¿Por qué las y los docentes tendrían que recordar con mayor frecuencia la frase Hakuna Matata? En esta columna se reflexiona sobre el tema.
ALEJANDRO BADILLO | @Alebadilloc
En la película El rey león de 1994 Timón y Pumba (un suricato y un jabalí) se hicieron famosos por la frase “Hakuna matata” que, en suajili, significa “no hay problema”. Para quien recuerde el filme que ha tenido continuación y se ha vuelto parte de la cultura popular, el joven león Simba –el heredero del trono– llega atormentado después de la muerte de su padre. Entonces, conoce al suricato y al jabalí que tienen una particular filosofía de vida que mezcla hedonismo y una elegía al presente para olvidar lo que nos ata al pasado.
He pensado en esto a raíz de algunos maestros adictos al trabajo que he conocido a lo largo de los años. Los he visto, atados a sus computadoras, llenando infinidad de papeles y calificando aún más infinidad de exámenes. Llevan el estrés laboral a sus alumnos, en particular los maestros muy jóvenes que dudan de su “autoridad” y creen que la férrea disciplina es la solución para controlar un grupo de adolescentes de preparatoria. De esta manera se condenan a un círculo vicioso: los alumnos asumen, cada sesión, como una nueva oportunidad para transgredir los límites y, el maestro, para seguir experimentando con diferentes formas de castigos. Lo peor de todo es que lo académico pasa a un segundo plano, pues lo importante es ver quién gana la batalla.
Lo que se necesita, volviendo al inicio de este texto, es un poco de Hakuna matata para los maestros. ¿El alumno no entregó un trabajo? Hakuna matata. ¿El perro se comió su tarea? Hakuna matata. ¿Dice que, otra vez, increíblemente, por sexta vez durante el semestre se fue la luz en su colonia y que, por eso, no pudo mandar su texto a tu correo? Hakuna matata. ¿Se fue de vacaciones con su familia un mes al extranjero y tendrás que ver cómo usas tus superpoderes para la evaluación del parcial? Hakuna matata. ¿Hay que llenar un formato que nadie va a leer y que arderá en algún incendio futuro? Hakuna matata. Se ha normalizado tanto el dogma del rendimiento durante cada segundo de la jornada escolar que el docente se siente culpable cuando abandona, por un momento, la computadora. Siguiendo esta lógica de adicción al trabajo, el mismo docente goza de un placer morboso cuando deja decenas de actividades al alumno, actividades que, por supuesto, tendrá que evaluar añadiendo más carga a su día. No importa, parece dictar la experiencia, pues el mundo de hoy está lleno de trabajadores masoquistas que han fundido su identidad con lo que hacen para ganar dinero y, por lo tanto, se enorgullecen de las horas extra frente a la pantalla.
Por supuesto, no estoy defendiendo que el maestro, simplemente, ignore lo que sucede en la escuela o el aula. Tampoco defiendo la irresponsabilidad en un asunto tan delicado como la educación. Lo que intento decir es que la cultura del trabajo duro, la explotación autoimpuesta y las horas extra, lo único que logran es llevarnos al previsible destino del burnout laboral. La idea perniciosa de que “la letra con sangre entra” pasó del castigo físico a llevar al alumno a un camino extenuante que, a la postre, termina afectando al maestro y sus ilusiones por enseñar algo. La hiperproductividad en el aula es un vicio que habría que erradicar y que, de alguna manera, se intenta combatir en algunas escuelas, aunque la inercia es muy fuerte, pues hasta las actividades recreativas y extraescolares significan, en automático, “hacer algo”. ¿Por qué no dejar que los alumnos hagan lo que quieran, aunque esto se salga de los consabidos rallys, kermeses y cualquier tipo de evento con un itinerario que hay que cumplir a rajatabla? ¿Por qué no hacer nada y dejar pasar el tiempo?
Hakuna matata para docentes es llevar al alumno a no aceptar lo que, después, vivirá en su vida adulta: trabajar hasta la extenuación sin importar los resultados. Si el maestro es ejemplo, como suele decirse, habría que enseñar que la salud mental es clave en un mundo que se empeña en volvernos locos. Intentar vivir, aunque sea por algunos momentos del día, en las urbes aglomeradas y caóticas que habitamos, como Timón y Pumba, es una gran lección para generaciones que empiezan, tímidamente, a cuestionar el paradigma social que les tocó vivir.
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