Adiós a los espectaculares

espectaculares en puebla

El espectacular como arcaísmo no deja de albergar varias potencias, de hecho su presencia como ya hemos señalado, se debe a la posibilidad de la ilusión —para los dueños, los contratantes del anuncio y uno que otro despistado—.

HUGO ERNESTO HERNÁNDEZ CARRASCO | @H7GO

Se anunció ya ‘el fin de la historia’, los cambios de ciclo, el nuevo orden mundial; se da por hecho el ascenso de China, el declive de Estados Unidos. Se sostiene que el Covid-19 es el pivote de la transformación global; se habla sobre la desaparición de ciertas profesiones, de modos de vida evaporados por la implosión de nuevas tecnologías, se anuncia con emoción la revolución 4.0, la Big Data y cómo su impacto se dejará sentir en el mercado, en la vida cotidiana, en las pequeñas y medianas empresas, en las aulas, etc. 

En medio de toda esta andanada de afirmaciones, predicciones e innovaciones —algunas cuestionables otras irremediables— hay algo que especialmente se resiste a desaparecer y que a contracorriente no parece estar en vías de extinción, algo arcaico cuya vigencia se mantiene gracias a su aparente insignificancia como asunto de regulación e interés público, a la cautividad de las miradas que atraviesan las calles y principales avenidas, algo que se mantiene gracias a la idea de que su sola presencia generará un efecto positivo a raíz de la imagen proyectada y ese algo es el espectacular. Artefacto básico, imagen suspendida pero no en sentido poético sino en el sentido parasitario: carcome el paisaje visual, amputa la armonía de la continuidad y profundidad del horizonte; se levanta entre zonas arboladas, comerciales y habitacionales. Asienta su peso sobre los mal llamados ‘espacios residuales’, que no son otra cosa que esas pequeñas pero valiosas reservas aisladas de áreas verdes de cualquier ciudad. Ese panfleto permanente, que más que expresión es un residuo de otras épocas, un mecanismo publicitario que se niega a desaparecer. 

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El espectacular, cuyo nombre en términos prácticos dista muchas veces de representar exactamente lo que significa, no contiene en sí mismo, como cualquier otro objeto o artefacto, maldad o bondad alguna. Digamos que es a partir de su utilización, que podemos juzgar su papel. Porque claro, habrá quien argumente que en las grandes ciudades y avenidas del mundo son naturales dentro del espacio público, que los espectaculares son parte de la identidad de la ciudad; que no podríamos imaginar la Avenida Corrientes de Buenos Aires o intersecciones como Times Square sin ellos. Honestamente no voy a abordar estos casos particulares que mucho superan el abordaje de esta sencilla columna. 

Fotografía de un espectacular en Puebla en el que se observa el volcán siendo tapado.
El espectacular como arcaísmo no deja de albergar varias potencias, de hecho su presencia como ya hemos señalado, se debe a la posibilidad de la ilusión —para los dueños, los contratantes del anuncio y uno que otro despistado—. Fotografía: @H7GO

De momento me gustaría decirle adiós a otro tipo de espectaculares, en concreto a aquellos que aprovechan el vacío de autoridad, a los que aparecen de la noche a la mañana como producto de la arbitrariedad y no de la magia que contiene en sí misma una ciudad viva, a aquellos que retan de manera cínica a su entorno, como aquel desafortunado espectacular que contenía una imagen del Popocatépetl en plena Boulevard del Niño Poblano y que a su vez tapaba la imagen viva del volcán. Este, es el peor espectacular que he presenciado en mi vida, uno que no sólo usurpaba el espacio público, sino que reducía a caricatura la experiencia visual de la ciudad misma, un chiste de mal gusto, una ¿performance? que bien hubiera caído como protesta contra el cambio climático pero no como anuncio de un producto o posicionamiento de una marca. Porque claro, el espectacular como arcaísmo no deja de albergar varias potencias, de hecho su presencia como ya hemos señalado, se debe a la posibilidad de la ilusión -para los dueños, los contratantes del anuncio y uno que otro despistado-, la cuestión más bien radica en pensar cuántas de estas potencias benefician a la ciudad y a sus habitantes, cuánto sacrificamos no sólo en términos visuales sino identitarios a los lugares que nos circundan y habitan como ciudadanos, cuánta ‘contaminación visual’ se genera en los transeúntes, cuántos espacios públicos verdes se llenan de tubos de acero y metal para sostener anuncios en lugar de árboles. Todos hablan de los grandes cambios que se avecinan para el siglo XXI y es imposible no verse tentado o contagiarse con ciertas ideas. 

En este sentido deseo profunda y desproporcionadamente que un día de estos, salga algún o alguna especialista en urbanismo, psicología o marketing o lo que sea a anunciar sin desparpajo el fin de los espectaculares, su reemplazo por algo mejor (claro, siempre puede ser peor ¿no?); en lo que eso ocurre, en lo que eso llega, tenemos esta pequeña trinchera en forma de columna que siempre hará un voto por decirle ‘adiós a los espectaculares’.

Los textos publicados en la sección “Opinión” son responsabilidad del autor/a y no necesariamente reflejan la línea editorial de Manatí

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