No soy un extraño: Charly García y su esquina neoyorquina

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Una crónica sobre una esquina neoyorquina, el músico argentino Charly García y el álbum Clics modernos.

PABLO ÍÑIGO ARGÜELLES | @Piaa11
Fotografías por María Prieto y Pablo Íñigo Argüelles, Proyecto Análogo.

Es domingo y quiere llover, pero las nubes no alcanzan. 

En la intersección que hacen Walker Street y Cortlandt Alley (uno de los pocos callejones que se dibujan en el mapa de Manhattan), no hay nada que no habría en cualquier otra esquina neoyorquina: andamios eternos, charcos misteriosos, paredes grafiteadas, una sucesión de escaleras de incendios por las que escurre el sol. 

Tampoco hay nada, absolutamente, que augure que mañana a mediodía, cientos de personas estarán congregadas en este cruce cantando al unísono Inconsciente Colectivo, con las manos levantadas y los ojos cerrados, como asistiendo a un ritual espontáneo, urbano, extraño.

Y todo porque hace cuarenta años Charly García se sentó aquí, en esta misma banqueta, prendió un cigarro y dio una bocanada, mientras el fotógrafo Uberto Sagramoso le tomaba la foto que sería la portada del álbum que por esos días grababa junto a Joe Blaney en los Electric Lady Studios (quince calles más arriba), y que se volvería su álbum más icónico, más influyente, más querido: Clics Modernos.


Pero hoy, mientras muere la primera tarde corta del año, aquí en Walker y Cortlandt no hay nada, ni pistas del shadowman, ni las cenizas del cigarro; no hay sospechas de la multitud en trance que mañana, lunes 6 de noviembre, hará suya una de las esquinas de esta intersección.

***

La Nueva York a la que Charly García vino desde Argentina decidido a encontrarse, en 1983, tenía aún presentes los rescoldos de la década pasada, en la que la bancarrota social y económica la condujeron a un hoyo del que no saldría hasta bien entrados los noventa. 

Eran los tiempos del crack y de “ese extraño cáncer detectado en 41 homosexuales”, como el New York Times llamó al virus del VIH tan sólo dos años antes, sin advertir que se volvería epidemia, sin sospechar que arrasaría despiadadamente con la comunidad artística del bajo Manhattan. 

Y para ser más exactos y darle razón a los nostálgicos, Tribeca, uno de los acrónimos favoritos de la ciudad (ahí junto a los Nohos y los Sohos y los Dumbos y los Fidis), no era el “triángulo debajo de Canal” gentrificado que hoy se jacta de sus galerías, sus hoteles de lujo, Robert De Niro,  Sarabeth’s y un rascacielos que parece una mala partida de Jenga a la que le dieron el premio Pritzker. 

Cuando ese día Charly y Sagramoso caminaban por Tribeca buscando una pared en la que pudieran grafitear el título de su nuevo disco, Nuevos Trapos, lo hacían entre edificios vacíos, estacionamientos desiertos y calles fantasma. Y cuando ambos creían tener la foto definitiva, caminaron por la calle Walker y ahí lo vieron: un shadowman, la silueta de una persona que después sabríamos había sido hecha, como muchas otras siluetas dispersadas por Lower Manhattan, por el artista Richard Hambleton, a quien la crítica ha llamado el “pionero del grafiti”.

Fotografía: Uberto Sagramoso

Charly confesaría meses después en una entrevista, que aquella pinta le llamó de inmediato porque le recordó al siluetazo, aquella intervención artística que buscaba dimensionar el número de desaparecidos por la dictadura Argentina. Y por si fuera poco, las señales que Nueva York le estaba dando a Charly a través de esa pared de Tribeca, terminaron por convencerle  de que Nuevos Trapos no sería el título de su próximo álbum, sino Clics Modernos, gracias a una pinta que se encontraba al lado de la silueta de Hambleton: “Modern Clix”, el nombre de una banda local.

La epítome del arte pop o el azar de las ciudades, o una simple entropía se consumó entonces, al instante en que Sagramoso disparó su cámara. 

***

Mañana, lunes, Mariano Cabrera, el actor argentino que hizo que fuera posible que los dioses neoyorquinos dejaran nombrar esta esquina como la Charly García Corner, bailará mientras invita a todos a cantar “Nos siguen pegando abajo”, que sonará en unas bocinas disupestas al lado de un templete modesto pero suficiente. 

Cientos irán llegando de a poco: argentinos, mexicanos, puertorriqueños, uruguayos. La gente mirará a través de las ventanas del hotel Walker y de los edificios aledaños, curiosa, preguntándose porqué todos están reunidos en torno a un poste.

Primero hablará el cónsul de Argentina en Nueva York, luego lo hará el comisionado de transportes, luego el embajador de Argentina en Washington, que leerá una carta breve que el mismo Charly, quien en ese momento estará siguiendo todo ese ritual vía Zoom desde su departamento en Coronel Díaz, le habrá mandado y en la que cerrará diciendo: “no veo el momento de decirle un taxista ‘déjeme acá, en Walker Street y yo’

Josi García, la hermana de Charly  también dirá unas palabras, pero sobre todo sonreirá, sonreirá todo el tiempo; Shoei Go Powers, la esposa del líder de la banda Modern Clix, Fran Powers y autor del grafiti junto al shadowman, estará entre el público, regalando calcomanías de la banda que un día tocara en el CBGB.

Ada Moreno, la autora de las Polaroid de “la nariz que no hace juego en tu cara”, que aparecieron en los interiores del álbum, presenciará todo detrás de una ventana; Hilda Lizarazu, Alfi Martins y Zorrito Quintiero, despertarán los fantasmas de los primeros shows del Ritz y tocarán, en vivo, como lo han hecho desde siempre al lado de Charly y nos harán flotar. 

Joe Blaney, el productor de Clics Modernos, de The Clash, de Ramones, de Prince, que le abrió  a Charly las puertas de los Electric Lady Studios, se camuflará entre la multitud, reconocido por pocos, siguiendo discretamente el ritmo de la música que él mismo ayudó a crear.

Finalmente, ante los ojos expectantes de todos los que estaremos ahí, develarán primero la placa que dirá que Charly estuvo aquí; luego, una señal provisional que le dará título a esta nueva esquina de Tribeca, será descubierta y con ello culminará el ritual. 

Clics Modernos fue la búsqueda personal de Charly García, una voz frenética de la nostalgia, del dolor del regreso, del asco de la ida, de la búsqueda inútil del Perseo que llegó siendo un extraño y se fue habiéndose encontrado, habiendo ganado una mejor visión de todo lo que le rodeaba, de todo lo que había dejado atrás, o lo que él dijo mejor: tuvimos que ir tan lejos para estar acá.

Eso pensaré mañana, mientras sea parte de una multitud emocionada y congregada en torno a la esquina en cuestión. Cientos de personas que, como Charly, venimos a esta ciudad sin saber que la distancia nos haría entender gran parte de las cosas que no entendíamos, sin saber que la ciudad, a través de sus paredes profetas, nos seguiría constantemente dando la respuesta en forma de preguntas y más preguntas. 

Mañana, el círculo de Clics Modernos quedará cerrado.

Pero hoy todavía es domingo y aquí, en la intersección que hacen Walker Street y Cortlandt Alley no hay nada que no habría en cualquier otra esquina neoyorquina. 

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