así.
Fecha de publicación: 31 de mayo de 2021
Es la esquina de la 3 norte y la 2 poniente. Como el semáforo está en rojo, transitan libremente por la calle un hombre y una mujer; sin apretar el paso, cada uno avanza en dirección al otro, aunque salvando las distancias para eludir al encuentro accidental. Al fondo puede verse el emblemático logo de Modatelas; y del otro lado de la calle, recogida en una bandera rota, el toldo maltrecho de la compañía telefónica Telcel. ¿Cuántas veces en mi vida he pasado por aquí? Inevitablemente, mis primeros recuerdos se remontan a la época de mi infancia, cuando después de salir del colegio, de la mano de mi madre, íbamos hasta esa espantosa tienda de telas a la que afortunadamente no he tenido que volver a entrar. Pero son recuerdos bonitos. Los acaba de despertar el ojo mágico de Daniel. Mirándola detenidamente, me produce cierta nostalgia. ¿A dónde se fue esa época en que la vida era más fácil? Dicen que todo cambia, pero eso no es cierto, todo también permanece. Aunque el día de mañana a aquellos edificios se les dé mantenimiento, de tan sucios que están, y otras generaciones y otros rostros caminen por estas calles, cualquiera que tenga recuerdos siempre estará ahí, en filigrana.
Daniel sonríe en una hilera de dientes al acordarse de lo anterior. Como el bar de junto acaba de abrir, suena la música de Jorge Drexler, varias primaveras atrás, el tiempo cambió. Le pregunto si le gusta, pero no me responde. Por el contrario, empieza a hablarme de la universidad.
Dice que estudió diseño gráfico; que su padre es arquitecto; que quizá eso lo motivó. Pero también, que una vez inscrito, mientras cursaba el primer semestre, descubrió que era pésimo para dibujar, por lo que varias veces se preguntó si debería claudicar o no.
—Eso me golpeó un poco, ¿sabes? Sobre todo porque una vez un maestro me dijo, frente a toda la clase, que para hacer diseño y para dibujar, se tenía que nacer, no hacer, y que como yo aún estaba en primer semestre, tenía tiempo para buscar otra carrera y corregir. Claro que no me lo dijo así como te lo cuento. Al contrario, lo dijo en mal plan. Pero luego sucedió que en segundo semestre llevé clase de foto 1, e incluso me pregunté si mis papás iban a poder comprarme la cámara fotográfica, porque era cara. Al final sí me la compraron, digo, en ese sentido, siempre me han apoyado en todo. Pero ya una vez que entro esta clase y empiezo a tomar foto, me voy dando cuenta de que podía colocar elementos a mi gusto, con libertad. No tenía que preocuparme de que saliera perfecto, como en el dibujo, porque el elemento en sí mismo ya era. Solo debía encargarme de que todo se acomodara y de que se viera estético; estético a lo que según yo creía. Y aunque al final tampoco pude llevarme bien con esa maestra, porque además ella siempre quería que hiciéramos ejercicios muy vagos de ‘hoy le vamos a tomar foto a las plantas’, ‘hoy le vamos a hacer foto a las piedras’, nunca llegué a pensar que se podría convertir en un hobbie, en algo que de verdad yo quisiera hacer, sin ninguna paga, solo por diversión. En pocas palabras, en mi escapatoria. Me decía: no soy bueno en dibujo, pero tal vez en foto lo puedo llegar a ser.
*
Calificaciones que Daniel obtuvo en fotografía durante la universidad:
Fotografía uno: 7
Fotografía dos: 6
Fotografía profesional: 6 (con entrega de un trabajo final)
Pero en realidad, nada quieren decir.
Con más de 1300 publicaciones y 20 mil seguidores en Instagram, acaso la plataforma en la que más se ha dado a conocer, Daniel ha conseguido ser considerado por muchos uno de los mejores fotógrafos de Puebla. Así como así.
Fecha de publicación: 16 de febrero de 2021
De este lado no hay luz, aunque todavía el cielo sea una sola franja amarilla, con pinceladas rojas, sobre las montañas que rodean el valle. No aparecen, sin embargo, ninguno de los volcanes, por lo que deduzco enseguida que Daniel la tomó en Los Fuertes de Loreto. Ahí puede verse la Catedral, el Centro Histórico, pero también los altos edificios de la zona de Angelópolis. ¿Cuánto ha cambiado la ciudad durante los últimos veinte años? Si fuera de noche, completamente de noche, parecería un banco de luciérnagas en medio de un bosque frío. Pero por ahora todo es un espectáculo de luz y color. No. En realidad, al menos para mí, es la oficina de Daniel.
Dice que para llegar a la foto de calle, que es la que más le gusta, primero tuvo que pasar por todo tipo de fotos. Desde cubrir eventos de bodas o XV años, hasta trabajar cómo fotógrafo para un político (que no le pagó). No obstante, más temprano que tarde se dio cuenta de que no le gustaba, le parecía muy hueco, por lo que en adelante se prometió que solo lo haría una vez al año, en caso de que hubiera necesidad.
—Yo al principio pensé que estaba haciendo foto de arquitectura, porque lo que comúnmente hacía era salir a la calle y tomarle fotos a la Catedral, al Palacio, a ciertos edificios del centro. Sin embargo, en una ocasión me decidí a ver un documental de Henri Cartier, que es uno de mis fotógrafos favoritos, y como que ahí comprendí que lo mío no era foto de arquitectura. Porque justo, en ese documental, Henri Cartier habla del elemento humano, de que el tiempo es perfecto, lo que tienes que esperar, del momento indicado. Explica como que todo su método para tomar fotografías, y poco a poco yo comencé a ver que ya incluía a la gente como un elemento más. Y que lo hacía mal, porque ni siquiera me había detenido a pensar en ello, solo me enfocaba en la arquitectura. Y fue entonces cuando me dije: okey, la foto de calle es hacer todo esto. Y tal vez también por eso, aparte de Henri Cartier, me gusta mucho Bolaño, o el cine de Woody Allen, o los cuadros de Hopper. Porque si hay algo que comparten los tres, es que convierten a la ciudad en un personaje más de su narrativa. Entonces justo lo mismo he tratado de hacer. En los últimos años, he tratado de pulir esa parte. Tal vez al principio no sabía cómo definirla, primero decía ‘fotografía de edificios’. Y no, es fotografía callejera.
Fecha de publicación: 27 de diciembre de 2021
Es la avenida Reforma. Sobre la acera, delante de un bote de basura, avanza a paso cansado una muchacha con el cabello suelto y la mochila terciada a la espalda. Son las primeras horas de la mañana. Al otro lado de la barandilla de fierro, que el gobierno utiliza para los desfiles, los conductores transitan despacio, apenas apoyando el pie en el acelerador. También aparece el toldo del hotel Aristos, recortado por la farola blanca, mientras que al otro lado de la calle un motociclista espera con impaciencia el repentino cambio de luz. Todo, sin embargo, se ve reflejado por esa luz matinal. Si me preguntaran, diría que es la portada perfecta para un libro de Patrick Modiano, pues como él mismo escribe en El café de la juventud perdida: a veces, no nos acordamos de algunos episodios de nuestras vidas y necesitamos pruebas para tener la completa seguridad de que no lo hemos soñado.
—A mí parecer —dice Daniel mientras esperamos la cuenta y él sorbe lo último que queda de la tisana— todo el tiempo estoy mirando fotografías, incluso cuando no tengo una cámara. De hecho, alguna vez he fantaseado con la idea de que en el futuro haya algo así como una cámara integrada, en los lentes quizá, pero en el que solo con parpadear, pudiera uno registrar una foto. Entonces sí…, creo que vida y foto no los puedo concebir separados. Porque incluso cuando no tengo una cámara, utilizo la del celular. O bien, si no llevo el celular, intento acordarme de los lugares donde tomé esa foto, en mi cabeza. En realidad, hay muchas fotos que están en mi cabeza, porque tal vez aquel día no tenía ninguna cámara. Pero me acuerdo, ¿no? Y me digo ‘algún día regresaré, a ver si el momento vuelve a surgir’. Que de todas maneras yo sé que es imposible de recuperar, porque la foto que tome será completamente distinta, ya que las nubes nunca serán iguales y las mismas personas no volverán a pasar. Por eso a veces también digo que es injusto, porque la fotografía es una disciplina que te hace estar siempre ansioso, porque todo el tiempo tienes que estar buscando qué va a pasar, y tienes que adelantarte al momento que va a pasar, y que es un solo momento, un momento único (…) . Entonces es como jugar con el tiempo, pero sobre todo con el tiempo que sabes que no va a volver. Y si tienes suerte y logras capturarlo, bueno, lo vas a tener de por vida. Pero si no la tomas, es como algo que nunca existió, ¿sabes? No tienes modo de comprobar que existió, solo existió para ti.
Daniel y yo terminamos de pagar la cuenta. Acto seguido, él se levanta, apoyando sus dedos huesudos sobre la mesa, y da las gracias a las chicas que atienden en el café.
Han pasado dos horas desde que empezamos a platicar. Pero una vez afuera, no sin antes preguntarme si debo ir a algún sitio, Daniel y yo echamos a andar calle abajo sobre la Palafox.
Con la mata negra de pelo cayéndole por los hombros, Daniel camina mirando al frente, hacia lo alto, como si estuviera buscando con la mirada una esquina, un altillo, cualquier historia para contar.
Por supuesto, yo trato de seguirle el paso, como hago siempre con la gente que me interesa. Pero apenas lo miro por el rabillo del ojo, compruebo inmediatamente lo que me acaba de decir en el café:
—Creo que cuando hago la comparación con CDMX, Puebla es pequeña. Pero no por eso me deja de contar historias. Yo puedo venir todos los días al centro y sé que va a ver una historia distinta. Todos los días. No me aburro. Siempre habrá una vecindad nueva, una calle nueva, siempre habrá el tamalero que se estacionó en tal lado y que al siguiente día se estaciona en otro. Siempre habrá la persona que camina en dirección al sol y se ve increíble como se alarga su sombra. Y que todos esos detalles pasan desapercibidos, ¿no? Porque la mayoría de gente no le presta demasiada atención.
Foto 5
Fecha de publicación: 21 de julio de 2020
Daniel Chazari aparece sentado en lo que parece su habitación. Detrás, a la derecha, aparece un estante repleto de libros, y del otro lado, a la izquierda, un umbral por donde se filtra la luz. Él, sin embargo, conserva la mirada en algún punto perdido: ni se mira a sí mismo a través del espejo, ni mira tampoco lo que tiene detrás. Todo lo contrario. Con las piernas abiertas, mientras sujeta la cámara con las manos, el dedo índice apoyado en el disparador, Daniel fija los ojos en algo que está más allá, arriba; algo que definitivamente solo puede ver él. Cuántas opciones.
Han pasado ya casi dos meses desde que platiqué con Daniel. Entretanto, él ha podido salir a la calle, para hacer lo que más le gusta, y ha conseguido exhibir sus fotografías en el corredor del Palacio Municipal.
La exposición lleva por nombre ‘Lvz de Ángeles- mirada al patrimonio arquitectónico de Puebla’, misma que estará disponible hasta mediados de junio de 2022.
Pero lo cierto es que ahora, mientras escribo esto, sentado frente a mi escritorio, dos días después de haber estado en su exposición, no dejo de pensar en lo último que me dijo Daniel, antes de que aquella tarde de febrero nos despidiéramos en el Parián.
—Creo que estamos en un país, o mejor dicho en todo un continente, por lo menos en lo que se refiere a Latinoamérica, en donde hay tantos conflictos que el arte se puede dejar de lado. Por eso yo siempre he creído que uno debe de ser sincero con lo que está haciendo, hasta el final. Y claro, eso a veces se confunde con dejar todo, cuando no es así. Hay muchos artistas que por mucho tiempo pararon, porque no tuvieron las condiciones; lo dejaron diez años, pero quizá en diez años lo volvieron a retomar. Porque nunca dejaron de pensar en lo que creaban, en lo que podrían llegar a crear. A eso me refiero con sinceridad. Tal vez suene demasiado cursi, tal vez suene del tipo ‘es que si lo haces con el corazón, alguien te descubrirá’. Eso realmente no pasa, pero creo que si lo haces con el corazón siempre estarás satisfecho, y poco a poco mejorarás. Ahí tenemos, por ejemplo, a Vivian Maier, que era cuidadora de niños, y que con uno de sus sueldos se fue a comprar una cámara, cuando en aquella época no era bien visto que las mujeres hicieran otras cosas que según no les correspondían, como tomar fotos. Entonces ella lo hacía a escondidas, y lo hacía en las calles, y nunca las reveló, nunca las enseñó a nadie, cuando ella falleció, los rollos se quedaron ahí, y alguien años después los encontró y se dieron cuenta de que eran selfies muy buenas, autorretratos muy buenos de ella y de la vida cotidiana que pasaba en su ciudad. Se dieron cuenta, pues, que eran magníficos, y hasta ahí se conoció el nombre de Vivian Maier. Pero ella siempre fue sincera consigo misma, lo hacía porque quería y porque nunca tuvo el objetivo de conseguir fama o algo así, simplemente porque de verdad amaba tomar fotos. Entonces para mí es eso, la sinceridad con que lo haces. No esperar a que alguien le guste, sino que te guste a ti.
Eso me dijo Daniel. Estábamos de pie, como ha quedado claro, en la esquina del Mercado de artesanías El Parián. Sin embargo, por mucho que ya lo hubiéramos dicho todo, yo sentía que faltaba algo, algo verdaderamente importante, crucial para cerrar este círculo en que había consistido nuestra conversación. Por fortuna, cuando Daniel estaba a punto de marcharse, de vuelta su oficina que es esta ciudad, su ciudad, se me ocurrió preguntarle:
—¿Cuál es la foto tuya que más te gusta, de todas las que has tomado?
Daniel se me quedó mirando por un segundo. Puso la mano en su barbilla y bajó la cabeza, meditativo. Entonces, muy sonriente, me contestó:
—Creo que una foto que le hice a mis papás.
Bryan Hernández es colaborador invitado*