Las estrellas no estallan en Bleecker Street

sofía campos
Diseño: María Prieto

En ese momento yo soy lo único que falta para que la empresa fotográfica pueda completarse. No es un homenaje a Charly, es sólo un peregrinaje temporal.

PABLO ÍÑIGO ARGÜELLES | @Piaa11

Primer Acto

Charly García y el fotógrafo Uberto Sagramoso deambulan por Lower Manhattan.

Es 1983: buscan la foto para la tapa de Nuevos Trapos, el nuevo álbum que García está grabando con el productor Joe Blaney en los Electric Lady Studios. Después de fotografiar a Charly grafiteando paredes (y de no quedar satisfechos con el intento), el músico y el fotógrafo seguirán caminando. 

Luego de un rato llegarán a la esquina de Walker y Cortland Alley, una intersección cualquiera en los límites de SoHo y Tribeca, en el bajo Manhattan. Ahí, en una de las paredes, habrá una silueta, un “shadowman” pintado por un artista entonces anónimo. Tendrán que pasar algunos años (quizá décadas) para saber que fue hecho por Richard Hambleton, artista canadiense y pionero del grafiti neoyorquino.

Pero en ese momento aquello no importa. 

Charly se sentará en la banqueta atraído por ese hombre sombra que le recuerda a los desaparecidos y a las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo.

Encenderá un cigarro. 

Sagramoso hará lo propio. 

También, en aquel lienzo callejero, casi encima del “shadowman” hay otra pinta: “Modern Clix”, el nombre de una banda local que se le quedará grabado a Charly en la cabeza (así como las imágenes se magnetizan en un videotape). La historia de la música argentina, la historia de García y la de esa intersección neoyorquina, acaban de sellarse.

Unas semanas más tarde, el 5 de noviembre, será lanzado Clics Modernos, uno de los álbumes más influyentes de la música argentina.

Segundo Acto

Lagoa

Mientras escucho a Sofía Campos cantar en portugués frente a un puñado de personas en los estudios Alibi de Brooklyn, sentada en un banco de madera con sólo su guitarra viajera entre las manos y el entrecejo fruncido en una nota melancólica, pienso en estrellas, en el vacío que existe entre ellas: años luz que a nuestros ojos son sólo centímetros. Detrás de ella, un proyector lanza constelaciones que tintinean lentamente, haciendo que este pequeño estudio, construido en un traspatio de Dekalb Avenue,  se vuelva un lugar íntimo y recóndito.

Cuando termina la canción, para romper el silencio que queda después de un aplauso largo y compacto, Sofía confiesa que,  aunque es argentina, nació en Florida.

Te mentí 

Es el primer concierto de Sofía Campos en Nueva York y a todos nos mantiene cautivos: cuenta historias, arma acordes prolijos que suaviza con armonías muy dóciles, introduce sus canciones en español, en inglés, en portugués; describe su infancia, calle tras calle, chiste tras chiste, mayo tras mayo, risa tras risa: Sofía deja entrever sus misterios detrás de una sonrisa inalterable. 

Y mira al piso constantemente. Ahí descansa una lista arrugada que escribió tan solo minutos antes del concierto, como quien escribe una lista de deseos y que yo correré a husmear tan pronto termine el concierto.

Mayo

¿Cómo nos conocimos con Sofía? Por Charly. La primera vez que nos habló de ella y de su música fue en la taquería Mocambo de la ocho oriente, en Puebla, hace un año y medio quizá. Nos puso una de sus canciones en el celular y luego, como exigen siempre las madrugadas que acaban en El Mocambo, hablamos de mil y una cosas más y olvidamos otras cuantas. 

Verde Nocturno

Mientras Sofía lucha contra la humedad brooklyniana que desafina su guitarra cada tanto, presenta Verde Nocturno, que grabó con Natalia Lafourcade y compuso estando en Cholula durante el encierro. Canta los primeros versos: esos sonidos brillantes/que por envolverte ya no están/me empiezan a dejar sola conmigo, y caigo en la cuenta que es la misma canción que Charly nos enseñó esa vez, en lo que parece ser otra vida, otro tiempo y definitivamente otro universo.

Invisível

En Nueva York no hay estrellas, sólo a veces. Si vamos a Grand Central Terminal y miramos su cielo abovedado, es lo más cerca que estaremos de verlas, o si esperamos la hora más oscura tumbados en una roca milenaria en Central Park. 

Peor en Nueva York, generalmente, los cielos estrellados no existen.

Salvar el fuego

El cielo detrás de Sofía sigue tintineando. 

Puntitos blancos y el espacio negro que las separa.

Las estrellas parecen acercarse una a otra, poco a poco, hasta el punto de tocarse. Pero nunca lo hacen. Cuando Sofía rasga el último acorde, la sala estalla en otro aplauso. El público está sentado en el piso como escuchando a un amigo en la sala de un departamento. 

Será

La voz de Sofía se vuelve la casa de todos ese viernes en Brooklyn. Nos hace aprender la estrofa de la siguiente canción, pide un tequila y amenaza con cantar una ranchera. 

Lo hace y todos acabamos cantando. 

Desastre

Termina el concierto. Me acerco a mirar la lista de canciones. Es en ese momento que me doy cuenta que por alguna razón perdida en las estrellas proyectadas en la pared de ese estudio, Sofía Campos decidió no cantar Desastre esa noche,  el primer sencillo del álbum que lanzará el próximo 17 de agosto. 

Nos despedimos de Sofía, nos damos un abrazo celebrando esta amistad tan inesperadamente neoyorquina y prometemos vernos pronto. 

Tercer Acto

Salgo apresuradamente de una deli. La humedad me está matando: julio en Nueva York es el infierno. En mi mano derecha llevo una cajetilla de American Spirits y un encendedor, pensando, como cada vez que veo a alguien liar un cigarro, en el precio excesivo del tabaco, de la renta y de la vida. 

El claxon de un taxista y una mentada de madre en un idioma ininteligible, me trae de vuelta a esta tarde pegajosa de julio de 2023. Apresuro mi paso. Cuando doblo en Walker Street alcanzo a ver la esquina con Cortland Alley. Pienso en Charly García y en Clics Modernos: este año se cumplen cuarenta años de su existencia.

Pero ya no hay grafiti, no hay Shadowman, no hay Modern Clix: sólo hay una pared perfectamente pintada de color crema que ahora pertenece a una galería carísima y en la que Sofía Campos se recarga ensayando la pose de Charly en la foto de Sagramoso. María Prieto, con la Hasselblad colgada al cuello, la dirige.

En ese momento yo soy lo único que falta para que la empresa fotográfica pueda completarse. No es un homenaje a Charly, es sólo un peregrinaje temporal. Tengo la frente empapada de sudor. Le extiendo la cajetilla de American Spirits a Sofía y me agradece sonriendo. Saca uno y finge fumarlo, en la misma posición que Charly en la portada. 

María Prieto dispara una vez. 

Dispara otra.

El rollo en la Hasselblad se ha terminado.

Es 2023: mientras Sofía nos cuenta a María y a mí sobre el color verde y la protea de la portada de Lisboa, su próximo disco, nos alejamos y decidimos ir al bar más viejo de la zona. 

Visitaremos fantasmas y hablaremos sobre ellos, es eso lo que esta amistad tan joven tiene en común. 

Al final nos despedimos y prometemos vernos mañana en Brooklyn: iremos al primer concierto de Sofía Campos en Nueva York. 

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