Como feministas y mujeres defensoras, tenemos la obligación de entender perfectamente cómo funciona el discurso y las narrativas.
LIZ MEJORADA | @LizethMejorada
La violencia salpica. Su vehículo es el odio que fluye en forma de palabra, imagen y gritos. El asumirse como feministas o como mujeres defensoras significa tener conciencia clara sobre el discurso, darnos cuenta de todas las narrativas que han permeado a lo largo de nuestra existencia y nos han hecho daño: el amor romántico, los estereotipos de género y desde luego la violencia normalizada.
Ser feminista es abrir los ojos frente a las frases, diálogos en películas, imágenes publicitarias del mercado, presiones familiares, letras de canciones e identificar papel de las mujeres en dichos contenidos.
En ese sentido, los medios de comunicación juegan un papel importante en el denominado “sentido común”. La sociedad es amante de la repetición, es interesante el viejo dicho de “repite una mentira mil veces y se volverá verdad” y en cierta sintonía pasa. La gran mayoría de las personas no sabe siquiera por qué tiene ciertas posturas, esto sucede porque en realidad construyó su criterio a partir de lo que escuchó y no del pensamiento crítico.
Como feministas y mujeres defensoras, tenemos la obligación de entender perfectamente cómo funciona el discurso y las narrativas. Nosotras hemos sido testigas de cómo influye la opinión pública en el avance o retroceso de nuestra agenda.
Cuando se tipificó la palabra feminicidio en México, el movimiento se enfrentó a defender públicamente ese logro. Muchos juristas, sociólogos, policías y hasta lingüistas externaron su postura en contra del término, hoy casi 10 años después, me atrevo a decir que es un debate ganado. En la actualidad los problemas son otros, pero necesitamos revisar las victorias ganadas para saber cómo proceder con las batallas de ahora.
MÁS SOBRE EL AUTOR: Toma de la CNDH: la rabia que no tiene partido
El feminicidio de Ingrid Escamilla en 2020 puso a flote la discusión sobre la narrativa y cobertura de los feminicidios en los medios de comunicación. Su cuerpo desmembrado en las primeras planas de periódicos de alta circulación indignó a todo el movimiento pero también arrojó un gran problema discursivo-ético: la banalización del mal.
Para la socióloga Rita Segato, cuando se hace del feminicidio un espectáculo se banaliza, basada en Hannah Arendt ocurren dos fenómenos: ver imágenes del feminicidio se vuelve un llamado hacia todas las mujeres, “esto es lo que te puede pasar si me contradices” y por el otro lado, normaliza la violencia al acostumbrarnos a ver ese tipo de imágenes.
El papel de los medios de comunicación es crucial porque sus posturas, imágenes y encabezados construyen opinión pública y nos pueden ayudar o perjudicar a escalas inimaginables.
Más allá de la banalización del mal, en lo individual, la exposición de las fotografías del asesinato de Ingrid es un grave atropello hacia su memoria y su integridad.
Apelar a construir narrativas diferentes, a hacer cobertura con enfoque de género no es algo mínimo, impacta en la construcción de opinión pública, pero como feministas, ¿lo tenemos claro?
En el contexto local, en las últimas semanas hemos visto como se ha iniciado una campaña de criminalización brutal en contra de activistas feministas. Se les acusa injustamente de actos que no cometieron, se filtran en medios de comunicación sus nombres y sus fotografías.
Sin embargo, muchas feministas siguen compartiendo notas de dichos medios. Digo, no es que vayamos a iniciar una policía del consumo mediático, ¿o sí? Pero es poco solidario saber que existen medios altamente misóginos que criminalizan a las víctimas, al movimiento y aun así compartirlos. En Puebla y en México el periodismo independiente, de investigación o feminista, tiene que sobrevivir contra marea. Por ello como movimiento tenemos la responsabilidad ética de acompañar, fondear y compartir el trabajo de personas honestas y aliadas.
Si queremos cambiar la narrativa y apostarle a combatir las violencias narrativas, seamos lectoras responsables y con criterio.
Los textos publicados en la sección “Opinión” son responsabilidad del autor/a y no necesariamente reflejan la línea editorial de Manatí