En esta columna invitada, Brenda Giselle Palacios comenta el libro Una mirada al feminicidio, de Mariana Berlanga, para abordar de forma crítica la cobertura desigual que reciben ciertos casos de feminicidios y desapariciones de mujeres.
BRENDA GISELLE PALACIOS | @bgpalacioss
“Si hablamos de feminicidio la vista es crucial. Los marcos de visibilidad son los que determinan su existencia”, así lo señala la doctora Mariana Berlanga Gayón en su libro Una mirada al feminicidio (2018), una investigación, análisis y reflexión en torno a las fotografías de casos de feminicidio en México presentadas en los medios de comunicación.
Para fines de este texto, quiero extender el concepto de feminicidio al de la violencia feminicida, esa violencia que constituye la negación de los derechos humanos de las mujeres, entre ellos el más importante: el derecho a la vida. Es decir, tomo en cuenta también aquellos problemas que generalmente anteceden al feminicidio, como la desaparición, la violencia sexual y la trata. Entonces considero que, si hablamos de la violencia feminicida, la vista es crucial.
Los marcos de visibilidad que menciona y sobre los que reflexiona la periodista y activista Mariana Berlanga hacen referencia al acto de ver, a las representaciones visuales, a nuestra posición, a la posición en la que miramos/pensamos/mantenemos a la otredad pero, sobre todo, hacen referencia a aquello que incluimos y excluimos de nuestra visión y atención del mundo, afirmando así que existe un marco de visibilidad de lo que es importante, valioso y significativo en nuestras sociedades.
Berlanga recupera, además, las reflexiones de la filósofa Judith Butler sobre una noción política de la vida (pues está atravesada por una serie de poderes) y el valor cultural que le damos dentro de un marco de normas ya establecidas. De ahí, una premisa que quiero retomar: Hay vidas visibles y otras invisibles, hay vidas que importan y otras que no.
Como comunicóloga feminista, analista de medios y mujer interesada en la fotografía documental, abracé el concepto de los marcos de visibilidad desde que supe de su existencia. Pero, además, no ha dejado de pasearse por mi mente a raíz de la ola de noticias locales y nacionales sobre algunos casos de mujeres desaparecidas y asesinadas en estos últimos días.
Cada día en Facebook, Twitter y hasta en Instagram veo publicaciones y fotografías de personas desaparecidas, sobre todo de mujeres. Desde el 9 de abril escuchábamos y veíamos información sobre la desaparición de Debanhi Escobar, una chica de 18 años, estudiante de criminología, que desapareció en la madrugada luego de asistir a una fiesta en una quinta de Monterrey.
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El caso tomó mucha relevancia en páginas no sólo de medios de comunicación sino también en los perfiles de colectivas feministas y mujeres activistas. En automático pensé en la desaparición y feminicidio de Mara Castilla, una chica de 19 años de edad, estudiante de Ciencias Políticas, desaparecida y asesinada en septiembre de 2017 en Puebla. Su búsqueda, al igual que la de Debanhi, duró varios días y los medios de comunicación le dieron un seguimiento prolijo. En ambos casos, desde los primeros días de la noticia de su desaparición, los nombres de Mara y Debanhi estuvieron muy presentes en los medios, en las redes, en los perfiles de mis contactos y también en mi círculo de amigas y compañeras.
Hoy se ha dado la noticia de que Mario Escobar confirmó la muerte de su hija Debanhi. Con esa noticia me desperté, con esa noticia nos despertamos las mujeres en México.
Al día de hoy, por lo menos 56 mujeres siguen ausentes en Nuevo León. Mientras las autoridades buscaban a Debanhi, localizaron a cinco mujeres (al menos tres de ellas menores de edad) que habían sido reportadas como desaparecidas, sus nombres son Irlanda Ramírez de 14 años, Irma Hernández de 19 años, Brisa Porras de 16 años, Ingrid Castillo de 15 años y Jenifer Almaguer de 14 años.
En Puebla, el colectivo “Voz de los Desaparecidos” ha publicado las fichas de búsqueda de Alma Munive Amaro de 44 años, Rubicela Alvillar Hernández de 20 años, Leslie Parra Chávez de 25 años, Renata Valentina García Galicia de 3 años, Miranda Ramírez Cortés de 19 años, Cristina de Santiago Romero de 16 años, Moncerrat Santos Hernández de 18 años, Ángela Paola Pérez Ramos quien al desaparecer tenía 18 años en 2017, Norma Angélica Martínez Meneses de 17 años, María del Carmen González Rodríguez de 20 años, María Fernanda Fernandez Arciga, que tenía 3 años al desaparecer en 2013, Michell Palacios Medina, quien al desaparecer tenía 8 años en 2017, Monserrat Murrieta Alberto quien tenía 15 años en 2020, Nadia Guadalupe Morales Rosales quien tenía 17 años al desaparecer en 2017, Sarahí Aquino Guzmán quien tenía 22 años al desaparecer en 2018, Fanny Ocotitla del Río quien tenía 28 años al desaparecer en 2020, Dolores Soria González quien tenía 33 años al desaparecer en 2017, Jessica Arheli Hernández Guevara quien tenía 34 años al desaparecer en 2014, Guadalupe Marce Mendez quien tenía 29 años al desaparecer en 2019… y la lista sigue.
Sus familias han tenido, de una u otra forma, la posibilidad de contactar al colectivo y visibilizar sus casos. No dimensiono la cantidad de mujeres que han desaparecido, pero cuyas familias no tienen o no tuvieron la oportunidad de nombrarlas, de visibilizarlas ante los medios y la sociedad.
Hay mujeres que llevan días desaparecidas, otras meses o años. ¿Por qué algunos casos se atienden rápidamente y otros ni siquiera son considerados?
¿Por qué decidimos compartir la ficha de búsqueda de unas mujeres y de otras no? ¿Por qué nos duele el feminicidio de unas mujeres y de otras no?
¿Cuáles son las razones por las que los medios de comunicación le dan tanta cobertura a la desaparición de algunas mujeres y a otras ni siquiera las mencionan?
Mariana Berlanga Gayón habla de cierta definición estadounidense de la racialización abierta que divide a la humanidad y con la que se designa a las personas negras latinas o de una raza distinta a la europea. Una definición divisoria de “los blancos” y “los no blancos”. Al mismo tiempo afirma que “en América Latina la pobreza tiene color”. Las mujeres que aparecen en las fotografías que Mariana analiza son semejantes a la extensa mayoría de las mujeres mexicanas retratadas en las fichas de búsqueda que actualmente circulan por internet y de vez en cuando en las calles.
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Al mismo tiempo, Mariana señala que la estética de estas mujeres no sólo se determina por su color de piel, sino también por sus rasgos físicos, sus gestos, la ropa que utilizan, la forma en que se peinan y por su actitud corporal.
No representan lo que en nuestros países se considera una mujer ‘bella’, su aspecto no corresponde al ideal de mujer plasmado en las revistas de moda y en la televisión, donde generalmente aparecen mujeres blancas, con rasgos europeos, cuerpos ejercitados y ropas de marca. (Berlanga, 2018).
La estética de las mujeres en las fotografías analizadas por Mariana es contrastante con la de las mujeres que suelen participar en concursos de belleza. Estos concursos que, a decir de Laura Mulvey -citada por Mariana Berlanga-, reafirman el rol tradicional de las mujeres y el camino que deben seguir para “tener éxito”.
Esa es la condición que las hace aceptables, de acuerdo con la ética burguesa: ser mujeres de pasarela, silenciosas y sonrientes; juzgadas por los méritos de su figura y sus rostros. (Berlanga, 2018).
Entonces, ¿creemos que ser ‘mujeres bellas’ es lo que nos hace valiosas?, o ¿en función de qué valoramos nuestra propia vida y la vida de otras mujeres? ¿Valoramos la vida de las otras por su rostro y su figura? ¿Qué nos provocan las imágenes de las mujeres que “cumplen” con esas características que consideramos deseables (belleza, blanquitud, delgadez, etc.)? ¿Qué nos provocan las imágenes de esas mujeres a las que no consideramos bellas y/o valiosas? Realmente, ¿nos provocan algo?
Así, siguiendo esta idea del valor que se le otorga a lo que se considera femenino y deseable, Mariana pregunta “¿Qué significa una mujer morena con rasgos indígenas en el contexto de América Latina?”, “¿Cuál es su lugar en nuestras sociedades?”
Al recalcar su mínima visibilidad y las miradas (generalmente de menosprecio) que reciben, Mariana Berlanga se refiere a las mujeres morenas latinoamericanas en situación de vulnerabilidad como subalternas, mujeres invisibles, mujeres que ante nuestros estrechos marcos de visibilidad parece que no existen, y que, por lo tanto, sus muertes no merecen un duelo. “¿Cómo hace una mujer subalterna para ser vista, y más aún, para ser escuchada?”, se pregunta Mariana.
Las responsabilidades de las autoridades son claras (aunque tenemos que repetirlas todo el tiempo) pero, ¿cuáles son las responsabilidades, los alcances y las posibles aportaciones de los medios de comunicación para la visibilización de las mujeres subalternas?
Las mujeres que no hemos vivido de cerca una desaparición ¿tenemos parte en todo este entramado de significaciones de los cuerpos y la estética de las mujeres retratadas en las noticias de desaparición y feminicidio?
He visto pocos, pero existen reclamos de algunas mujeres en redes sociales por la evidente desigualdad en la cobertura de los casos de desaparición y/o feminicidio y el seguimiento que se les da más allá del hecho violento. Y no se trata de banalizar o minimizar las desapariciones y feminicidios de mujeres que no podrían considerarse subalternas, sino de reflexionar para mirar a todas las mujeres víctimas de violencia feminicida con la misma atención y cuidado.