La falsa guerra generacional

joven y viejo

Nada más errado que pensar a nuestra generación como “la más fuerte”, “la más aguantadora”, “la más respetuosa” y anexas…nada más limitado y maniqueo que asumir alguna superioridad moral cimentada en la denostación de lo que no nos es contemporáneo.

HUGO ERNESTO HERNÁNDEZ CARRASCO | @H7GO

Siempre nos ha acompañado la idea de que nuestra generación —cualquiera que sea— tiene frente a sí, el futuro en sus manos, la respuesta absoluta a los males del momento, la explicación definitiva en torno a la historia que le precede, un Fin del Mundo que le roza las espaldas; sus catástrofes, sus hitos, sus héroes y heroínas. Desde hace algunos siglos, en Occidente, cada generación danza —no sin tensiones— entre la ruptura, la continuidad y la reformulación con el mundo que le ha tocado vivir, necesitando así, replantearse aspectos tan diversos pero inherentes a ella como las artes, la política, los deportes, la sexualidad, la moda y la imagen, entre otros. 

Cada generación parece marchar con un ritmo propio dentro del curso de los acontecimientos y circunstancias, y cada generación ha sido crítica con aquellas que le preceden y con aquellas que las relevarán. Esto ha sido así, porque entre otras tantas ideas que nos circundan, se encuentran dos primordialmente que demuestran sesgos, contradicciones y puntos de tensión con la natural incertidumbre del tiempo presente: la de “que todo tiempo pasado fue mejor” y “la del futuro como algo sombrío”.  Otra idea que encierra falacias que bien pudieran ser tema de otra columna, es la de “tiempos difíciles crean hombres fuertes, hombres fuertes crean tiempos buenos, tiempos buenos crean hombres débiles y hombres débiles crean tiempos difíciles”.

Podríamos empezar por enumerar algunas críticas simples, como el hecho que asume a un sujeto “hombre” como creador del ciclo de la historia”, pero bueno, imaginando que el sujeto fuera cambiado por el de “seres humanos” en lugar de “hombres”, no deja de generar ruido la simplificación de la historia humana como un ciclo inevitable y mecánico de repetición, quitando con ello toda la complejidad que encierran los hechos, los miedos, los sufrimientos y esperanzas que a cada generación le tocó vivir y que, resulta válida como vivencia que nos deja algún aprendizaje, algún eco de sensibilidad. Es cierto, a muchas personas y sobre todo a los “señoros” (como diría Carlos Galeana) la frase les fascina sobre todo por la posibilidad que tienen de aplicarla a rajatabla a las generaciones que mal llaman “de cristal”. Nada más errado que pensar a nuestra generación como “la más fuerte”, “la más aguantadora”, “la más respetuosa” y anexas…nada más limitado y maniqueo que asumir alguna superioridad moral cimentada en la denostación de lo que no nos es contemporáneo. Al respecto podríamos plantear algunas preguntas que pueden hacernos repensar esta falsa guerra generacional que nos deja múltiples sensaciones de incomprensión y antipatía, por ejemplo: si mi generación es “superior a la tuya” ¿qué sentido tiene nuestra obra —cualquiera que sea— como legado a la posteridad, es decir, a los seres humanos que nacerán después de nosotros?, si mi generación “aguantaba más” ¿qué sentido tiene pensar un mundo mejor tanto en el presente como en el futuro? Si esto fuera un concurso sobre “quién resiste más”, las ideas de bienestar, de mejora, de sostenibilidad pasarían a ser obsoletas; si mi generación es más joven y por tanto tiene “más que aportar” que la tuya ¿qué peligrosa idea de la edad como limitante de la acción y del pensamiento estamos engendrando?, si las personas mayores que nosotros por el hecho de ser mayores, están erradas en todo lo que hacen, piensan o dicen ¿no nos resultará contraproducente en el largo plazo toda vez que nos encaminemos a ser esas personas mayores?

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Adjetivos como “generación de cristal”, “generación de cemento” y otras, no hacen más que minimizar las sinergias y posibilidades de cambio y educación conjuntas que tenemos. Como profesor (treintañero) que he tenido la oportunidad de ser, puedo dar testimonio, que así como de colegas de mayor edad he aprendido del oficio, así también de mis alumnos y alumnas he aprendido del mundo del conocimiento; prejuiciarlos por la idea de la edad me hubiera llevado a ninguna parte. Los tiempos cambian, cada cual con sus retos, retos que además son transversales para la condición humana. Por tanto, hay que dejar los falsos debates a un lado, será mejor conservar el corazón abierto. 

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