Abejas y hard kombucha

Diseño: María Prieto
Diseño: María Prieto

¿Se imaginan si en Puebla hiciéramos eso con los locales que llevan desde Piña Olaya sin rentarse? La 43 poniente, para orgullo de su clase política, se convertiría en la capital universal del arte. 

PABLO ÍÑIGO ARGÜELLES | @Piaa11

Tuvimos un domingo muy a la Martha Stewart en la Isla del Gobernador: María patinó todo el día y yo la seguí en una bici rentada; hicimos un picnic digno del canal Gourmet (que se vio frustrado por un ataque de avispas republicanas) y tomamos una siesta de dos horas en el pasto más verde que vi nunca, mientras un libro de William Gaddis era mi antifaz. 

Governor’s Island, otrora base militar, es prácticamente un parque flotante que está a cuatro minutos en ferry desde Manhattan y que, como buena isla, guarda en sus casas de ladrillo derruidas todas las fantasías de quienes quieren hacer como que se escapan de la ciudad un domingo, aunque solo hace falta ver la horrenda Brooklyn Tower escabullirse entre los árboles para saber que Nueva York, oh, Nueva York, no lo deja a uno huir así de fácil.

La noche anterior fue intensa: fuimos a la inauguración de Parallel Horizons, una exposición fotográfica en donde nuestro amigo Carlos de la Sancha expuso tres de sus fotos, por las cuales bebimos cuatro o seis latas de hard kombucha, aunque de no haber fotos ni show, bien podíamos habernos inventado otra causa por la cual brindar, como que la humedad y todas sus consecuencias, por ejemplo, están por fin cediendo a estas alturas de septiembre. 

La exposición, una declaración honesta frente a la creciente tiranía de la inteligencia artificial, fue acogida por ChaSaMa, un colectivo que lleva casi treinta años asociándose con propietarios y compañías de bienes raíces para usar espacios en desuso (de esos que nunca se rentan) y abrirlos a artistas de todas las disciplinas para que hagan lo que mejor saben hacer por medio una interacción justa e inclusiva. 

Lo anterior, no me dejarán mentir, suena a uno de esos planes que salen en una banquetera de Cholula, o en la quinta cerveza mientras el mesero de La Amistad nos avisa que ya no hay cacahuates, o en el primer semestre de la universidad, cuando el porvenir aún promete.

¿Se imaginan si en Puebla hiciéramos eso con los locales que llevan desde Piña Olaya sin rentarse? La 43 poniente, para orgullo de su clase política, se convertiría en la capital universal del arte. 

Debo aceptar que esta fue la primera vez que tomaba hard kombucha, (que ni es tan dura ni es tan probiótica) y que cuando le di el primer trago, sentí como si estuviera tomando una cerveza Sol en lata recién sacada de la guanterea de un coche, estacionado doce horas bajo el sol desértico.

El segundo trago no fue menos traumático. 

Para el tercero ya hubo resignación, luego  chocamos latas con Carlos por ser su primera exposición en Chelsea.

Y fue precisamente cuando soñaba con el cuarto trago de hard kombucha que un estruendo, acompañado de una ráfaga de viento, me trajo de vuelta al mundo desde la pasividad de mi siesta. Abrí los ojos y sobre mí vi algo negro que parecía un dron gigante volar sobre nuestras cabezas. William Gadiss salió volando cuando me levanté de golpe, sólo para descubrir que ese no era el único artefacto de su especie volando sobre nosotros y Governor’s Island. 

Una flotilla de V-22 volaban bajo y lentamente, descenciendo sobre la bahía de Nueva York, como intimidando, como diciendo: ya llegamos, perros, ¿ya nos vieron? María y yo nos incorporamos, descubriendo que sólo quedábamos nosotros en el pastizal. Tomamos nuestras cosas y nuestro orgullo y nos fuimos corriendo a la terminal del ferry, cuya última nave del día zarpaba en diez minutos. 

Por mi cabeza pasó brevemente la idea de quedarnos atrapados en la isla por una noche, aunque seguramente hay un barco especial para la gente cruda y despistada.

Cuando nuestro ferry tomó el East River, el Marine One, en cuyo interior Joe Biden seguramente admiraba a lo lejos la Estatua de la Libertad, pasó por arriba de nosotros. El barco se detuvo por cuestiones de seguridad, dijo un marinero, y todos corrimos a popa a ver el espectáculo más caro de todos los tiempos: doce helicópteros subsidiados por el Estado, haciendo maniobras sobre una ciudad con la crisis migrante más precoupante de su historia, deteniendo, para un solo hombre, el tráfico aereo, marítimo y motor. 

Vimos a lo lejos a Biden bajar del Marine One, subirse a una de sus dos bestias e irse. Para cuando llegamos por fin al Pier 11, descubrí que una de las avispas republicanas que antes nos acecharon, yacía muerta en la solapa de mi camisa.

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