La violencia escolar exhibida recientemente en las escuelas más caras de Puebla, como el Instituto Oriente o el Colegio Benavente, no es nueva. Por décadas, sus directivos han solapado agresiones físicas, acoso, racismo y clasismo, como sugieren estos testimonios.
PALOMA FERNÁNDEZ | @PalomaPEN
Son escuelas que prometen una educación religiosa, una tradición de más de 100 años y, sobre todo, cierto estatus social. Por sus aulas se educan estirpes y familias enteras, y la profesora que educó al papá y a los tíos ahora educa a los hijos y a los nietos.
Pero ahora, una serie de denuncias de acoso escolar en estas escuelas, como el Instituto Oriente y el Colegio La Salle Benavente, han sacado a la luz lo que por décadas ha sido conocido por cualquiera que haya estado ahí: testimonios de discriminación, de bullying, de agresiones clasistas e incluso racistas.
Le sucedió a Sandra* durante su paso en el Instituto Oriente de 2001 al 2011. Era usual que una de sus tutoras pusiera sobrenombres despectivos a los alumnos a partir de sus características físicas, y además incitaba a otros alumnos a hacerlo.
También excluía a ciertos alumnos y los sentaba lejos de sus compañeros y aplicaba castigos físicos como poner a correr a los “mal portados” bajo el sol del mediodía.
“Nos ridiculizaba frente a todo el grupo, porque también el grupo se reía de eso y se volvió una dinámica de todo el grupo con ella”, relata a Manatí.
Las dinámicas dentro del alumnado las recuerda también hostiles, sobre todo con aquellos que, a su consideración, no encajaban totalmente con el “perfil” de alguien del Oriente: chicos blancos, o chicas con apellidos de abolengo, o hijos de políticos, o hijas con padres muy ricos.
Sandra recuerda que una de sus amigas era ridiculizada porque llegaba en una combi con su papá. Y también recuerda que eso, el dinero, era el motor principal para llamar a otros “indios” o “nacos”.
Ella misma sufrió algunas de estas agresiones. Optó por un perfil bajo hasta llegar a su primer año de preparatoria, en donde vivió acoso escolar que le ocasionó depresión y ansiedad social, sólo por haber plasmado sus emociones por medio de escritos y dibujos.
“Ocurrió que uno de mis compañeros quería ver mis dibujos y le dije que sí, y cuando me di cuenta estaba todo el grupo viendo mi libreta y comenzaron los rumores de que yo los quería matar y que dibuja la gente muerta”, cuenta.
Sandra era aficionada al género de terror en cómics, libros y películas, pero ella no concebía la muerte como sus compañeros creían, sino que simple y sencillamente, era un estilo de dibujo. Así, lo que comenzó con un grupo pequeño de niños, pronto se volvería su generación entera burlándose de su estado emocional.
“Llegó un punto en el que yo nada más lloraba, estaba en clases y de ahí a mi casa y no le decía a nadie, porque pues no quería llevar más problemas a mi casa y no me quería meter en problemas tampoco”.
Sandra recuerda que los rumores llegaron a oídos de sus tutores y de la psicóloga, pero en lugar de atender el acoso escolar, alertaron a sus padres de supuestos pensamientos suicidas, sin realmente haber realizado un diagnóstico previo.
En ese entonces, estaba en auge la cultura emo y eso la hizo susceptible a recibir más agresiones, lo que la hizo decidir cambiar de escuela, y ahí fue distinto.
El racismo en medio de un educación cristiana
En el colegio La Salle Benavente, de raíz cristiana, se han recibido a generaciones de chicos desde 1933 en Puebla y, hasta 2001, la escuela se hizo mixta. En esa primera generación de mujeres lasallistas, estaban Majo*, y Juan* quienes experimentaron acoso escolar.
“No diría que solamente era como un ambiente elitista, […] el problema aquí es que como estaban acostumbrados a tener a puros hombres en la escuela, estaban acostumbrados a tratarse de manera poquito más violenta, […] no sé qué pasaba por sus cabezas, pero yo siento que los primeros años fueron casi como estar en la selva”, narra Majo, quien ahora, con 30 años, reconoce las violencias de las que fue víctima desde que entró al Benavente en la secundaria.
El ambiente era sumamente hostil para aquellas que no fueran estereotípicamente más aceptadas entre sus compañeros, es decir, “niñas blancas, con senos desarrollados y caderas desarrolladas”.
Majo es afrodescendiente, por lo que su pelo rizado y su tez morena fueron un motivo de burla que comenzó en un espacio virtual, en foros de la red social Hi5.
“Muchos tendían a hacer las típicas encuestas de ‘¿quién es la niña más guapa? o la más fea, ¿quién tiene el mejor culo o pechos?’ o sea, cosas así bien superficiales, y pues empezaron a clasificarnos ya como como objetos sexuales desde que estábamos en la secundaria”, relata a Manatí.
Cuando las burlas salían del espacio virtual, le apodaron despectivamente “cuba”, y hacían burlas sexuales sobre su pelo. Estas burlas en su momento la llevaron a su primera pelea física con uno de sus compañeros.
“No dejaba de molestarme, con eso y obviamente uno llega a un punto de quiebre, y me acuerdo de que creo le menté la madre, y ese hombre agarró y me dio una cachetada. Yo me quedé súper fría, y fue cuando me le fui a los golpes. De la nada ya estaba encima de él”.
Este incidente generó que Majo fuera aún más excluida, ya que amigos y conocidos de su agresor la molestaban y la agredían verbalmente.
También recuerda cómo tuvo que defender a uno de sus compañeros un par de veces de un grupo de niños que lo querían golpear y lo esperaban a la salida, porque le decían que era “puto” y así iba a aprender a “ser más hombre”.
Quizá lo peor de todo es que sus profesores no eran distintos. Aplicaban métodos extremos para disciplinar o para incentivar el acoso entre alumnos; en el caso de Majo, fue el director José Manuel.
“Sí tenía un buen de técnicas tipo ejército alemán, donde te hacía sentir súper vulnerable, o sea, esas técnicas creo que ya están prohibidas. Sobre todo, las de integración grupal. Donde tienes que decirle los defectos a alguien que está así como que solito, y todos en bolita pasaban frente a él diciéndole que es un pendejo o cosas así, según para hacerse fuerte”, dijo.
Ella decidió dar fin a su estadía en el Benavente por la constante tensión en su primer año de preparatoria, lo que la llevó a cambiar su vida de manera significativa en lo académico, pues notó que su rendimiento escolar mejoró exponencialmente y se sintió mejor nivel personal.
“Mi vida dio un giro de 180° te lo juro, empecé a convivir con más personas, ya no notaba que las niñas eran mis enemigas, los hombres eran súper más abiertos porque obviamente convivían con niñas desde siempre, no eran tan abusivos”.
Hasta hoy, Majo considera que su paso por el Benavente le generó problemas de confianza e inseguridad hacia otros.
Nadie detiene el odio
Juan estudió en una generación más reciente y la violencia escolar comenzó con su exclusión de su salón y luego escaló a Facebook, donde crearon páginas exclusivas para dejarle mensajes de odio, con burlas, ofensas y atentaban con su integridad física.
Buscó ayuda en muchas ocasiones y, a pesar de haber tenido apoyo del personal de la escuela, con llamados de atención a sus agresores, al intentar recurrir a instancias más altas, como la psicóloga de la escuela o al director, no recibió respuesta e incluso fue revictimizado.
La psicóloga Marta Z. le sugirió que él se cambiara de actividad extracurricular, ya que no podrían hacer ese cambio con sus agresores al ser miembros de equipos representativos de la institución.
En otra ocasión intentó hablar con el director, pero no pudo contactarle, y no le quedó más que enviarle un correo narrado el acoso que vivió durante casi seis años. Según Juan, no hay otra vía para que un alumno hable con el director.
“Me dijeron que no podrían hacer nada, que era difícil tener que investigarlo porque todo era virtual, además de eso, solo me dijo ‘ánimo, es tu último año’“.
Juan presenta secuelas psicológicas y sociales, ya que vive con el miedo constante de volver a ser excluido o agredido por los grupos de personas en los que se desenvuelve.
Experiencias traumáticas en el Instituto México (IMEX)
El acoso escolar en el Instituto México, fundado hace más de 44 años con una tendencia católica y con colegiaturas de más de 5 mil pesos al mes, ha ocasionado que egresadas se hagan la promesa de no llevar a sus hijos a la escuela que las marcó.
“Con otras amigas que también son del IMEX decimos que nunca le haríamos eso a nuestros hijos, no los regresaríamos al Instituto México”, dice María*, quien estudió ahí hace 21 años.
“Tenía como unos 8 o 9 años, y estábamos en el patio del recreo, y yo salgo a la tiendita y me encuentro a una de las maestras de religión de frente y una de mis calcetas estaba a la altura de mi tobillo y me dijo: “es pecado que enseñes las piernas, ¿qué van a pensar de ti los niños?”’.
A modo de castigo, era comparada constantemente con otras niñas de su clase –ya que en ese momento la escuela se dividía en planteles de niñas y de niños-. Ella notó que hacían diferencias por la tez de las alumnas.
“Yo me sentía tocada en muchas ocasiones sin derecho a una voz por mi color de piel ,pues es morena, y la mayoría de mis compañeras no eran morenas. Entonces también había a veces comentarios de las niñas de “eres color café”. También mi mamá me peinaba de trenzas, y me decían ‘tienes peinado de chacha’”.
Sus padres y ella decidieron cambiarla de escuela, pero mientras crecía notaba que los años ahí le habían causado un trastorno de ansiedad y problemas con las figuras de autoridad. Esas son las secuelas tangibles de la violencia escolar en Puebla.
“Me acuerdo que yo estaba sentada y lo único que podía pensar es ‘soy invisible, que no me vean, que no me vean, que no me vean’, y ese era mi pensamiento más recurrente. Llegué a tener ataques de pánico y ansiedad, que en ese momento yo no sabía que lo eran porque, me empezaba a faltar el aire y literal acabé en el hospital. Los doctores decían que era asma, pero hoy gracias a mi proceso tanto psicológico como psiquiátrico sé que no era asma”.
Los ataques empezaron de manera verbal, pero escalaron a lo físico, y cuando menos se dio cuenta, ya recibía golpes de sus compañeros y tocamientos indebidos. Hoy María se encuentra en tratamiento por trastorno de la conducta alimentaria –o TCA-, y depresión.
“Pasaron de empujones en el pasillo o dejarme encerrada en el baño, a darme golpes por parte de las niñas, sobre todo en la cabeza. Y los niños muchas veces, –y no solo a mí-, nos daban nalgadas o nos subían la falda para tomarnos fotos. Entre ellos también se golpeaban, recuerdo que a un chico le rompieron la nariz y a otro la mano”.
El contexto violento la acompañó hasta su último año de secundaria, en el que ya no veía escapatoria de sus agresores, y de la indiferencia de los docentes.
Solo al salir pudo tener la intervención que buscó durante esos años de vida escolar, cuando los directivos le ofrecieron disculpas por lo vivido. Pero María salió del Instituto México con una herida más por los rumores sobre ella y su sexualidad.
“Dijeron que me habían corrido de la escuela porque era muy puta. Nadie se dio cuenta que unas cuantas palabras provocaron mucho daño, era una niña”.
Nada ha cambiado
Un video de un alumno golpeando a otro en la cabeza, mientras la alumna que graba ríe en el Benavente y que fue minimizado por el gobernador Miguel Barbosa al señalar que era “un tirito” entre alumnos, abrió de nueva cuenta la discusión de si se atienden los casos de acoso escolar en las aulas.
La Comisión de Derechos Humanos de Puebla declaró que iniciaría investigaciones respecto a los casos de violencia escolar en el Colegio Benavente y el Instituto Oriente, además del Centro Escolar José María Morelos.
En tanto, la Secretaría de Educación emitió un acuerdo para la promoción de entornos seguros en escuelas públicas y privadas a raíz estas denuncias. Esto con el objetivo de garantizar el respeto a los derechos humanos de las niñas, niños y adolescentes en los planteles educativos del estado.
Las víctimas de acoso escolar coinciden que, a pesar de los años, la comunidad de estas instituciones no ha podido dejar de lado el racismo, clasismo o las agresiones a aquellos que no encajan en el modelo de estudiante que suele puede acceder a estas instituciones.
*Los nombres marcados con asterisco fueron modificados .
yo estoy en una escuela privada y realmente las injusticas que se viven día a día son indignantes, me gustaría también en algún momento poder hacer públicas todas esas injusticas sociales.