Poblanos al borde de un ataque de ira

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En los últimos meses hemos visto varios casos de jóvenes poblanos llenos de ira atacando a otras personas, ¿cuál es el síntoma que acompaña esta situación? No te pierdas esta reflexión del escritor Alejandro Badillo.

ALEJANDRO BADILLO | @Alebadilloc

Ya es costumbre que Puebla aparezca en las noticias nacionales. Si antes era la venta ilegal de gasolina y la violencia en el llamado “triángulo rojo” o el carrusel de gobernadores que se tuvo en pocos años, ahora se sufre una epidemia de peleas y golpizas protagonizadas por adolescentes y jóvenes pertenecientes a familias adineradas de la ciudad. La primera noticia mediática en este año fue la detención de Luis Alberto y Francisco Romero, hermanos quienes mandaron al hospital a Ernesto Calderón después de agredirlo afuera de la zona de antros en Angelópolis, lugar en el que se han instalado bares para clientes de alto perfil. Semanas después un adolescente golpeó a un guardia de la zona residencial Lomas de Angelópolis, pues se tardó demasiado en abrirle, según palabras de su padre. La grabación de la cámara de seguridad de la caseta de vigilancia circuló profusamente en medios locales y nacionales provocando la consabida indignación. Uno se pregunta qué habría pasado si el incidente no hubiera sido registrado en video. 

La gente –particularmente los medios– siempre tiene respuestas fáciles a estos comportamientos. La primera tiene que ver con ese concepto difícil de precisar llamado “valores”. Irónicamente, a inicios de este año, varias universidades de Puebla emprendieron una campaña llamada “ValorEs” para fomentar la paz y la armonía en la ciudad. La segunda respuesta –más bien reacción inercial en las redes sociales– es la solución a través del castigo. La llamada “fantasía punitiva” acude como estrategia salvadora ante la violencia que desborda a la sociedad. La idea es que, a mayor castigo, menos ciudadanos se atreverán a violar la ley y transgredir la sana convivencia. Incluso, locutores como Juan Carlos Valerio –titular del noticiario local de Imagen TV y poniendo en duda la legislación actual y los derechos humanos– ha publicado en sus redes sociales encuestas para que el público opine si los menores de edad deben ser castigados como adultos. 

Ambas respuestas son, como suele suceder, formas sencillas de conjurar un problema complejo. Quizás, lo primero que se podría proponer para lograr un acercamiento más profundo a este tipo de violencia tiene que ver, forzosamente, con el grado de violencia –de diferentes tipos– que se vive en ciudades como Puebla y, por supuesto, la deshumanización con el que se trata al otro, en particular a quien se considera inferior. Si a esto le añadimos la impunidad que goza la élite poblana (los hermanos que golpearon a Ernesto Calderón ahora están en arraigo domiciliario y parecería que la autoridad actuó más por presión mediática que por hacer cumplir la ley), el individualismo extremo y el clasismo que permea a la sociedad, tenemos una mezcla tóxica que estalla cada vez con más frecuencia. Justamente, este 2023 el INEGI dio a conocer la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2022 (Enadis). El estado de Puebla quedó en segundo lugar sólo atrás de Yucatán. Por si fuera poco, en el actual año, faltando poco menos de un mes para que termine, los casos de discriminación han aumentado en 20 por ciento según información obtenida por el diario ContraRéplica.

Lomas de Angelópolis, lugar donde ocurrió el segundo incidente mediático de violencia, es el epítome de la segregación social. El fraccionamiento de lujo funciona, de facto, como una extensión de la ciudad que tiene todo lo necesario para no interactuar con el exterior. Esa planeación urbana –disfuncional como se puede comprobar con los recurrentes problemas de tráfico que ocasiona– es una cara más del narcisismo con el que son criados los jóvenes y adolescentes de preparatorias y universidades que, en el papel, se promocionan como institutos con un alto nivel educativo y enarbolan los más nobles valores: empatía, solidaridad, compromiso con el medio ambiente y transformación social, entre otros. En los hechos, cuando sus alumnos son protagonistas de un nuevo escándalo, se deshacen de ellos expulsándolos sin hacer un mínimo ejercicio de autocrítica sobre la convivencia en sus aulas y lo que se les enseña. El evangelio del éxito, en el cual uno pasa sobre todos para lograr sus sueños, es la regla.

Hay, para terminar, un síntoma inquietante que acompaña a los casos de la agresión juvenil de los últimos meses: la normalización de la violencia en ámbitos que, anteriormente, estaban libres de ella o, al menos, parecían combatirla de manera más efectiva. El exterminio del diálogo y el discurso de odio en las redes sociales que trasciende cualquier freno que se le quiera poner o culpabilizar a las víctimas, son rasgos sociales que van en aumento. Nos acercamos, peligrosamente, a lo que ocurre en Estados Unidos. Hace unas semanas en Solesta –uno de los centros comerciales de la zona de Angelópolis– abrió sus puertas Milano Co2 Training Center, un club de tiro para entrenar con rifles o pistolas de diverso calibre. En su cuenta de Tik Tok los usuarios, mayormente jóvenes, presumen su experiencia, pues genera adrenalina y diversión mientras aprenden a usar armas. Las preguntas que me vienen a la cabeza son: ¿entrenarse para qué?, ¿diversión para qué? 

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Los materiales publicados en la sección “Opinión” son responsabilidad del autor/a y no necesariamente reflejan la línea editorial de Manatí.

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