Historia de las Sillas – Temas menores

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Cómo explicarle que yo sólo había ido a ese parque a llorar un poquito y que no me di cuenta el momento en que acabé rodeado de bicicletas adornadas más que una sucursal de Don Pastor, con sus dueños (los deliveristas, héroes sin capa del yupi promedio) mentándole la madre a una tal Ligia Guallpa, quien (¿de veras?) se clavó tantita lana.

PABLO ARGÜELLES | @Piaa11

Manhattan.-  La cantidad de gente que habla del clima es inaudita, pero lo es aún más la cantidad de comida que he encontrado en la calle, tirada, desecha, aventada, como si de un accidente aéreo se tratara: ayer encontré un capellini al burro con trozos de lo que parecía pimiento morrón, tirado sobre la Avenida A de una forma tan posmoderna que parecía un platillo salido del nuevo restaurante de Frank Gehry.

He discutido con mis colegas sobre el abandono crónico de piezas de pan dulce sobre las banquetas mexicanas y las fantasias activistas que aquellas escenas me antojan. Pero esto es diferente. Aquí, los accidentes alimenticios abundan, estoy seguro, por las prisas-a-todos-lados de las que les encanta presumir a los locales (ir de prisa y con airpods de orejeras es lo de hoy): compran comida, no dejan de ver el celular ni un segundo, nunca ven por donde caminan, se les enredan las manos y se les cae el pedido de alas bufalo, ensaladas quinoa-limón, la pizza margarita o los dumplins chinos (que yo siempre he jurado que son perogis apócrifos) y ya sea por hueva, vergüenza o simplemente porque  no se dieron cuenta, dejan su gracia tirada en el piso para deleites de flaneurs  sin propósito que escriben, como yo.

Estoy seguro que la torpeza no reconocida de los neoyorquinos del sur de Manhattan es uno de los factores por los que los servicios de comida a domicilio han proliferado. Hace unas semanas, sin darme cuenta, me uní a una protesta de repartidores de aplicación (en su mayoría mexicanos) que exigían mejores condiciones laborales. Yo sólo me di cuenta que la posición geográfica en la que me encontraba en ese parque me hacía parecer líder de los Deliveristas Unidos porque un reportero freelancer que estaba transmitiendo en vivo desde su celular, se acercó a preguntarme si yo, como repartidor, estaba de acuerdo con el pliego petitorio entregado al alcalde de la City of New York hace unas horas. 

Y yo negué rotundamente mi afiliación a cualquier club, partido político, sindicato y/o a otras utopías. En ese momento, el reportero, víctima de su propia transmisión (del tipo es nuclear, Jacobo, repito, es nuclear) me dio la espalda no sin antes barrerme por completo, juzgando la mochila enorme con la que a veces (siempre) cargo a todos lados, culpándola (estoy seguro) del error más grande en lo que va de su carrera (o de su semana).

Cómo explicarle que yo sólo había ido a ese parque a llorar un poquito y que no me di cuenta el momento en que acabé rodeado de bicicletas adornadas más que una sucursal de Don Pastor, con sus dueños (los deliveristas, héroes sin capa del yupi promedio) mentándole la madre a una tal Ligia Guallpa, quien (¿de veras?) se clavó tantita lana.

Pero volvamos al tema del clima:

Alguien se puso el abrigo. Yo lo vi. En pleno junio. En pleno 2023. Pero es que era de esperarse. En cada ciudad (y quién pensaría que en Nueva York se encuentran todavía) existen las víctimas de sus propias causas: hay alguien que se toma el frío como un ataque personal, como si las corrientes de Atlántico, inmiscuidas en los canales del estrecho de Long Island y que luego levantan vuelo para entretejerse con los vientos del norte e inspirar ese quepinchefríohace que exclaman las víctimas apenas salen de sus cuevas, se tratara de ellos. 

Nada se trata de nosotros. 

Ni siquiera nuestras propias vidas, Jacobo. 

Y mientras se escuchan sus quejidos salir de los tuneles del metro, y mientras se ponen el abrigo, y mientras se latigan a sí mismos, la vida sigue, el tiempo sigue y el aire neoyorquino grita: ¡no es contigo, idiota!

¿Pues no que hasta dormían en agua helada?
*Y pues ustedes dirán, ¿ora pos cuáles sillas? Verán: el título original de esta monserga no era Historia de las Sillas, sino Diatribas Yankis, y no estaba escrita por Pablo Íñigo Argüelles sino por Paula Münfegarten (mi seudónimo). Lo que pasa es que no podía desperdiciar la increíble ilustración que hizo María Prieto para el texto en cuestión, mismo que empecé a escribir una tarde de octubre pero que jamás terminé y que por ende, jamás fue publicado.

Los materiales publicados en la sección “Opinión” son responsabilidad del autor/a y no necesariamente reflejan la línea editorial de Manatí.

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