Desde hace algunas semanas, hombres y mujeres de Puebla mantienen un plantón para protestar contra la criminalización en torno al consumo de mariguana.
MARIO GALEANA | @MarioGaleana_
A los dieciocho probó su primer porro y helo aquí, quince años después, atizándose junto a otros cuatro muchachos y una chica que vinieron al plantón cannábico de la ciudad de Puebla, una zona de tolerancia de consumo de mariguana que se ubica exactamente a unos metros de la puerta principal de la Fiscalía General del Estado.
Se llama ReiiWeed, o ese el nombre con el que se presenta, tiene treinta y tres años, está casado, es padre de tres hijos, y acude al plantón cada que logra zafarse del empleo que tiene en una automotriz, donde es encargado de los teléfonos del resto de los trabajadores.
Y junto a él está Fritz Mota, un chico de veintiséis que empezó a fumar a la misma edad, que estudió Derecho y obtuvo un amparo para quemar cuanto le plazca, pero al que de todos modos la policía ha detenido un par de veces.
Son un par disímbolo. ReiiWeed viste pants, camiseta del trabajo, barba abultada que se escapa por los costados del cubrebocas que ahora mismo desliza de vuelta tras haber soltado una larga bocanada de humo. Fritz, en cambio, viste traje azul marino, un par de gafas oscuras que se mantienen en su sitio gracias a una cinta de aislar, y de sus ojos semicerrados y del balanceo de su cuerpo uno deduce que está completamente puesto.
Es la tarde de un viernes de mediados de marzo de 2021 y, a distancia, en la puerta de la Fiscalía, una mujer policía saca fotos del plantón con su teléfono. Al principio creemos que es —claro— por la mota, por las volutas que se pierden en el viento. Pero luego la policía se acerca y descubrimos que es por nosotros, porque sólo a nosotros nos pide nuestros nombres, y se los negamos, ella insiste, terminamos diciéndole Juan Pérez como hubiéramos podido decir Pedro Páramo, y ella camina de vuelta a la puerta.
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Esta es, en realidad, la segunda vez que tenemos que registrarnos. Antes ReiiWeed nos había pedido que nos anotáramos en una libreta gastada en la que apuntaban los nombres de todas las personas que acudían al plantón. Una libreta en la que, según él, se han apuntado hasta 200 nombres nuevos en un solo día.
—Lo que nos sorprende es que se acerquen muchísimas personas de la tercera edad, que tengan la confianza de preguntar y de consumir ahí. Muchas personas salían de trabajar en la mañana y pasaban al quiosco, y otras salían por la tarde y por la noche y todas pasan, consumen y se van.
El plantón forma parte de una protesta pacífica que surgió hace un año en la Ciudad de México, cuando un grupo de chicos del Movimiento Cannábico Mexicano se plantaron frente al Senado, montaron una zona de tolerancia para el consumo de cannabis, e inauguraron la Red de Plantones 420, una serie de protestas pacíficas en distintas ciudades del país para exigir la legalización de la mota.
Por lo menos en Puebla, el plantón no siempre estuvo ubicado aquí, frente a la Fiscalía General del Estado, en una pequeña área verde surcada por las principales avenidas de la ciudad, en donde han montado un campamento compuesto por dos casas de campaña, lonas, una mesa, incluso muebles para guardar trastes, libros, objetos.
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La protesta comenzó el 18 de febrero en el quiosco del Paseo Bravo, pero un mes después un tipo llegó al plantón, se proclamó líder de la protesta, amenazó con “desaparecer” a dos chicos que fumaban allí, y hubo que presentar denuncias pero nadie, hasta entonces, supo más de él.
Luego las autoridades del municipio les pidieron el quiosco para realizar algunas actividades programadas, y la gente del plantón accedió bajo la condición de que volverían dos semanas más tarde, aunque hasta el cierre de esta crónica las dos semanas se habían cumplido y ellos permanecían frente a la Fiscalía, desgranando hojas y atizándose frente a la mirada impávida de los policías.
Parecía algo heroico: fumar mota frente a aquellos que durante décadas han criminalizado a quienes fuman mota.
Y no era algo que sólo notáramos nosotros. Al poco rato de que llegamos al plantón unos tres repartidores de Uber Eats se aparecieron también por allí, con cierta algaraza que no desconcertaba ni a ReiiWeed ni a Fritz Mota.
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Uno de ellos se acercó a Fritz, le habló como si se conocieran y le dijo que lo que hacía era chido, que no pensó que fuera a atreverse a estar allí frente a la Fiscalía, y Fritz lo miraba con recelo, a cierta distancia, la mirada sardónica de quien escucha la perorata de un mariguano.
Pero luego el repartidor puso sobre la mano de Fritz una pulsera con un pequeño yin yang al centro, dijo que había sido su talismán y que ahora habría de protegerlo a él, y en ese gesto se cifraba una vaga conexión: saberse perseguido, necesitar un amuleto, pensar que bajo el Estado todos los mariguanos son iguales: morenos, delincuentes, problemáticos.
En el plantón hay sobre todo muchachos, empleados con salarios exiguos, algunos obreros. Sobre la mesa tres chicos y una chica jugaban Poleana, un juego de mesa popularizado en Tepito, aparentemente entre aquellos que salían de la cárcel, y que consiste en avanzar el mayor número de casillas sin caer en manos de la policía.
Tanto ReiiWeed como Fritz habían sido detenidos por la policía alguna vez. A ReiiWeed lo encontraron con una pipa vacía y, a cambio de dejarlo ir, un policía estatal le robó su teléfono. A Fritz lo habían detenido fumando en la calle y para cuando lo presentaron ante el juez él mostró su amparo, y sólo entonces, tras varias horas perdidas, lo dejaron ir.
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Pero entre ellos abundaban historias negras. Como lo que le había sucedido a Doctor Pacheco, otro chico metido en el plantón, o lo que le había pasado a Berna, ¿recuerdas? Ninguno abundaba más en ello, quizá porque nadie estaba interesado en tener un mal viaje esa misma tarde.
—¿Qué creen que los diferencia del mariguano común? De aquel que sólo fuma en su casa y ya. Es decir, ¿por qué ustedes sí vinieron a protestar? ¿por qué están en un plantón desde hace un mes?
—En lo personal me molestó mucho la ineficacia de las leyes —dice Fritz—. Pensé que se tenía que hacer algo. Y esto es una buena vía, un movimiento social al margen de la estrategia social.
—Yo cuando empecé a fumar fue sólo por fumar, no tenía esa educación que debe darse a la gente —abunda ReiiWeed—. Así que me puse a investigar por mi cuenta y me di cuenta de los beneficios que había. Dicen por ahí que es la planta del milagro; yo digo que es la planta del pasado para buscar nuestro futuro.
[…] Han mantenido frente a la sede de la fiscalía local un plantón cannábico desde principios de 2021, en el que organizan talleres de autocultivo y charlas informativas. Es usual escuchar en el plantón los rastros de la criminalización, testimonios de chicos a los que les sembraron drogas o armas. Historias de torturas, de policías corruptos, de procesos penales. Voces en sordina sobre una guerra que nadie parece haber ganado. […]
[…] Han mantenido frente a la sede de la fiscalía local un plantón cannábico desde principios de 2021, en el que organizan talleres de autocultivo y charlas informativas. Es usual escuchar en el plantón los rastros de la criminalización, testimonios de chicos a los que les sembraron drogas o armas. Historias de torturas, de policías corruptos, de procesos penales. Voces en sordina sobre una exterminio que nadie parece poseer manada. […]