Durante la pandemia, los adultos mayores que trabajan como empacadores, también conocidos como “cerillitos”, se encuentran sin ingresos para un retiro digno y con empleos precarios que ponen en riesgo su salud.
LULÚ FARRERA | @Lulu_farrera
Los adultos mayores que trabajaban como empacadores en supermercados han regresado a sus trabajos después de ser vacunados, pero la pandemia los hizo perder sus ahorros y, si antes sus ingresos eran insuficientes, ahora su situación es más precaria: expuestos al virus, con empleos informales y en algunos casos viviendo de la caridad.
En marzo de 2020, a la llegada de la crisis sanitaria por la pandemia de Covid-19, los ‘cerillitos’ fueron considerados personas vulnerables ante el SARS-CoV-2, por lo que fueron retirados de manera temporal, y con ello perdieron su fuente de ingresos, que para algunos era la única con la que contaban para subsistir.
José Tomás Islas Ramos, de 68 años, tenía cinco años como empacador, pero al no poder regresar al supermercado tuvo que vender quesos en la calle para ganar algo de dinero. La suerte no le sonrió, le decomisaron sus productos y la intemperie era otro problema.
“A muchos comerciantes en la calle no nos alcanza para tener lo necesario; líquidos como cloro y sanitizante son muy caros y también el calor y la lluvia nos afecta. Luego el Ayuntamiento (de Puebla) nos recogió las cosas por ser ambulantes y cuando me quedé sin mercancía tuve que buscar un trabajo cuidando un taller mecánico en las noches por más de medio año”, relata a Manatí.
José Tomás es el sostén de su familia y, a pesar de trabajar desde joven —17 años consecutivos en la planta automotriz de Volkswagen—, no está pensionado.
Quizá te interesa leer: ¿Cómo registrar a un adulto mayor para ser vacunado contra la COVID?
“Trabajé 17 años en Volkswagen, pero no salí pensionado de ahí. Tuve que buscar otro empleo y empecé en las proveedoras; luego en una vidriería y casi me pensioné en ese lugar pero no fue así”.
José Tomás cuenta que nunca recibió ningún tipo de orientación sobre el tema de su retiro, y sin ella, no accedió a ningún beneficio para su vejez.
A más de un año de la pandemia, ya fue vacunado, pudo regresar al supermercado, pero se topó con nuevas condiciones.
“Nos pidieron papeles de que ya fuimos vacunados para poder seguir. Ha sido difícil porque el INAPAM no nos permite trabajar más de seis horas y podemos sostenernos sólo de la pensión y de las propinas de la gente”, explica.
A esto se suma que los clientes llevan sus bolsas y para disminuir el contacto físico, prefieren empacar sus productos, y entonces sus ingresos bajan, porque las propinas se esfuman.
¿Cómo eran las condiciones laborales en adultos mayores antes de la pandemia?
Antes de la pandemia, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) señaló que las ofertas laborales para las personas adultas mayores eran precarias —es decir, sin prestaciones, condiciones óptimas (tienen que estar de pie durante horas) o sin salario—, que exigían una baja calificación, eran mal remunerados y, en ocasiones, ni siquiera eran parte del sector formal.
“Definitivamente la llegada del COVID afectó los ingresos porque lo que nos da la pensión es muy poco y para un mes que nos dan $2,800 la verdad no alcanza”, lamenta José Tomás.
En México, aunque las personas mayores de 65 años reciben un apoyo económico por parte del programa social “Pensión para el Bienestar de las Personas Adultas Mayores”, datos de la Plataforma para el Análisis Territorial de la Pobreza (PATP), presentados por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), indican que resulta insuficiente.
En tres de cada cuatro municipios localizados en la zona centro y sur del país, la proporción de beneficiarios de este programa es mucho menor que la proporción de personas adultas mayores en situación de pobreza.
Sin retiro posible, la vuelta al trabajo
José Cruz tiene 15 años como empacador, trabajó por 11 años en una empresa de seguridad privada.
“Tengo 15 años como empacador y aunque no tenemos salario fijo, necesitamos ingresos para que uno pueda permanecer más o menos bien. Entre lo que se gana acá y lo que da la pensión se va compensando un poco, pero fue algo diferente a cuando estaba uno en esto del COVID”, dice.
Mientras tanto, Antonia Báez, de 71 años, tuvo que luchar con las carencias económicas en medio de la enfermedad.
“Fue horrible. Tenía 10 años como empacadora y me sentí muy mal de no poder trabajar. Estuve encerrada todo el tiempo y luego a mi hijo le dio COVID. Yo pensé que me moría y que me iba a contagiar porque vivimos sólo los dos. (…) Fue en diciembre y pasé mucho frío hasta que me enfermé”, relata.
Quizá te interesa leer: ¿Por qué los adultos mayores deberían jugar videojuegos?
A pesar de estar vacunada, Antonina dice tener miedo porque el virus no se ha terminado, pero al quedarse sin ahorros y sin estar pensionada, se vio obligada a regresar a trabajar para pagar renta, comida, luz y agua.
“Yo soy cocinera. Fui la mayora de cocina en un restaurante en donde el trabajo es muy rápido, pero empecé a notar que ya no tenía la misma habilidad. Estaba acostumbrada a una rapidez extrema en el restaurante y aunque ya no seguía ese ritmo, aquí en el súper se me hizo leve el trabajo… ahorita no tanto porque con todo esto del regreso a la normalidad y las ofertas hemos tenido más carga de trabajo”, afirma.
A pesar de los contratiempos, asegura estar a gusto al regresar al mundo laboral, pero que las vivencias de la pandemia siguen presentes.
“Me siento muy bien de recibir a los clientes y aunque nos felicitan por estar aquí, nada quita que fue terrible todo lo que sucedió.”